Boxeando en uno de los lugares más peligrosos de Perú
Fotos de Sebastián Enríquez

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Boxeando en uno de los lugares más peligrosos de Perú

El fotógrafo Sebastián Enríquez explora las vidas de los jóvenes púgiles que pelean por alcanzar sus sueños con sus nudillos.

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Sus puños son sus sueños. A veces los títulos de los proyectos artísticos son crípticos; en otras ocasiones, son tan obtusos que resulta complicado comprender cuál es su relación con la pieza. En este caso, sin embargo, el título no deja lugar a dudas. Las imágenes del fotógrafo peruano Sebastián Enríquez (Lima, 1991) hablan del boxeo, del sueño del deporte como válvula de escape. Hablan, también, de hostias. De las que recibes en el cuadrilátero y de las que te pega la vida cuando bajas la guardia.

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"El título es una analogía que habla de hasta qué punto el boxeo se convierte para ellos en el único sueño que está a su alcance de sus manos. O de sus puños. El boxeo es lo más parecido a sus vidas — lo que sucede sobre la lona es lo que les pasa en la calle a diario", nos cuenta el autor.

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Visitemos el lugar donde los sueños se evaporan (o más bien el lugar donde nacen). Él está en su Perú natal, pero queremos que nos hable más de la gente y del campo que son su paisaje de fondo. "Desarrollé este proyecto durante dos años de trabajo en la Escuela de Boxeo Rojitas, en El Callao, el puerto más importante del Perú, y uno de los lugares más peligrosos del país. La escuela es la mayor cantera nacional de boxeadores, un lugar donde los niños empiezan a golpear desde una edad temprana para olvidarse de los conflictos del barrio, de su casa, de cada esquina", explica el fotógrafo, que lleva trabajando en proyectos que retratan los problemas sociales locales e internacionales desde 2012.

¿Y quiénes son los niños que entran allí a boxear? "En su mayoría se trata de chavales con muy pocos alicientes que quieren pelear para salir de la pobreza, de las drogas, de la delincuencia. Muchos de ellos son huérfanos. Quería expresar hasta qué punto el boxeo es el símbolo de su lucha, y cómo el cuadrilátero se convierte en un espacio subliminal en el que domesticar la violencia a la que se enfrentan a diario fuera de él", relata el fotógrafo. En breve le espera una residencia en Barcelona, y ya ha publicado sus imágenes en el New Yorker, Los Angeles Times, Neue Zurcher Zeitung y El Comercio.

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Sebastián cayó en el boxeo después de haber practicado el Muay Thai, que fue la disciplina que despertó su interés por los deportes de combate. Un profesor le habló de los escenarios donde se estaban forjando los boxeadores del futuro y él eligió El Callao un poco al azar. "Fue un día de verano. Al caer la tarde me pasé por un estadio llamado Telmo Carbajo, donde la escuela de boxeo Rojitas estaba ubicada por aquel entonces. Al principio no llevé la cámara porque no quería adelantarme a los acontecimientos. Me convenía que se olvidaran de que yo estaba allí. Y eso es algo que solo fue posible con el tiempo y después de compartir un montón con cada boxeador".

¿Qué es lo que más le estimuló al fotógrafo del mundo del boxeo? ¿Qué le llevó a disparar? ¿A incorporarse a la vida de los boxeadores? "La lucha, el encuentro de dos personas en el cuadrilátero. Es algo de lo que se ha escrito mucho, que ha inspirado miles de relatos, de películas y de documentales. Sin embargo, a partir de ese punto de partida, a mí me interesaba más concentrarme en su preparación, en sus vidas, en su forma de vivirlas, y en lo que significaba para ellos boxear. Tales son respuestas que no encontraría en el gimnasio o en el ring — esas respuestas estaban en sus casas, con sus familias, en la calle".