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lucha libre

Ahorita te vas: Pentagoncito, del ring de lucha a la prisión

Bernabé pasó de luchar en el ring, a intentar declarar su inocencia en prisión.

Bernabé está ligado a los golpes. Golpes arriba y abajo del ring. Golpes bajos y al pecho. Golpes intrafamiliares. Golpes de ilusión y desencanto. Un hombre destinado a errar nunca será un presunto inocente.

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Bernabé García nació el 25 de enero de 1972, en Altotonga, Veracruz. Su infancia transcurrió entre atestiguar y padecer en carne viva la violencia de su padre. Cada vez que su papá golpeaba a su madre, Bernabé corría a llamar al comandante. Cada vez que el comandante encerraba a su padre, Bernabé perdía el ínfimo afecto que le tenían sus familiares. Era tan escaso el aprecio de su abuela paterna que cuando vivieron juntos en Xalapa, ella no desaprovechó la oportunidad de ponerle comida podrida en su lonchera de albañil. Siendo adolescente huyó de la violencia de su padre alcohólico para ser adoptado por una pandilla que lo recibió a trompadas.

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Era miembro de una horda de cincuenta muchachos sin nada que perder más que la vida y cuando la muerte le arrebató a un camarada decidió desertar. No sabía qué hacer con su vida hasta que un amigo le contó que su suegro era entrenador de lucha libre. Decidió ir a un entrenamiento pero los gritos le disgustaron, se resistió a entrar y se marchó.

–Es parte del show, le insistió su amigo.

A Bernabé no le gustaban los gritos ni las simulaciones. Él quería entrarle a los azotones, por eso se quedó entrenando en el Club Deportivo Rafael Lucio de Xalapa.

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Tres años después debutó como "El Conquistador". Se sintió como "mono de circo" porque la gente se le quedaba viendo. Su entrenador sabía que no estaba preparado, sólo quería que lo intentara.

A un grupo de empresarios les atrajo, pero su altura no lo ayudó.

–Tú no pasas como grande y como chico no estás muy chico, pero pasas de mini.

Nunca se imaginó ser un luchador mini. No le gustó la idea, pero se le impuso el destino.

El agente los promocionaba como mini luchadores. Al público le gustó el estilo de los pequeños gladiadores. Bernabé quería una gran oportunidad, en la Arena Xalapa la pidió y la perdió de un codazo propinado por un luchador olímpico.

Para entrenarse tuvo que aguantar palizas de sus entrenadores. Se ganó el repudio del sindicato de luchadores por no cobrar lo justo y varios promotores le ofrecieron oportunidades que nunca llegaron.

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Bernabé no recuerda quién lo programó para luchar en las preliminares de la gira de AAA en Veracruz. Lo que sí recuerda es que los luchadores estelares le dijeron que probara suerte en otras latitudes. Su suerte cambió cuando varios luchadores decidieron abandonar la AAA. Bautizado como Mini Yeti logró ingresar a la empresa. No le gustaba el nombre de su personaje, ni luchar una vez por mes, ni estar sin dinero, ni usar mallas ceñidas, ni traje negro. No se sentía bien.

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En la Arena Xochimilco lo rebautizaron como Mini Karis La Momia. Con ese personaje tuvo una racha de dos años de trabajo bondadoso. El director de AAA, Antonio Peña, decidió cambiarle el nombre, ahora encarnaría a la versión minúscula de Pentagón.

Pentagoncito, "ese nombre me quedaba como anillo al dedo", declara aún satisfecho Bernabé.

Recuerda que Peña, como premio por el espectáculo que estaban haciendo, decidió programar una lucha estelar. "Era por única vez que los minis iban a entrar en una lucha en jaula", rememora Pentagoncito.

Entre risas recuerda que algunos asistentes le gritaban: "El avión jefe, el avión". Bernabé no sabía por qué, hasta que alguien le explicó que era en referencia a Tattoo, personaje enano de La Isla de la Fantasía.

Cuando parecía haber sido golpeado por la suerte, ningún medio de comunicación registró su instante de gloria. "Me dan el Campeonato Nacional Mini (1997), no me lo reconocen las revistas. No habló nadie de mí. Yo lo gané en Laredo a 'Mascarita Sagrada'".

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En Tulancingo, Hidalgo, le pidieron que devolviera el cinturón sin luchar, pero se rehusó a ceder el campeonato sin un enfrentamiento, así que prefirió devolvérselo a Peña, cara a cara. Para limar asperezas, Peña ordenó a los programadores que lo inscribieran en todas las luchas televisadas. "Ahí fue el boom ", dice Bernabé.

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Llevaba un año luchando como Pentagoncito, todo parecía ir bien. Sin embargo, no pudo hacerse cargo de su hijo porque no tenía tiempo. Eran épocas de luchas televisadas, reflectores y fiestas.

Después de una lucha en Huamantla, Tlaxcala, miembros de la empresa le pidieron que fuera a otro evento en Veracruz, le sugirieron que aprovechara a visitar a su hijo, pero contestó con un no rotundo. Debía cumplir con la programación de la empresa en Chiconautla, Estado de México, los empresarios le dijeron que no importaba, que mandarían un reemplazo. "No", fue la inamovible negativa, digna de alguien que no quiere cambiar su destino.

Según Bernabé, regresó de Tlaxcala junto a un compañero, entre las 2:00 y 2:30 de la madrugada. El autobús ingresó a la Ciudad de México por la Calzada Zaragoza. El luchador que lo acompañaba le pidió posada en el departamento que rentaba junto a Mascarita Sagrada.

La casera después de las 12:00 de la noche ponía seguro a la entrada principal, así que Bernabé tuvo que golpear y pedir permiso para que el otro hombre pudiera amanecer allí.

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Despertó a las 9:00 a.m. y fue a desayunar frijoles con huevo con la novia que vivía frente a su residencia. Regresó al departamento acompañado del cuñado y se reencontró con sus colegas hambrientos. Bernabé propuso que fueran a la pollería de la esquina pero sus amigos querían caldo. Entonces partieron rumbo al mercado de la Metropolitana.

Iban de camino cuando divisaron carros atravesados y un tumulto de gente. De inmediato le preguntó a su amigo si traía bronca: cocaína. Le respondió que ya la había tirado. Bernabé se sintió aliviado.

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En un instante todo cambió.

–Tírense al suelo.

Los encañonaron y los subieron a un coche.

–¿Dónde nos llevan?, preguntaba uno. –Me estás secuestrando, decía el otro.
–Haz de ser importante, respondió el judicial.
–Aunque no lo creas, contestó Bernabé.
–Vas a la agencia 44, allá se te va a explicar.

En la agencia 44 del Ministerio Público lo entrevistó el reportero Jesús Barba, del programa Duro y Directo.

–Cinco personas te están señalando como responsable de un homicidio.
–Es imposible, yo vengo de luchar.
–Te voy a hacer una entrevista y dices lo que tengas que decir.

Después de la entrevista declaró frente a las autoridades. A la mañana siguiente lo llevaron a una prueba de reconocimiento. Le pidieron que cerrara los ojos y escuchó cuando los testigos lo inculparon:

–Sí, sí, sí, es ese.

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De cinco señalados sólo quedó él. Se tiró en el suelo a preguntarse qué había pasado.

Fue interrogado por un funcionario del Ministerio Público que le preguntó sobre lo que había hecho la noche en cuestión.

Bernabé respondió que había luchado en Tlaxcala, que tenía como comprobante un recibo de honorarios y que él y su compañero habían llegado a México pasadas las 2:00 de la mañana.

Las presuntas pruebas de Bernabé no fueron suficientes, el abogado le notificó que había sido acusado de asesinar a un hombre en la colonia El Salado a las 2:15 de la madrugada.

Les dijo a todos los agentes que él no era culpable. Uno de los ministeriales para tranquilizarlo le respondió:

–Ahorita te vas, es puro trámite.

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La noche que llegó al Reclusorio Oriente le proporcionaron un pantalón talla 40. Con sus delgadas manos evitó que la prenda se deslizara por esas piernas que sostienen sus 65 kilos.

Recostado contra una pared y sosteniendo aún el pantalón, los guardias decidieron darle una paliza: golpes debajo de los pies, impactos en los costados del cuerpo. "Mañana o pasado ya no te podrás levantar. Pero es clásica, una bienvenida", la costumbre habla por medio del ex campeón de los mini luchadores.

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Bernabé García narra que fue sentenciado a 7 años y 11 días de prisión, pese a que las autoridades nunca elaboraron un retrato hablado del sospechoso, dejaron libres a otros detenidos a los que les fueron hallados indicios de sangre humana. Según Pentagoncito, todo lo que sabe sobre su caso es porque ha leído el expediente.

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Fue revisando su legajo que se enteró que al hombre lo habían matado con una pala, supo que el difunto presuntamente era un ladrón porque le encontraron varias identificaciones falsas y balas. También leyó en el expediente que a las 2:10 a.m. el hermano menor de la víctima a una distancia de 100 metros vio como Bernabé, después de tomarse una cerveza, le estaba pegando al occiso con palos y tubos. Según él, fue ahí cuando conoció el motivo del deceso: muerte craneoencefálica y rotura de vísceras producida por golpes dados por profesional.

"Desde ahí me etiquetan", dice Bernabé aún sorprendido.

Bernabé cuenta que los testigos del caso fueron desistiendo, excepto un menor respaldado por un adulto. En el careo, el luchador le dijo al joven que le estaba perjudicando la vida, que él no tenía nada que ver, que él había estado luchando. Luchando no en la calle, sino arriba de un ring en un evento televisado.

–No, no, a mí me dijeron que tú, y tú eres. Fue la respuesta que obtuvo del muchacho.

En el reclusorio fue reconocido por un prisionero que había caído junto con su banda de roba coches, quien le preguntó si se acordaba de él.

–No, no me acuerdo de usted.

Cuando el desconocido pronunció su nombre, Bernabé de inmediato reconoció al policía que lo detuvo. El ex policía le aclaró que él sólo había hecho caso a las personas que lo inculparon.

Bernabé apeló el fallo y AAA le contrató un abogado, pero el jurista era impreciso en sus intervenciones. Fue tal la incompetencia que la Secretaria de Acuerdos le dijo que si seguía haciendo preguntas ilógicas lo iba a amonestar.

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Al ver las arbitrariedades que cometía su defensor, Bernabé decidió cambiar de abogado.

El nuevo jurista apeló y a la sentencia se le sumaron 20 años más. La decisión fue 27/6. Veintisiete años, seis días por homicidio calificado.

– ¿Por qué apelé?, se preguntó. Bajó del juzgado con la panza vacía, y sin entender qué había sucedido.

De sus seis hermanos tan sólo tres lo visitaron alguna vez, "y no volvieron a venir, de eso estoy hablando de hace 8, como 10 años".

La familia que lo volvió a adoptar por un tiempo fue la de los luchadores, quienes le aconsejaron que apelara de nuevo e hiciera respetar su presunción de inocencia. Ellos creían en él y no así en la justicia mexicana. En 2011 había 227 mil presos en las cárceles mexicanas y se estimaba que 97 mil eran inocentes, según información difundida por CNN México.

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Bernabé conocía a La Parkita y a El Espectrito Jr. porque además de ser luchadores profesionales se dedicaban también a vender ropa. En una fiesta vieron a Pentagoncito ebrio y le regalaron un pase de cocaína.

Se le bajó la borrachera, pensó que era algo "mágico". Con el tiempo se envició, le salió tan caro que se gastaba todo el sueldo en comprar el alcaloide.

Para mantener su adicción dentro del penal, Bernabé inventaba que los reos lo estaban extorsionando y si no pagaba tendría que asumir las consecuencias.

Se fueron los amigos cansados de darle dinero para pagar sus drogas. A raíz de la muerte del fundador de AAA (2006), la empresa luchística se olvidó de Pentagoncito.

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En la soledad de su celda recuerda que sus compañeros le organizaron un par de luchas en el Reclusorio Oriente para ayudarlo económicamente. Al finalizar una de las luchas abrazó a Mini Abismo y a Mascarita Sagrada y los tres se pusieron a llorar.

Cambió la cocaína por el cigarro. Fumar le calma la ansiedad que le genera ver su celda cerrada. Han pasado 18 años y las rejas lo siguen afectando. "Tengo mi televisión y no la veo, la oigo, pero no la veo, no me interesa, como que me interesa que la puerta esté abierta".

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Dentro del Reclusorio Oriente no le fue fácil volver a practicar lucha libre. Estuvo cuatro años confinado en el Centro de Observación y Clasificación (COC) y le fueron suspendidas las visitas durante un año.

Tardó nueve años en retomar los entrenamientos para ponerse en forma. Gracias a que Antonio Peña habló con las autoridades del Reclusorio Oriente, Pentagoncito recibió una licencia como promotor deportivo. Comenzó a entrenar internos y logró formar un equipo de 15 luchadores. Le hizo caso a la idea de Peña de formarlos para que al salir tuvieran la oportunidad de luchar en cualquier empresa. Para ayudarlo Peña organizaba espectáculos dentro del Reclusorio Oriente donde los luchadores estelares de AAA contendían en el cuadrilátero contra los entrenados por Pentagoncito.

El 23 de marzo de 2007 fue transferido al Centro de Readaptación Social Varonil Santa Martha Acatitla. Sin la opción de elegir, tuvo que abandonar a sus alumnos. Los directivos de la prisión le permitieron retomar los entrenamientos y gracias a que un grupo de personas donó un ring, pudo poner de nuevo sus conocimientos al alcance de nuevos pupilos.

Algunos de ellos han recuperado la libertad y son luchadores que practican —llaves, tijeras, palancas, bombazos, cerrojos— en la calle.

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"El sistema legal mexicano, pues, desgraciadamente está muy corrupto y no sabemos si realmente los que pagan son los verdaderos responsables de eso o no, desgraciadamente a él le tocó vivir ese momento", comenta el periodista especializado en lucha libre Apolo Valdés al recordar el caso.

La justicia lo condenó por ser un presunto culpable. Su familia le negó el beneficio de la duda. El lento paso del tiempo le enseñó a Bernabé García Julián, que es preferible "no tragar que robar algo".

Después de 20 años de su detención, Bernabé aún espera que las palabras pronunciadas por el agente que lo detuvo se hagan realidad: "usted tranquilo, usted se va".