Cómo Red Bull colonizó una ciudad entera mediante un club de fútbol
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un ascenso con alas

Cómo Red Bull colonizó una ciudad entera mediante un club de fútbol

El mundo felicita a Leipzig por el histórico ascenso de su equipo a la Bundesliga, pero como en toda buena historia existe una cara más oscura: la ciudad se ha convertido en una colonia de Red Bull.

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Cuando le explico a la gente de dónde soy me felicitan dos veces. "¿Leipzig? ¡Leipzig!". Para alguien que jamás haya estado allí es difícil imaginar lo que significa ser de la ciudad de los héroes del '89 —aquellos que se manifestaron en contra del gobierno de la RDA— y los sueldos precarios. Ahora que el principal equipo de fútbol de Leipzig ha alcanzado la Bundesliga, todavía es más difícil de explicar.

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En la ciudad más grande de Sajonia, todo el mundo pareció contento por el ascenso del RB Leipzig: la afición lo celebró en la plaza del ayuntamiento y la noticia apareció en las páginas principales de los periódicos locales… e incluso de varios medios de tirada nacional.

Los argumentos a favor del club dominado por el patriarca de Red Bull, Dietrich Mateschitz, son siempre los mismos: el despertar de la ciudad, la creación de puestos de trabajo y el reconocimiento de traer la Bundesliga a la antigua Alemania del Este: tras la reunificación, ningún club de la antigua República Democrática logró establecerse en la máxima categoría del fútbol teutón… al menos hasta ahora.

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El fútbol en Leipzig está de moda, y todo el mundo quiere subirse al tren. Una ciudad, un club y un proyecto: en Leipzig las herramientas de marketing de la multinacional austríaca se han convertido en un bien público. Cualquier opinión crítica es ridiculizada sistemáticamente.

Para demostrar la sobreidentificación con el deporte —y, concretamente, con la propia marca Red Bull— que está sufriendo Leipzig, solo hay que ver la programación de la cadena pública Mitteldeutscher Rundfunk (MDR) durante las celebración por el ascenso a la Bundesliga: lo retransmitieron todo, incluso la actuación del músico folk Sebastián Krumbiegel ante 20.000 aficionados. Un día más tarde, por cierto, el episodio ya estaba disponible en un vídeo de 360 grados en el canal oficial de Youtube del RB Leipzig. Cosas de un club millennial.

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Lo curioso es que el grupo de Krumbiegel, Die Prinzen, hace tiempo que no está en las listas de éxitos: su música solía ser 'viral' —de forma analógica, por supuesto— en los noventa, cuando yo era un chaval que aún compraba sus cassettes. Hoy en día me da vergüenza ver a este héroe de mi juventud temprana: me cuesta de reconocerle cuando canta a la conciencia antifascista, así que imagínate como cantautor del nuevo himno del Leipzig.

El nuevo orgullo de la ciudad, como decía, está por todas partes. El ascenso sirvió para llenar cuatro portadas seguidas del periódico Leipziger Volkszeitung; a algunos políticos de la región no les fue nada mal, porque así se tomaron un respiro entre las tradicionales oleadas de críticas en la prensa. Sí, también pasa esto en Alemania.

En el evento que conmemoró el ascenso, de hecho, encontramos multitud de detalles significativos. Uno de los más sonados fueron los planos cortos que hicieron las cámaras de la MDR a los niños del coro, que lucían el logotipo del toro rojo en el pecho de los uniformes de la prestigiosa orquesta Gewandhaus de Leipzig. Red Bull había llegado hasta el mismísimo corazón cultural de la ciudad.

Hacerse selfis con los motivos del RB Leipzig se ha convertido en una nueva fiebre en la ciudad. Hasta en los barrios alternativos de Südvorstadt y Connewitz, la publicidad de Red Bull tapa los tranvías y las paredes llenas de arte callejero. Hasta los vecinos han colgado banderas en las ventanas con el maldito toro rosso.

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De repente, la libertad y la variedad que imperaba en esos distritos se ha transformado en absoluta uniformidad por obra y gracia de la multinacional austríaca.

El principal rascacielos de Leipzig, la sede de la cadena de televisión Mitteldeutscher Rundfunk, iluminado con los colores del Red Bull. Foto vía Imago

La conquista de Leipzig por parte de Red Bull ha sido relativamente rápida. A principios de 2009, en las semanas previas al inicio de la inyección de millones y millones, ni el club ni la ciudad tenían nada que ver con lo que son ahora.

En ese momento, una frontera invisible dividía Leipzig y los frentes de batalla era cristalinos. Quien crecía en el norte y el oeste vestía de verdiblanco y animaba el BSG Chemie en el estadio Leutzsch; quien crecía en el sur y en el este optaba por el azul y el amarillo del 1. FC Lokomotive Leipzig en el estadio Probstheida. Quien no tomaba partido por su zona tenía que sufrir largos desplazamientos… y, peor aún, soportar las burlas de los compañeros en la escuela o en el trabajo.

Yo soy un Chemiker —químico en alemán, en referencia al sector industrial que da nombre al BSG Chemie—, aunque vengo del lado equivocado de la ciudad. En 1997 tuve la oportunidad de visitar por primera vez el Alfred-Kunze-Sportpark —hoy, el estadio Leutzsch— y desde entonces soñé con el ascenso a la segunda división.

Los noventa no fueron una buena época para Leipzig. El fin del comunismo acabó provocando la ruina industrial debido a los cambios estructurales en la economía y la integración con 'la otra' Alemania.

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En esos años, el magnate Jürgen Schneider restauró bellísimos edificios históricos uno tras otro, aunque finalmente acabó entre rejas por haber estafado miles de millones a los bancos. La ciudad estaba tachonada de fachadas relucientes, pero aún así Leipzig cayó en el descrédito: la gente que se quedó en la ciudad eran considerados hipsters en paro. Todos los que pudieron cogieron sus cosas y se trasladaron al campo.

Fui a ver al Chemie año sí año también, pero nada nos acercó al ascenso. Vivíamos de historias del pasado, de la leyenda de Leutzcher, que cuenta cómo un equipo de descartados ganó al súper-equipo de la ciudad: esta historia es, quizás, todavía más relevante que los logros pioneros del Lokomotive, que hospedó la fundación de la Federación Alemana de Fútbol (DFB) en 1900 y ganó tres años más tarde la primera liga alemana.

Todo este pasado, esencial para el fútbol alemán, estuvo muy presente en la elección de Leipzig como una de las sedes del Mundial 2006. La construcción del Zentralstadion —ahora Red Bull Arena: ya veis por dónde van los tiros— se financió con el dinero de Michael Kölmel, que más allá de ser un gran cinéfilo no tenía ni puta idea de fútbol.

Con la esperanza de tener un buen equipo, Kölmel invirtió millones en el BSG Chemie, fichó a directivos y abrió las puertas del estadio al club: en la inauguración, 30 000 hinchas llenaron las gradas, seis veces más de la entrada habitual. Tras una mala racha de resultados, el suflé tardó poco en desinflarse.

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La historia del BSG Chemie en el Zentralstadion no es precisamente de amor. Foto vía Imago

Con el paso del tiempo, el entusiasmo inicial de tener un estadio de primer orden quedó atrás. El coliseo dividió a los fans y al club. La discusión tenía claros tonos políticos; se trataba de si todo era válido para alcanzar la Bundesliga o de si el Chemie debía preservar la filosofía particular —crítica, antirracista y emancipadora— que la entidad había desarrollado después del cambio de milenio. En resumen: el Chemie no tiene futuro alguno en el lujoso Zentralstadion.

El porvenir, en cambio, es dulce y efervescente para el RB Leipzig, y la ciudad parece reflejarlo. En las renovadas casas antiguas, la burguesía se acomoda; llegan los BMW, los Porsches y otros lujos que reflejan la consolidación del trabajo bien remunerado. Ya nadie se acuerda de Jürgen Schneider. La creatividad está reavivando lo que antes fue un vertedero industrial; los alquileres siguen subiendo de precio en cualquier rincón.

De la antigua y decadente Leipzig se ha pasado a la moderna y dinámica Hipsezig —de hipster—. El inventor del término, André Hermann, hoy se arrepiente de haberlo creado: la nueva bohemia trajo consigo la prosperidad y no tuvo reparos en tomar prestada la definición de Hermann a modo de autocrítica, pero en la ciudad todavía queda un estrato de un pasado duro que jamás se ha superado.

"Suevos, volved a Berlín": pintada en Leipzig contra la gentrificación y el aburguesamiento. Imagen vía Wikimedia Commons

¿Cómo ha logrado Red Bull unir una ciudad que hasta ahora era capaz de levantarse como un solo hombre contra cualquier injusticia? ¿Cómo ha sido capaz la marca alemana de 'domar' a una ciudadanía activa y recelosa del poder del dinero?

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El inversor y sus colaboradores se sirvieron de una narrativa de buenos y malos para conseguir que los clubes tradicionales parecieran los culpables de todos los problemas —futbolísticos y no— de Leipzig. Para este fin, utilizaron un mensaje sesgado: el fútbol romántico era un anacronismo, la violencia en los campos tradicionales escalaba y la prensa amiga era neonazi.

Red Bull tenía un proyecto claro para el Leipzig: debía ser un club familiar, sin unos valores excesivamente definidos para poder llegar al máximo de gente, que contara con un primer equipo atractivo desde el punto de vista televisivo. Esta idea topó con una mayoría de la sociedad alemana, que no entendía el fútbol como un mero espectáculo, sino como una forma de adhesión a una comunidad.

Los fans querían un club imperfecto, pero que fuese el suyo: mientras la mayor parte de equipos alemanes hedían a barra de bar, el nuevo Leipzig olía a tapicería de coche de lujo. Fuera de la ciudad, el odio hacia este modelo creció al mismo ritmo en el que se iba imponiendo dentro.

La afición del RasenBallsport en su primera aparición planetaria durante el Mundial de Alemania 2006. Imagen vía Imago

La mayor diferencia entre Leipzig y Dresden —la capital del estado federal de Sajona y una ciudad a la que teóricamente debería asemejarse— es la fe inquebrantable en el progreso. En Dresden, un antiguo centro comercial y editorial, se han restaurado las iglesias antiguas y se ha conservado el arte barroco: allí, la gente es fan incondicional del Dynamo sin importar las veces en que los ultras la líen. En Dresden, los lunes hay una batalla entre PEGIDA y los antirracistas. La conciencia política mira al pasado.

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En Leipzig, todo esto no existe. PEGIDA no ha arraigado, el pasado parece una pesadilla y el futuro se ve como un maravilloso libro por estrenar. Es normal que el alcalde socialdemócrata de Leipzig, Burkhard Jung, hable eufóricamente del 'nuevo' club de su ciudad cada vez que alguien le acerca un micrófono. El mandatario se convierte en un ejemplo perfecto de cómo las marcas pueden arraigar en una sociedad urbana sin una identidad definida: dándosela.

El nombre de los Röten Bullen está por todas partes en las calles y en los medios locales. No es más que una traducción torpe del producto central del inversor, algo mal visto por la mayoría de aficionados. Un sector de ellos es más crítico, ya que los métodos de Mateschitz para controlar a la curva ultra, por poner un ejemplo, son un difícil equilibrio entre el mantenimiento de la tradición y la gestión deportiva moderna.

A pesar de todas las contradicciones, sin embargo, sería imposible ver al Leipzig en la Bundesliga sin el apoyo que ha tenido de Red Bull. El club y su imposición en toda la ciudad es un ejemplo del plan de negocios global que tiene la marca a nivel deportivo.

El peso de la marca austríaca se hace evidente para cualquiera que pasee por la localidad sajona. Más allá de las puertas del Red Bull Arena —el estadio del equipo, el antiguo Zentralstadion—, cada vez más lugares emblemáticos se relacionan con la marca. Leipzig ya no es la ciudad donde está el club de Red Bull: hoy, Leipzig es la ciudad de Red Bull.

Red Bull en las estaciones, Red Bull en los tranvías, Red Bull por todas partes. Así es el Leipzig de hoy. Foto vía Imago

Red Bull ha conseguido unir en siete años a una ciudad que estaba dividida. La reflexión de casi todos los aficionados en el estadio es que la marca ha ayudado al club a crecer exponencialmente; además, celebran que el RB haya apostado por una afición pacífica, que acoge a toda la familia en el campo y que nunca será conocida por la violencia que mancha otros clubes de la ciudad.

Mi exilio futbolístico en Berlín me ha permitido verlo todo desde una cierta distancia. Cuando le pregunto a un amigo cómo ha vivido todo lo relacionado con el ascenso del Leipzig, me responde que "lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia".

Él lo intenta practicar, pero es muy difícil cuando todo el mundo te felicita, así que acaba diciéndome que si alguien más le da la enhorabuena probablemente lo mande a freír espárragos.

¿Que qué pienso yo de todo esto? Bueno, como no me gusta ser descortés, creo que me armaré de paciencia… y si alguien me vuelve a felicitar por el ascenso del Leipzig, creo que le contaré la historia de cómo una marca logró subyugar a una ciudad entera.

Bastian Pauly es un periodista freelance basando en Berlín. Puedes seguirle en Twitter: @BastianPauly