Villanos: Michael Schumacher, el diablo rojo de la F1
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un ídolo arrogante

Villanos: Michael Schumacher, el diablo rojo de la F1

El heptacampeón del mundo de Fórmula 1 fue un tremendo talento que, sin embargo, usó el juego sucio y la arrogancia para llevarse varios de sus mejores triunfos.

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El Mundial de Fórmula 1 llega este fin de semana a su última cita en Abu Dabi con el título por decidir. Aprovechando esta circunstancia, nuestra serie Villanos recupera la historia de un piloto legendario que, sin embargo, siempre fue un cabroncete sobre el asfalto: hablamos de Michael Schumacher, el campeón que tenía un peculiar gusto por colisionar con los rivales cuando había un título en juego.

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El mejor piloto de la historia

En el panteón de la F1 encontramos a varios pilotos con un talento único para la conducción, y como la mayoría de genios, también encontramos a figuras con caracteres muy complejos. Entre los pilotos más célebres de todos los tiempos está Michael Schumacher, para muchos el mejor piloto de la historia —en una guerra eterna entre sus partidarios y los de Ayrton Senna—.

Sí, Michael podría haber terminado en nuestra serie Soy Leyenda, pero Schumi era muy suyo y muy cabroncete en los circuitos. El relato oficial acostumbra a olvidar los episodios más turbios del heptacampeón alemán, que entre los años 2000 y 2004 encadenó cinco de sus siete títulos en un período que solo se podría definir como una dictadura de Ferrari.

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El binomio exitoso de Schumacher y la escudería italiana situó al alemán en todos los libros de récords. En esa época todo eran sonrisas y buen rollo, y era lo normal con un tipo que consiguió su último título mundial con 13 triunfos en 18 carreras. Era 2004 y la fiebre roja estaba en su máximo apogeo.

El trío calavera. Ross Brown y Rubens Barrichello flanquean a su líder en el GP de Malasia de 2000. Foto de Zainal Abd Halim, Reuters

Evidentemente, el káiser consiguió algo muy importante, respaldar su gran talento con las estadísticas. A día de hoy, mantiene la mayoría de récords habidos y por haber en la Fórmula 1: es el piloto con más campeonatos (7), victorias (91), vueltas rápidas (77) y pódiums (155). Vamos, argumentos suficientes para que mucha gente lo sitúe en el número uno de todos los tiempos.

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El lado oscuro del alemán, sin embargo, no llegó precisamente en esa época dorada. Fue en su juventud cuando el chico de Hürth sacó de quicio a la FIA y a los rivales, aunque en la mayoría de casos se fue de rositas.

Campeón por colisión

Michael llegó a la Fórmula 1 con 22 años y un palmarés prometedor —pero tampoco de otra galaxia—; lo hizo gracias al cabreo de un taxista londinense. En 1991, Bertrand Gachot, el piloto de la escudería Jordan Grand Prix fue sentenciado a 18 meses de prisión —cumplió solo dos meses, pero fueron suficientes para hundir su carrera— por agredir con gas lacrimógeno al taxista en medio de una trifulca por un accidente de tráfico.

Eddie Jordan, patrón de la escudería, tuvo que buscarse un sustituto de urgencia para una carrera de pedigrí que Schumacher definiría más adelante como "el salón de mi casa". En Spa Francorchamps, circuito de circuitos, el alemán debutó con una séptima plaza que le valió un contrato —con otra escudería, Benetton— para la siguiente carrera y el resto de campeonato.

Schumacher, durante el Gran Premio de Francia de 1993. Foto de Jean Paul Pelissier, Reuters

El káiser se consolidó muy rápido en la categoría reina del motor: era rápido, atrevido e incluso temerario; la prensa vio en él al próximo Ayrton Senna. En 1992 llegó la primera victoria, y fue precisamente en su "salón" en Spa. Un año más tarde, calcó sus registros con un triunfo solitario en Portugal y un cuatro puesto en el Mundial.

La fatídica temporada de 1994 —la misma en que fallecieron Senna y Ratzenberger— fue la de su consolidación como el campeón del futuro. Schumacher ganó seis de los siete primeros Grandes Premios y tomó una cómoda ventaja en el campeonato; sin embargo, la perdió por culpa de dos sanciones de la FIA: la primera llegó por adelantar en la vuelta de calentamiento a Damon Hill, un piloto que él consideraba de segunda a pesar de que fue su mayor rival de la época; la segunda, por unos reglajes ilegales de su monoplaza.

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Todo ello comportó que Michael se quedara sin correr dos GP (Italia y Portugal), lo que permitió que Hill se acercara a un punto en la clasificación del Mundial con solo tres carreras por disputarse. Schumi se llevó el primer match-ball con Hill pisándole los talones, pero en la siguiente carrera se invertiría el orden en meta. El circuito de Adelaida, en Australia, asistió a un desenlace de infarto y al inicio de una leyenda.

Schumacher lideraba la prueba con comodidad hasta que cometió un error que permitió a Hill echársele encima. Tras varios intentos de adelantamiento, el británico se lanzó a por el alemán en una curva muy cerrada. Schumi se vio contra las cuerdas, así que decidió variar la trayectoria natural del monoplaza para colisionar con el Williams Renault del rival.

¡Pam! Su Benetton salió volando y se empotró contra la barrera, pero el trabajo sucio estaba hecho. Hill consiguió llegar a boxes, pero sus mecánicos no pudieron arreglar la suspensión de su vehículo. "Primero, tras el accidente, he sentido frustración, pero luego he visto que Hill no iba detrás de Mansell y por el altavoz han confirmado su abandono. Entonces me he sentido campeón", declaró Schumacher sin ningún tipo de vergüenza.

En esa ocasión, ni Hill ni la FIA se quejaron por la acción antideportiva del alemán.

"Lo que ha hecho Damon es estúpido"

El doble rasero de Michael Schumacher brilló apenas un año después de su polémica coronación. En el GP de Silverstone, Damon Hill se pasó de listo en una frenada y embistió al alemán. El contexto no era ni mucho menos el mismo, ya que el káiser iba sobrado hacia su segundo campeonato, pero se enfadó por una acción que en el fondo, era su especialidad.

"Creo que lo que ha hecho Damon ha sido totalmente innecesario. De hecho, fue muy estúpido y una maniobra de locos", declaró Michael tras el Gran Premio. En esta ocasión, Hill se defendió: "Fue un accidente de carrera, hice lo que debía hacer, pero él se niega a quedar segundo a cualquier precio".

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El momento del impacto entre Hill y Schumacher, uno de sus varios encontronazos en el Mundial. Imagen vía Reuters

Tras sumar otro campeonato con Benetton en 1995, Schumi se propuso lo mismo que Alonso hace unos años, devolver la gloria perdida a la escudería con más pedigrí del Mundial, la italiana Ferrari. Su calidad al volante no tardó en dar frutos, y en 1997 volvió a llegar a la última carrera con opciones al título.

El circuito de Jerez, en Andalucía, sacó la peor cara del alemán. A pesar de partir con ventaja, el káiser tenía que quedar por delante de su máximo rival en pista, el canadiense Jaques Villeneuve, para no perder el título. El de Ferrari lideró la prueba con autoridad hasta que en la última parada, el Williams del enemigo se le echó encima. Tras nueve meses y 17 carreras, el título se decidiría en el último suspiro.

O no. Tocaba repetir la estrategia del 94, y así de claro lo vio Schumi cuando Villeneuve le metió el morro al final de la recta trasera.

Parecía un adelantamiento limpio, pero el de Ferrari se cerró de repente y volvió a buscar el título por eliminación. Esta vez, el tiro le salió por la culata y se quedó en la grava viendo a su rival ganar el título sin oposición. Lo peor llegó después, y es que la FIA si que vio intencionalidad en la maniobra del alemán y decidió expulsarle del Mundial.

Ese borrón cambió la opinión pública sobre Michael, que vio portadas tan contundentes como las del diario francés L'Equipe, que también le definió como "el diablo rojo" de la Fórmula 1. Después de la carrera, él se limitó a decir que no hizo nada malo y que no cambió la trayectoria. Claro, Michael, lo que tu digas.

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Michael Schumacher observa a Villeneuve después de su accidente en Jerez 1997. Imagen vía PA Images

Sin duda, la arrogancia con la que Schumacher encaraba las carreras era lo que le dejaba en evidencia. Si él era el culpable de todo, él decía no saber nada; cuando los papeles se invertían, los rivales se convertían de repente en maleantes de primera.

En 1998, Schumacher se empotró contra el McLaren de David Coulthard, a lo que respondió yendo a "visitar amistosamente" al escocés cuando ambos llegaron a boxes y se vieron obligados a retirar.

El último ejemplo de la tiranía sobre las pistas llegó en la infausta temporada de 2002. El paseo militar de los Ferraris fue de traca, ya que se llevaron el Mundial de constructores por más de 110 puntos de ventaja con el segundo clasificado. A pesar de ello, la escudería de Maranello decidió que en Austria mancharían la imagen de la Fórmula 1 a base de bien.

Lo que ocurrió es que los italianos ordenaron a Rubens Barrichello, el lugarteniente de Schumacher, que dejara pasar a su compañero en la última vuelta del GP. La pasada casi sobre la línea de meta fue tan escandalosa que volvió a ensombrecer el legado del heptacampeón mundial, que en la rueda de prensa reconoció de que se trataba de una decisión premeditada que ya habían usado en el pasado.

A pesar de ello, hasta Schumi se sintió mal por lo ocurrido y le devolvió el favor —sin disimulo— unas carreras más tarde en Indianápolis. A pesar de todo, otros incidentes —como su aparcamiento ilegal en Mónaco en 2006— confirmaron que el alemán era un maestro tanto a la hora de conducir como a la hora de ser el más listo (y tramposo) de la clase.

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Schumi, empujado por los comisarios después de su 'accidente' en la clasificación de Mónaco 2006. Foto de Jean-Paul Pellisier, Reuters

Un chaval sin amigos, un ídolo arrogante

Al final, el caso de Schumacher es un reflejo de la complejidad del ser humano. ¿Por qué, si no, un piloto de su enorme talento se prestó con tanta facilidad al juego sucio? La respuesta, quizás, está en su infancia.

Schumi, como otros muchos campeones, tuvo unos inicios modestos. Su familia apenas podía costear su carrera y él tuvo que trabajar en talleres mecánicos para financiar sus primeros pasos en el mundo del karting. El pequeño Michael era un chaval muy reservado que no tenía amigos. Una profesora de su escuela explicó que era un desastre en clase y muchas veces le pillaron "copiando de compañeros o con chuletas".

Schumacher tampoco fue un adolescente cualquiera. Ya a las puertas de la Fórmula 1, el tío empezó a mostrar su gen más competitivo tanto en la pista como fuera de ella. A principios de los noventa, Schumi corría para el programa de jóvenes pilotos de Mercedes y tenía de compañero a su compatriota Heinz Harald Frentzen. Había dos cosas que le ponían de los nervios, que su compi fuera más rápido que él y que encima tuviera a una novia guapísima.

Michael se relaja durante el GP de Estoril de 1995. Foto de Benoit Dopagne, Reuters

La leyenda cuenta que después de una carrera en Le Mans Michael invitó a Corinna a dar un paseo en moto; Frentzen no volvió a saber nada de ella, y Schumi se acabaría casando con ella. Más allá de estas jugarretas de juventud, varios excompañeros de profesión remarcaron en su época el carácter frío y autoritario del alemán, que no dejaba pasar ni una, como ya hemos visto.

Hasta Lewis Hamilton, otro bad boy de la Fórmula 1, se ha atrevido a insinuar que él al menos no ha ganado sus títulos haciendo trampa. "Nunca he hecho las cosas que Michael hizo para ganar mis títulos. Gané los míos sólo con habilidades naturales", declaró el británico al diario alemán Kolner Express.

Sin embargo, quien más contundente ha sido respecto al trato personal de Schumacher ha sido uno de sus ilustres vecinos en Suiza. "No está escrito en ninguna parte que se tenga que ser un arrogante mal nacido por el hecho de ser el piloto más rápido del mundo", espetó el músico Phil Collins, gran aficionado a la Fórmula 1 que reside en la misma localidad que muchas leyendas del certamen.

Quizás sea una opinión muy contundente, pero remarca una cara poco discutida —aunque hay alguien que abrió un foro web anti-Schumacher—de uno de los mejores pilotos de la historia. Viendo el nombre de quienes están a su lado en el panteón —Vettel, Hamilton, Senna, ¿Alonso?…—, quizás sea prudente decir que para ser un piloto legendario hay que ser un poco creído y, sobre todo, bastante cabrón en la pista.

Sigue al autor en Twitter: @GuilleAlvarez41