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cáscaras literarias

El clásico rosarino encarnado en un cuento de Fontanarrosa | ES | Translation

Hablar de futbol es hablar de Argentina y sus clásicos. El clásico rosarino más recordado quedó inmortalizado en un cuento de Roberto Fontanarrosa.
Foto: DyN

No, el futbol no es solo un juego. Sí, es una religión. Todo hincha orgulloso de predicar su evangelio, aquel que escuchará y pregonará —alguno que otro hereje cometerá el sacrilegio de traicionarlo— hasta el último de sus días, "podrás cambiar de novia, pero de equipo nunca", conoce la pasión mejor que cualquier otro mortal.

Dentro de la vasta sabiduría del esférico que mueve al mundo, existe un dicho que no podría ser más cierto, y con el cual muchas veces se lucra cobrando vida en aquellas malditas imágenes de violencia que, desafortunadamente, se hacen cada vez más frecuentes los fines de semana en los estadios. Palos, petardos, cobardes encapuchados, putizas campales, heridos.

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En fin, el dicho del que les hablo va más o menos así: "No hay lugar donde el futbol tenga más miedo del monstruo (en el buen sentido del palabra) en el que se ha convertido como en la Argentina." Lo acepto, tal vez la memoria me traiciona y he olvidado las palabras exactas de la frase, o a lo mejor disfruto en demasía agregar un poco de mi admiración en todo lo que escribo, pero creo que el mensaje es claro, en la Argentina el futbol lo es todo, ni los supuestos creadores de tan hermoso deporte —los desabridos ingleses—, ni los pentacampeones del mundo y amos del (extinto) joga bonito, pueden equipararse con los hijos de la patria del tango y el orgullo desmedido en cuanto a la pasión derramada en un campo de futbol.

Roberto Fontanarrosa es uno de esos mortales que vivió en carne propia lo que era ser un hincha de verdad, no un fanático, ni seguidor, no señores, la palabra "hincha" sólo deber ser utilizada para aquellos que dedican su vida a este deporte. Escritor y humorista gráfico, Fontanarrosa nunca ocultó sus colores y su amor rabioso por el Club Atlético Rosario Central. Que quede claro, la escritura también fue una de sus pasiones, pero como el futbol jamás. Basta recordar aquella declaración donde afirmó que si había que musicalizar su vida, él escogería "el audio de la transmisión de los partidos."

"El negro" como le apodaban en Argentina a Roberto Fontanarrosa. Foto: Gentileza prensa

La pasión de Fontanarrosa —a falta de una palabra mucho más quirúrgica y digna— por el deporte del hombre quedó inmortalizada en un cuento publicado por ahí de 1982, titulado "19 de diciembre de 1971". Esta pieza literaria ha sido calificada como "EL" cuento del futbol; sin duda, un título que conlleva una gran responsabilidad, ya que hablar de absolutos siempre resulta problemático.

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Una sola lectura bastó para darme cuenta del porqué fue bautizado de esa forma. Cada palabra fluye armoniosamente como si se tratase del "tiqui-taca" de Guardiola; las descripciones atinadas y cargadas de humor y drama transportan al lector a una realidad cuya narrativa es ficticia, mas no su sustancia, ya que Fontanarrosa nos cuenta el acontecer de un momento de muchos momentos, un instante de instantes que se vivieron aquel 19 de diciembre de 1971 en el Estadio Monumental donde se disputó una de las rivalidades más encarnas del futbol argentino, el clásico rosarino entre Rosario Central y Newell's Old Boys.

Fue la semifinal del Torneo Nacional que se jugó en territorio neutral. Fontanarrosa nos detalla una escena apocalíptica, de esas que seguimos viendo hoy en día previo a los encuentros más ardientes del futbol albiceleste:

Yo no sé si vos te acordás lo que era Rosario esos días anteriores al partido. Y te digo esos días, desde semanas antes se venía hablando del partido, la ciudad era una caldera. Porque eso era lo que era la ciudad: una caldera…Prendías un fósforo y volaba todo a la mierda. No se hablaba de otra cosa, en los boliches, en la calle, en cualquier parte, saltaban chispas, pero te lo juro.

La narración en primera persona es esencial para crear un vínculo con el lector. Fontanarrosa usa el lenguaje del barrio, de las calles, del día a día, para hablarnos de hincha a hincha, sin tapujos ni términos rimbombantes; no, nada de eso, ¿por qué? Porque el futbol es la complejidad menos compleja, porque "solo" basta patear un balón para sentirse liberado. La fanfarronería desmedida de todo hincha se nos presenta de una forma tan orgánica que terminamos por reconocernos en el texto, ¿quién no ha maldecido al acérrimo rival hasta quedarse con la boca seca? Y el miedo a la pérdida del orgullo que conlleva una derrota, la idea de vernos arrodillados, por así decirlo, ante los festejos del rival, es algo con lo que no se puede vivir.

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[…] no sólo pensaban que nos iban a llenar la canasta… sino que además nos iban a meter cinco en el monumental y para la televisión. ¡Qué mierda nos van a hacer cinco goles estos culosroto! Hay partidos que no se pueden perder. Y qué, te vas a dejar basurear por estos soretes. ¡Para que después te refrieguen y te pongan la bandera por la jeta toda la vida! No mi viejo. Entonces hay que recurrir a cualquier cosa.

Porque si llegábamos a perder, mamita querida. Nos teníamos que ir de la ciudad, mi viejo. Nos teníamos que refugiar en el extranjero, te juro. No podíamos volver nunca más acá… ¡Pero acá no se iba a poder vivir nunca más con la cargada de los leprosos putos mi viejo! Ni se nombraba la palabra derrota. Era como cuando se habla del cáncer hermano.

Nos dijo que si ese partido se perdía, miles y miles de pendejos iban a sufrir las consecuencias… Iban a ser una o dos generaciones de tipos hechos bolsa. Disminuidos ante los leprosos. Temerosos de salir a la calle, de mostrarse en público. Y eso es verdad hermano. Porque yo me acuerdo lo que eran las cargadas en la escuela primaria, sobre todo. Yo me acuerdo cuando perdimos cinco a tres con la lepra en el parque… Y te juro que por una semana no me pude levantar de la cama, porque no me atrevía a ir a la escuela. Los pibes son muy hijos de puta para la cargada, son crueles. No viste como descuartizaban bichos. Que agarran una langosta y le sacan todas las patas. Son hijos de puta los pibes en ese sentido.

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La hinchada de Newell's Old Boys, mejor conocida como "La lepra". Foto: RosarioPLus

Los "leprosos" del pasaje son los hinchas de Newell's Old Boys que fueron apodados así por los hinchas de Rosario Central. La historia se remonta a principios del siglo pasado cuando el Patronato de Leprosos de la ciudad de Rosario organizó un partido benéfico entre ambas escuadras. Sin embargo, el equipo de Rosario Central se negó a participar, ganándose el apodo de "canallas" por parte de los seguidores de Newell's. A su vez, los "canallas" se desquitaron nombrando a sus rivales "leprosos".

Es imposible no soltar una carcajada al leer cada uno de los sucesos que brotan del texto y que Fontanarrosa nos presenta con su peculiar uso del lenguaje. Nos reímos porque cada descripción encierra una verdad, una experiencia universal que todos hemos vivido en carne propia. Pero al mismo tiempo, Fontanarrosa nos recuerda que el propósito inmediato de la literatura, no es crear seres repugnantes y pedantes con un vocabulario y conocimiento elitista, sino divertirnos a través de un "discurso" que nos resulte familiar y en el cual nos podamos reconocer.

Si por mí fuera, incluiría todos los pasajes del cuento que más han llamado mi atención, ya sea por su perspicacia, o por los momentos que me resultan más familiares, o ambos. Pero unas cuantas cuartillas no bastan para concentrar todo un universo de experiencias. No obstante, me doy la libertad de citar un pasaje que resulta muy relevante y familiar para el deporte moderno, aquel del "vallamelonismo"y del estado efímero, fugaz del deporte en nuestros días.

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Porque todo entra por los ojos, y vos ves que ahora, los pibes por ahí ni siquiera han visto jugar a Central o a Newell's, y ya se hacen hinchas de Central por el estadio. Es otra época. Los pendejos son más materialistas. Yo no sé si es la televisión o qué, pero la cosa es que se van de boca con los edificios.

El tema de cómo el modelo económico actual ha modificado todos los rincones de la vida humana hasta llegar al deporte es algo grave en nuestra era. Así como consumimos ciertos artículos para desecharlos poco tiempo después, así también los seguidores cambian un supuesto amor a cierta camiseta. Tampoco es de extrañarse cuando atestiguamos la forma en que los futbolistas, solo por nombrar a algunos atletas, son vistos como mercancía que se puede vender, comprar o prestar, y desechar cuando ya no rindan.

El clímax del relato no podía ser otro: el gol de Aldo Pedro Poy que le dio el pase a Rosario Central a la final, equipo que después se coronaría campeón. Este gol es conocido como la "palomita de Poy", un gol festejado como ningún otro (según los hinchas de Rosario Central), y capaz de alegrarle la vida hasta al viejo Casale, personaje central del cuento que los "canallas" llevaron al estadio como amuleto, un anciano que sentía que no pasaba nada en su vida desde hace un buen rato. La alegría del futbol se la devolvió, paradójicamente, por medio de la muerte.

Y después del gol del Aldo, yo lo busqué, lo busqué, porque fue tal el quilombo y el desparramo cuando el Aldo la mandó adentro que yo ni sé por dónde fuimos a caer entre las avalanchas y los abrazos y los desmayos y esas cosas. Pero después miré para el lado del viejo y lo ví abrazado a un grandote en musculosa casi trepado arriba del grandote, llorando. Y ahí me dije: si éste no se murió aquí, no se muere más. Es inmortal.

¡La cara de felicidad de ese viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de ese viejo! ¡Que alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el día más feliz de su vida!

Y cuando lo vi caerse al suelo como fulminado por un rayo, porque quedó seco el pobre viejo, un poco que todos pensamos: "¡Qué importa!" ¡Qué más quería que morir así ese hombre! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué? ¿Para vivir dos o tres años rasposos más, así como estaba viviendo, adentro de un ropero, basureado por la esposa y toda la familia? ¡Más vale morirse así, hermano! Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de los siglos! ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te juro, lo envidio! ¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa, hermano! Yo elijo ésa.

Roberto Fontanarrosa nos invita a adentrarnos en la literatura como una continuación de las vivencias de nuestra realidad palpable —en este caso, aquellas experiencias derivadas del deporte, en específico del futbol—. Con ello nos muestra que la literatura y el deporte no tienen por qué estar peleados, y que la combinación de ambas disciplinas solo nos enriquecen. Recomiendo ampliamente leer el cuento en su totalidad. Su conclusión no podía haber sido de otra forma porque no hay mejor sentimiento que el de darlo todo por el equipo de tus amores, incluso hasta la vida.

No te puedes perder la narración del cuento en la voz de Alejandro Apo que le añade el toque de picardía con el que Fontanarrosa quiso que se leyera.