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JFK

El estadounidense fofo: El día que John F. Kennedy condenó a su nación por su juventud obesa

En 1960, John F. Kennedy escribió un artículo para Sports Illustrated en el que condena a los Estados Unidos por la cantidad de jóvenes obesos. Para bien o para mal, sus ideas siguen vigentes.
U.S. National Archives and Records Administration

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John F. Kennedy planeaba relajarse en Palm Beach después de una agotadora campaña presidencial en 1960 que ganó por un margen muy estrecho a Richard Nixon, una de las elecciones más ajustadas en la historia de los Estados Unidos. Pero a finales de noviembre, su esposa Jackie, tuvo un parto prematuro. Kennedy viajó inmediatamente a Washington para estar con ella y con su hijo, John Jr. Pasaron dos semanas en el hospital para que Jackie se recuperara y, entre mimos a su hijo y cuidados a su esposa, el presidente electo tuvo tiempo de escribir un artículo para Sports Illustrated.

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Bajo la petición de los editores de la revista, Kennedy usó las páginas para expresar su descontento en un texto que titularía The Soft American (El estadounidense fofo). El artículo no es más que una burla hacia la gente con sobrepeso, con un discurso retrógrada, pero profético, anclado a las ideas que siguen haciendo ruido en el ático psicosocial de los Estados Unidos.

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En más de 2.000 palabras, el presidente número 35 de los Estados Unidos vincula el miedo de la ciega sumisión estadounidense de Teddy Roosevelt con la paranoia de la Guerra Fría. Kennedy expresa su angustia por la niñez que pierde su tiempo frente a la caja boba —¿os suena familiar?— mientras anuncia la preocupación contemporánea por los supuestos peligros de los trofeos de participación. Predice, sin querer y sin ningún tipo de base científica, una crisis en la salud pública, y encapsula sin astucia el problema de la clase privilegiada como meritocracia.

Sin embargo, Kennedy se dedica principalmente a señalar a un país que, al menos en su mente, había producido demasiados niños obesos.

Kennedy no había escrito en una aspiradora histórica. Su ensayo hace referencia al discurso de Roosevelt de 1899 titulado The Strenuous Life, el cual podría ser fácilmente considerado el predecesor de The Soft American. Parado en el lujoso Hamilton Club de Chicago, Roosevelt postuló su famosa frase "una vida de calma indolente, una vida con el tipo de paz que surge de la ausencia de deseo o poder para lograr grandes cosas no es digna de una nación o un individuo".

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Esta fue más o menos la estocada del artículo de Kennedy, aunque menos abstracto. El presidente electo no sólo estaba preocupado por la escasez colectiva de ambición y motivación; estaba preocupado de que dicha ambición y motivación comenzara y terminara en el sillón. "El cruel hecho de todo esto es que existe un gran número de jóvenes estadounidenses que están descuidando sus cuerpos, que cada vez se hacen más 'fofos'", escribió. "Y esto puede destruir a una nación y despojarla de su vitalidad".

De muchas formas, Kennedy sólo había expresado la preocupación de Rooselvelt a principios de siglo. Roosevelt vivió una época donde existían rivalidades entre los imperios europeos, vio a las naciones chocar, y tenía la preocupación de que los hombres estadounidenses no estuvieran listos para luchar. Advirtió que "gente más atrevida y fuerte" pasarían por encima "de nosotros y dominarían el mundo".

Roosevelt tenía razón sobre una cosa: el choque de naciones. Dos veces. Después de todo, Estados Unidos no saldría mal parado del conflicto; la frase "Campeones Mundiales Consecutivos" es prueba de ello. Por lo tanto, un agudo observador de la historia podría concluir que la victoria sobre el campo de batalla está relacionada con la capacidad industrial, el ingenio científico o la voluntad de crear y lanzar dos bombas atómicas, y no el número de lagartijas que un ejército pueda hacer. Sin embargo, no fue así para Kennedy.

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¿Por qué? Para el presidente electo, el proceso de reclutamiento del ejército estadounidense para la Guerra de Korea no salió del todo bien. Kennedy destacó "el declive en la fuerza física y habilidad de los jóvenes estadounidenses" en aquella guerra como "el primer indicador" de su debilidad. También argumentó que "casi uno de cada dos estadounidenses había sido rechazado por el ejército por no ser mental, moral o físicamente aptos".

Tomemos un breve desvío de los hechos. Antes que nada no queda claro cómo es que Kennedy planeó abordar el rechazo de los estadounidenses por no ser mental o moralmente aptos o cómo esto reflejaba su falta de condición física o si de verdad le preocupaba. Segundo, un estudio en 1946 reveló que el porcentaje de rechazos por el ejército en los meses previos al ataque en Pearl Harbor fue de 52,8% para "todos los hombres examinados" —es decir, fue incluso más alto que el porcentaje que preocupó tanto a Kennedy dos décadas después—. Los porcentajes se desplomaron después de la catástrofe en Pearl Harbor conforme las salas de reclutamiento eran presionadas para mandar a más jóvenes a la guerra, sin importar si estaban listos o no.

En otras palabras, el comentario de Kennedy "el aguante y la fuerza que requiere la defensa de la libertad no son producto de un entrenamiento básico de una semana o un mes de acondicionamiento" ni siquiera sirve de apoyo para un escrutinio básico. Además, el mismo estudio proveyó un listado con cinco puntos detallando que los porcentajes de rechazados era una pobre manera de medir la salud de la nación —por ejemplo, entraban en juego los cambios en los estándares militares o la demografía de quien estaba siendo reclutado— e incluso citó a Leonard G. Rowntree, en ese entonces Jefe de la División Médica de Reclutamiento, quien dijo que "el ejército aceptaba el porcentaje de rechazados como una medición de la salud del país sólo con las limitaciones inherentes presentes de dichos porcentajes".

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De todos modos, Kennedy estaba obsesionado con su narrativa. Presentó evidencia de que la juventud estadounidense estaba quedándose atrás en salud física. Los estudios Kraus-Weber revelaron que el 58% de los niños estadounidenses reprobaron una prueba de flexibilidad y fuerza básica, mientras que sólo el 8% de los niños suizos fallaron. Como era natural, esto preocupó a quien pronto sería el nuevo presidente, ya que tenía miedo de que sus soldados regordetes se agarraran a golpes con los rusos, al estilo Rocky IV, si la Guerra Fría se calentaba de un momento a otro.

"La Unión Soviética representa un adversario poderoso e implacable determinado a mostrarle al mundo que sólo el sistema comunista posee el vigor y la determinación necesarias para satisfacer las aspiraciones de progreso y la erradicación de la pobreza y el deseo", escribió el presidente. "Aceptar el desafío de este enemigo requerirá determinación, voluntad y un gran esfuerzo de parte de todos los estadounidenses. Sólo si nuestros ciudadanos están físicamente aptos serán capaces de lograrlo".

Captura de pantalla vía Youtube

¿A qué o a quién se tenía que culpar por la obesidad de los adolescentes estadounidenses? Kennedy tuvo varios objetivos, pero siempre mencionaba aquellos que siguen resultando familiares. Le echó la culpa a los coches: "Un simple recorrido por los estacionamientos de una preparatoria promedio nos dirá qué ha pasado con la tradicional caminata hacia la escuela que ayudó a construir cuerpos sanos". También criticó la televisión, el cine, y culpó a "los espejismos y distracciones de la vida moderna" que "alejan a nuestros jóvenes de la actividad física". Nos dan escalofríos solo de pensar lo que Kennedy diría sobre los selfies.

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Como bien sabemos, el llamamiento de Kennedy para erradicar las "llantas" de la juventud no acabó con las industrias del cine y la televisión. Tampoco provocó el rechazo de la comodidad de la modernidad entre los estadounidenses como las lavadoras y los supermercados. Sin embargo, su artículo tocó el nervio nacionalista y produjo efectos duraderos.

Primero surgió la Prueba de Salud Física Presidencial, y con ello décadas de humillación en los patios de las escuelas. Cuando concluyó la Guerra Fría sin un sólo disparo, y mucho menos con el choque apocalíptico entre estadounidenses obesos y fornidos rusos, la prueba caducó, pero las escuelas siguen obsesionándose con la humillación de los alumnos y, en algunos casos, provocan desórdenes alimenticios en los niños. Mientras tanto, los porcentajes de obesidad en la niñez a la alza, de un 5% en 1970 a 17% en 2010, son mucho mayores que aquellos que Kennedy vio durante su época.

Por ello no nos sorprende que obligar a los niños a hacer lagartijas en todos los grados no haya ayudado a solucionar el problema de la obesidad, ya que entran en juego otros factores sociológicos. Por ejemplo, el gobierno subsidia el azúcar, uno de los contribuidores más grandes de la obesidad y el ingrediente obligatorio en todo snack dirigido hacia la niñez.

Por más sorprendente que parezca para nuestra opinión moderna, no hay algo en el artículo de Kennedy que hable de hábitos alimenticios. Es entendible, ya que en esa época la nutrición y la ciencia comenzaban a unirse, pero una semana después de la publicación de su artículo, el New York Times publicó una nota en la página 34: "La gordura de un niño podría convertirse en un obstáculo". El especialista en salud infantil, Edward T. Wilkes, había publicado un estudio con 300 jovencitas que reveló que "tres cuartos de los jóvenes sienten hambre entre comidas y consumen dulces, pasteles, helado o batidos de chocolate para sentirse satisfechos. Muchos consumen alimentos con altas calorías mientras ven la televisión".

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Ejemplo de la dieta estadounidense de 1950 al presente. Foto por National Cancer Institute, vía Wikimedia Commons

El diagnóstico de Kennedy en torno a la obesidad como una amenaza a la seguridad nacional fue un tanto histérico, y su solución —básicamente hacer más lagartijas— terriblemente incompleta. Es cierto, es mucho más saludable para los niños correr y jugar que estar sentando y comiendo. El problema es que abordo el tema con argumentos vacíos.

Al mismo tiempo, el presidente electo destacó, sin querer, un punto más amplio sobre la salud nacional y el bienestar que trasciende su época. De acuerdo con la nota de publicación al frente de la entrega, Sports Illustrated había pedido a Kennedy escribir el artículo por su actividad física a sus 43 años. Un fotógrafo los siguió por su mansión para presenciar su estilo de vida, y las fotos aparecieron después del infame artículo. Kennedy aparecía caminando en su playa privada con un saco, sentado en su bote recibiendo el sol, y escribiendo en su cuadernos de notas listo para navegar.

Esto era, supuestamente, la "vida vigorosa" de la que hablaba Kennedy. Es un testamento del privilegio estadounidense, en el cual la gente más adinerada y afortunada del país —por la simple virtud de haber nacido en la familia correcta— puede vivir porque tiene los medios para hacerlo.

Tal vez si todos tuviéramos una playa privada en la cual correr o un bote para salir a pescar o el tiempo para hacer ambas actividades, el resto de nosotros podría disfrutar el mismo estilo de vida. Pero esto nunca ha sido verdad, y mucho menos hoy en día. Uno de nuestros peores hábitos es escuchar a la gente adinerada decirnos a los menos afortunados cómo comportarnos, mientras ignoran la realidad como es.

Sabemos que la obesidad infantil está vinculada con futuros problemas de salud. Pero no se gasta lo suficiente en programas de educación física en las escuelas; se entregan desayunos baratos y carentes de nutrientes; se ven los deportes para jóvenes como un carrera por el prestigio y becas para la universidad; los niños son constantemente bombardeados con anuncios de basura; no se atiende el problema de los más necesitados que consumen alimentos no saludables porque son más baratos; es más fácil "motivar" a las personas a que se inscriban a un gimnasio en lugar de mejorar el sistema de salud. Cualquiera puede ser un individuo saludable si así lo desea. Y también si tienen un lugar en Kennebunkport.