El joven que perdió una pierna y cruzó Canadá corriendo para luchar contra el cáncer
Imagen vía Youtube

FYI.

This story is over 5 years old.

una maratón al día

El joven que perdió una pierna y cruzó Canadá corriendo para luchar contra el cáncer

Terry Fox era un chico normal a quien amputaron una pierna por culpa de un cáncer. En vez de sumirse en la desesperación, Terry decidió cruzar Canadá corriendo para luchar contra la enfermedad.

Sigue a VICE Sports en Facebook para descubrir qué hay más allá del juego:

El dolor de rodilla apareció por primera vez en 1976. Obstinado y cabezón, a ese joven canadiense no le importaron demasiado las molestias articulares; primero creyó que tendrían algo que ver con un accidente de tráfico y, más tarde, cuando volvieron, se dijo a sí mismo que serían la consecuencia lógica de su intensa actividad como jugador de baloncesto y corredor de pista.

Publicidad

Los médicos le recetaron unos antiinflamatorios en febrero de 1977, pero en marzo el chaval estaba de vuelta al hospital. Por entonces apenas podía caminar, y los análisis trajeron consigo muy malas noticias: Terry Fox tenía un osteosarcoma en la pierna derecha. Los doctores le comunicaron de inmediato la cruda realidad; para evitar la propagación del cáncer, deberían cortar por lo sano… y amputarle la pierna.

Más deportes: Así es volver al baloncesto tras un cáncer

En vez de derrumbarse, Fox reaccionó buscando maneras de reconducir su existencia. La tremenda determinación que le otorgó el azar de la vida —el mismo que le arrancó una pierna— le convertiría en un fenómeno de masas en Canadá.

La noche anterior a la operación, Fox leyó un artículo sobre otro amputado, Dick Traum, en la revista Runner's World. El año anterior, Traum se había convertido en el primer atleta en completar la maratón de Nueva York con una pierna prostética. Todavía con dos piernas, Terry decidió que él quería hacer lo mismo en el futuro… y vaya si lo hizo.

Al cabo de unas semanas Fox ya caminaba por sí mismo con la ayuda de una prótesis; un mes después estaba jugando a golf con su padre. No todo eran alegrías, pues el joven de 19 años estaba sumido en un programa de rehabilitación y quimioterapia que se alargaría 16 meses. A pesar de todo, se sintió un afortunado porque a su alrededor tenía a compañeros con peores perspectivas.

Publicidad

En el hospital, entre náuseas y mechones de pelo esparcidos por el suelo, Fox sintió una responsabilidad enorme con el resto de enfermos. En vez de huir, el joven canadiense decidió cargar con ella.

En verano de 1977, apenas medio año después de perder la pierna, los Vancouver Cable Cars —un equipo de baloncesto de silla de ruedas— llamaron a Terry para que se uniese al equipo. Su desempeño fue brutal y su adaptación muy rápida: en su primera temporada se alzó con el título de campeón nacional. Con Fox en el equipo, los Cable Cars volverían a levantarlo en otras dos ocasiones.

El sueño de Terry, sin embargo, no era ni jugar al baloncesto ni ganar trofeos. Él quería pisar el asfalto y la tierra al ritmo de su trote maltrecho para dar a conocer el cáncer y recaudar fondos para erradicar la enfermedad. En 1979 empezó a entrenarse para un proyecto muy ambicioso: correr una maratón diaria.

Imagen vía Tumblr

Con la tecnología de la época era imposible evitar que sus zancadas fueran incómodas, dolorosas y nada convencionales: Terry, no obstante, persistió con sus planes. La Marathon of Hope (Maratón de la Esperanza) era su gran objetivo, una auténtica locura incluso para cualquier hombre o mujer en plenas facultades: cada día, sin descansos, Fox iba a correr 42 kilómetros con el objetivo de atravesar el país de punta a punta.

"La parte de correr me la podéis dejar a mí, aunque tenga que arrastrarme hasta el último kilómetro ", escribió en una carta a la Sociedad del Cáncer de Canadá.

Publicidad

"Un día, los sentimientos de quienes me rodeaban en la clínica me hicieron despertar", añadía Fox. "Había rostros con sonrisas de valentía y había otros que ya no podían sonreír. Había sentimientos de negación y esperanza, pero también mucha desesperación".

"Mi meta no iba a ser egoísta. No podía marcharme sabiendo que esas caras y sentimientos seguirían allí por mucho que yo me librara de todo eso", proseguía la misiva antes de llegar al punto culminante. "En algún momento, el dolor debe parar… así que estoy dispuesto a llevarme al límite por esta causa".

En abril de 1980, tras miles y miles de kilómetros de entrenamiento, Terry Fox se plantó en la línea de salida del mayor reto de su vida en St. John's, la ciudad más oriental de Canadá… y empezó a trotar. Por cada zancada con su pierna maltrecha, el joven daba dos saltitos con su pierna izquierda.

Al principio nadie le dio demasiada importancia al asunto. Terry, sin embargo, acumuló kilómetros, dolor físico y ampollas en los pies ante las inclemencias del tiempo. La lluvia y el frío tampoco le derrotaron: poco a poco, Fox fue avanzando por el continente americano.

"Si fuera a ver al médico cada vez que tengo un quiste o una quemadura todavía estaría en Nova Scotia. Ni siquiera habría empezado", declaró Terry cuando ya había superado los 4 000 kilómetros y se adentraba en la provincia de Ontario. "He visto a gente pasar mucho dolor. El poco que estoy sintiendo yo no es nada en comparación".

Publicidad

En las provincias atlánticas y en Quebec, Terry prácticamente no recibió apoyo moral externo: solo su hermano Darrell y su amigo Doug Alward, que le seguía con una camioneta en la que dormían, le acompañaban en el día a día.

En Canadá hay varias estatuas dedicadas al corredor: esta está situada en Thunder Bay, donde el cuerpo del corredor dijo basta. Imagen vía Wikimedia Commons

Solitario y magullado, todo cambió cuando Fox alcanzó Ontario. Allí la prensa se fijó en su increíble relato y la gente empezó a salir a la calle para animarle. El primer ministro Pierre Trudeau, padre del actual premier canadiense, le recibió oficialmente y Terry incluso pudo conocer a su ídolo deportivo: el jugador de hockey sobre hielo Bobby Orr.

La gente empezó a correr algunos tramos junto a él; la policía empezó a escoltar su caravana; el fenómeno creció de manera exponencial.

Poco a poco, los dólares iban acumulándose para apoyar su causa contra la enfermedad y Terry siguió avanzando hasta que, el 1 de septiembre de 1980, una tos muy fuerte le obligó a parar en seco. El cáncer había vuelto y se había extendido a sus pulmones.

Llevaba 143 días en la carretera y más 5 373 kilómetros recorridos; la Maratón de la Esperanza se detuvo en seco en Thunder Bay, pero la acción benéfica aún tenía mucho recorrido.

En febrero de 1981, la iniciativa de Fox llegó a la cifra de 24 millones de dólares recaudados: ese número simbolizaba la voluntad de Terry de sumar un dólar por cada ciudadano canadiense. El 28 de junio de ese año, el joven que inspiró a toda una nación falleció; eso sí, dejó un legado perenne que se extiende hasta nuestros días.

Publicidad

Hasta hoy, la Fundación Terry Fox ha recaudado más de 700 millones de dólares canadienses —unos 500 millones de euros—, la investigación ha aumentado la esperanza de vida para los pacientes de osteosarcoma hasta un 70% y su relato ha permanecido para recordarnos que, en medio de una sociedad que cada vez valora más lo individual y premia al egoísta, el verdadero valor del ser humano es compartir y pensar en los demás.

"El cáncer me hizo entender que ser egoísta no es una buena manera de vivir. La respuesta es intentar ayudar a los demás", pregonaba Fox.

"Aunque yo no pueda terminar, otros deben continuar la maratón. Todo esto debe seguir sin mí", comentó poco después de conocer su recaída.

Sus deseos se han cumplido: cada año, millones de corredores participan en la Terry Fox Run, una carrera que se disputa en más de 9 000 puntos de Canadá de manera simultánea. Mientras tanto, un atleta francés llamado Guy Amalfitano y que también perdió la pierna está siguiendo los pasos de Fox y pretende cruzar el país en 180 días para completar el camino que su predecesor dejó a medias.

"Además de rendir homenaje a Terry, este reto quiere traer esperanza a todas aquellas personas que piensan que no se puede combatir la fatalidad", explica Amalfitano, que corre sin prótesis y con muletas. De momento, Guy está en Québec y ya ha recorrido más de 2 000 kilómetros en 48 días.

Sigue al autor en Twitter: @GuilleAlvarez41