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¿Qué podemos aprender de las payasadas de Donald Trump en la WWE? | ES | Translation

Ponlo frente a una multitud y hará básicamente de todo.

Los abucheos empezaron antes de que Donald Trump tomara el escenario del Madison Square Garden y no cesaron hasta que terminó de hablar cinco minutos después. Se trataba de la ceremonia de inducción de Trump al Salón de la Fama del World Wrestling Entertainment que se realizó en abril de 2013 con la intención de honrar una historia simbiótica con la promotora que tiene su origen en 1988. El discurso de Trump nos hizo recordar aquella vez que conoció a Andre el "Gigante" en WrestleMania IV, o cuando desafió al presidente de la WWE, Vince McMahon, para "pelear". Pero, con excepción de la presentación de su hija plástica, nada detuvo a la multitud de gritar "¡No te queremos!"

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Sin embargo, al final de sus comentarios, el magante de Manhattan elogió su nuevo estatus como miembro del Salón de la Fama. "Lo considero el honor más grande de todos", dijo.

Tres años después, la presencia del presunto candidato republicano a la presidencia en el mundo de las luchas nos ha regalado una de las metáforas más fáciles de comprender de este ciclo electoral. El mundo de la lucha profesional —un teatro bien armado e hiperbólico para nada alejado de la grandilocuencia de una campaña electoral moderna— es el lugar perfecto para analizar el gusto de Trump por el combate retórico y su atractivo populista del estadounidense promedio. En ocasiones, el mismo Trump adquiere la forma de la WWE. ¿Pero qué tanto podemos aprender de un candidato a la presidencia, como lo es Donald Trump, por medio de sus vínculos con la lucha profesional?

Sin duda es parte de su currículo, al igual que su chafa aerolínea. En 1988, Trump compró plazos consecutivos de WrestleMania IV y V a Atlantic City. En 2004, Jesse Ventura entrevistó a Trump en WrestleMania XX, segmento donde jugueteó con la posibilidad de llegar a la Casa Blanca en el futuro.

Tres años después, Trump obtuvo su propia historia. Todo comenzó en un Monday Night Raw. McMahon actuó como el cacique malhumorado de la lucha, mientras que Trump era el millonario benevolente que pasaba a visitar vía la gigantesca pantalla.

Su discusión planeada llegó hasta el cuadrilátero el mismo año en WrestleMania 23. La llamada "Batalla de los multimillonarios" se dio por medio de representantes —Trump eligió a Bobby Lashley, futuro peleador de Strikeforce y Bellator, mientras que McMahon optó por Umaga—, pero Trump logró conectar uno que otro golpe.

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Más tarde esa misma noche, antes de que Trump regresara brevemente para "comprar" a la WWE en 2009, se llevó una lección por parte de Steve Austin "Stone Cold".

Trump aprovecha cada aparición en la WWE para dar pistas de sus intenciones políticas. En la ceremonia de inducción habló de WrestleMania 23: "Hasta la fecha tiene los niveles de audiencia más altos, el pago por evento más alto en la historia de la lucha de cualquier tipo". Si sustituyes algunas de estas palabras bien podríamos estar hablando de las cifras de sus encuestas durante las primarias. En el circo de la lucha profesional, Trump encaja a la perfección.

De todos modos no se trata de algún campeón intercontinental. La lucha profesional es un negocio de historias planeadas y resultados predeterminadas que los luchadores profesionales tiene que completar. Por su parte, Trump improvisa sin mucha coherencia sus puntos argumentativos, a tal grado que es penosamente obvio cuando mete la pata con el teleprompter. De todas formas, es demasiado frívolo para apegarse a un guión: consideremos que su boleto para la Cena de Corresponsales en la Casa Blanca de 2011 (donde el presidente Obama lo hizo pedazos) fue gracias a el Washington Post, periódico del cual retiró las credenciales de prensa la semana pasada. Y en lugar de ser un experimento químico andante como el resto del plantel de la WWE, Trump ni siquiera se ejercita. "Todos mis amigos que hacen ejercicio todo el tiempo, tiene que ir a reemplazar sus rodillas, son un desastre", dijo a New York Magazine el año pasado. Para él hablar ante sus seguidores equivale a hacer ejercicio.

La parte más extraña es que Trump parece, de alguna forma, mucho más agradable en el contexto de la lucha profesional de lo que es como político. Por supuesto, cuando tu atractivo político se basa en caprichos y nimiedades, xenofobia dirigida a la mixta sociedad estadounidense, poca tolerancia ante las críticas y te aprovechas de un electorado desinformado, todo en nombre de "The Establishment", no es difícil ser odiado.

Pero, de acuerdo a algunas versiones, el Trump alejado de su personaje público es agradable. Court Bauer, ex escritor de la WWE que ayudó a redactar la "Batalla de los millonarios", expresó que Trump "fue una persona fantástica con la cual trabajar. Algunas personas no pueden con la presión. Él no tuvo esa ansiedad, le vi muy confiado".

Esta es la lección sobre cómo el pasado de Donald Trump en la WWE aplica para su presente político: ponlo frente a una multitud —que lo adore, abuchee, o lo que sea— y hará básicamente de todo.