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rumbo al centenario

El rompimiento político entre Uruguay y Argentina tras el Mundial de 1930 | ES | Translation

La gran rivalidad entre Argentina y Uruguay nació en la Copa América pero tocó su clímax en el Mundial de 1930. La final de ese año marcó un destino deportivo y político.

La grave crisis económica y social que vivía Europa tras la Primera Guerra Mundial y los conflictos que se comenzaban a gestar en el Viejo Continente previo a la Segunda Guerra Mundial suponían que para la Copa del Mundo de 1930, a celebrarse en Uruguay, habrían notadas ausencias de selecciones poderosas.

En aquel año, Sudamérica habría sus puertas para que se disputara el primer Mundial de su historia. Catorce años antes, el Cono Sur había iniciado las competencias futbolísticas con el Campeonato Sudamericano, hoy llamado Copa América. Así, la rivalidad entre selecciones como Argentina, Uruguay, Brasil o Chile tenía ya el historial de doce torneos disputados: seis títulos para Uruguay, cuatro para Argentina y dos para Brasil.

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La final más disputada en aquellas Copas América de antaño habían sido los choques entre Uruguay y Argentina, la cual se repitió en siete ocasiones de los 12 partidos de los que ya hablábamos. El Clásico de La Plata había nacido, así que para el Mundial de 1930 ambos equipos llegaban con la obligación de ganar y mostrar al mundo cuál de los dos equipos era el mejor.

Conforme la fecha del arranque del Mundial se acercaba, los conflictos aumentaban. Jules Rimet, titular de la FIFA en aquel entonces, tuvo que viajar a Europa para conseguir que equipos como Francia, Yugoslavia, Bélgica y Rumania participaran en el torneo. Mientras Uruguay se rasgaba la bolsa de dinero para aportar económicamente al viaje de dichas escuadras y batallaba para culminar con la construcción del mítico e histórico Estadio Centenario de Montevideo.

La situación fue tal y como se pensó: América iba a dominar a Europa y la final estaría enfocada en Uruguay y Argentina. Los charrúas vencieron a Perú por la mínima, después golearon 4-0 a Rumania y en semifinales aplastaron 6-1 a los yugoslavos; por su parte, la albiceleste disputó un juego más en la fase de grupos derrotando 1-0 a Francia, 6-3 a México y 3-1 a Chile para que en semifinales goleara 6-1 a los Estados Unidos.

La final estaba planeada para el 30 de julio de 1930 a las 14:00 horas. El ambiente no era precisamente de fiesta, sino de tensión total pues desde Buenos Aires estaba organizada una gran invasión de seguidores argentinos, mientras que dentro del Centenario, como la lógica lo dice y la localía lo dicta, los uruguayos serían mayoría.

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Seis horas antes de la final las puertas del estadio fueron abiertas, para que un par de horas antes el Centenario estuviera lleno. Al final, fueron 90 mil almas las que ingresaron al inmueble de las cuales se dice, 15 mil eran argentinos.

Jugadores argentinos entrando al Centenario previo a jugarse la final

Los jugadores de la albiceleste se habían quejado de los malos tratos recibidos por parte de la policía uruguaya quienes supuestamente los habían amenazado con bayonetas, con golpearlos o con insultos verbales. La queja alcanzó también a los seguidores uruguayos quienes habrían intimidado a los seleccionados rivales. Francisco Varallo sostuvo lo siguiente: "Los aficionados uruguayos nos hicieron la guerra desde que llegamos porque sabían que el título iba a estar entre ellos y nosotros. Por la noche no nos dejaban dormir y nos insultaban en los entrenamientos".

La tensión era tan grande previo al juego, que dos horas antes del mismo no se tenía un árbitro que dirigiera el encuentro. El tema de la seguridad del colegiado tenía en jaque a los organizadores pues el silbante había pedido que una hora antes del pitazo final, ya estuviera esperándolo un barco en el Puerto de Montevideo que lo llevara a Europa.

El silbante en cuestión era John Langenus, originario de Bélgica. Ya con el arreglo de su seguridad, el árbitro aceptó dirigir el encuentro no sin antes tener que dirimir el primer problema entre argentinos y uruguayos: el balón.

El balón uruguayo con el que se jugó la final de 1930

Antes no había un Balón Azteca, un Questra o un Jabulani, tampoco una marca mundial que pagara millones por tener su escudo a exclusividad en la pelota con la que se jugara el Mundial. En aquellos tiempos, cada equipo llevaba su propio balón y se elegía con cuál se disputaría el partido; pues bien, antes del juego, Uruguay quería que disputara con el suyo, mientras que Argentina buscaba que fuera al revés.

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La decisión democrática de Langenus fue que el primer tiempo se jugara con la pelota uruguaya y el segundo con el balón argentino. Curiosamente, los balones jugaron en contra de las selecciones pues en los primeros 45 minutos, con esférico charrúa, Argentina se fue al descanso ganando 1-2, y después, con la de cuero visitante, Uruguay certificó el 4-2 definitivo que los acreditó como los primeros campeones mundiales.

El propio Pancho Varallo dejó una frase para la posteridad al asegurar que "ellos (Uruguay) nos ganaron por ser más guapos y más vivos. No por ser mejores jugadores". Y es que, para Uruguay, su garra y futbol fue suficiente para ganarle a su odiado rival, mientras que para Argentina, el ambiente enrarecido del juego fue factor para que perdieran aquel choque, sobre todo, la tensión que experimentaron al medio tiempo en los vestidores.

El festejo uruguayo tras vencer 4-2 a Argentina

"Mejor que perdamos, si no aquí morimos todos", recalcó Fernando Paternoster, seleccionado argentino tras el pitazo final.

José Nasazzi, defensa de Uruguay, fue el encargado de recibir la primera estatuilla de campeón de un Mundial. A las afueras del lugar, el silbante Langenus salió rápido del Centenario mientras aficionados argentinos, enardecidos por la derrota, intentaban tomar la embajada uruguaya ubicada en Buenos Aires.

Jules Rimet, tras aquel duelo, destacó que nunca antes había vivido un juego con tanta pasión como aquel Uruguay-Argentina: "Nunca antes había presenciado escenas de pasión y entusiasmo como las que hubo al conquistar la victoria. Cuando se izó la bandera uruguaya, los jugadores del equipo campeón del mundo la contemplaron con lágrimas en los ojos. Y toda la nación parecía estar unida en el orgullo por aquel triunfo".

En Uruguay, se decretaron 72 horas de fiesta nacional tras el triunfo contra Argentina. Toda actividad laboral se detuvo en el pequeño pero futbolero país oriental que había demostrado que en aquellas fechas, no había nadie más grande que ellos.

Los conflictos deportivos y extradeportivos vividos en aquella final llevaron a un rompimiento de relaciones entre Uruguay y Argentina. La Copa América no se volvió a disputar hasta el año de 1935, cinco año después de aquella final, y un año después del triunfo italiano en la Copa del Mundo de 1934.

Por cierto, aquella final de 1935 de Copa América fue nuevamente un Uruguay vs. Argentina que acabó con triunfo para los charrúas.