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FIGHTLAND

Desde un punto de vista moral, ¿el futbol americano lo es menos que el MMA?

Una mirada a las dimensiones morales del salvajismo competitivo.
Photo by Dale Zanine-USA TODAY Sports

Solía trabajar en una oficina, el tipo de lugar donde te piden ir vestido de cierta manera, y por más que intentaba pasar desapercibido, era "el chico raro que veía cosas de UFC". Finalmente, encontré la manera de platicar sobre artes marciales mixtas y convencer a mis compañeros del trabajo que no era ningún sociópata: enfaticé las estrategias y matices de los diferentes agarres, el acondicionamiento variado de los peleadores de MMA que está a la altura de cualquier otra disciplina, y los años de devoción ignorados que preceden a la primera participación de un peleador en The Ultimate Fighting Championship. Mi defensa favorita era (y sigue siendo) un mero cliché: las artes marciales mixtas son pura competencia, sin bases o pelotas o porterías que sirvan de metáforas —es decir, un deporte destilado de su esencia—.

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En aquellos días del ascenso de UFC en Spike TV y los comerciales sangrientos de The Ultimate Fighter, también supe responder a sus cuestionamientos sobre cómo podía ver algo tan brutal y sentirme bien, en cuanto a mi postura moral. La ironía es que me la pasaba defendiendo, la mayoría del tiempo, mi amor hacia un deporte que en ocasiones dejaba a jóvenes participantes inconscientes de personas que veían lo mismo —la única diferencia es que ellos lo veían cada domingo por la tarde en lugar de cada sábado por la noche, y los cuerpos sobre el césped vestían jerseys en lugar de shorts—.

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El futbol americano es popular de una forma que el MMA nunca lo serán. En ocasiones, los deportes compartirán la misma empresa televisiva y el mismo panel de expertos, pero nunca compartirán el mismo nivel de audiencia o la misma moneda cultural. Nos gusta el contacto físico, pero no la sangre. No nos importan los golpes con cascos, pero nos aterramos cuando vemos una conmoción cerebral propiciada por un puñetazo con toda la intención. Aplaudimos el momento y dejamos de lado las consecuencias. Esto siempre hará que una gran cantidad de espectadores se sientan incómodos con la honestidad de las artes marciales mixtas —se te antoja un sándwich de pavo pero no quieres echar un vistazo a los mataderos— y dicha incomodidad hace del MMA un deporte superior, moralmente hablando.

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Bueno, no es completamente cierto. ¿Cómo se mide la moralidad de un deporte, y ya ni hablar de compararlo en este sentido con otra disciplina? La comparación es especialmente tensa porque lo que tenemos son dos historias diferentes: el futbol americano ha estado a la cabeza de la vida estadounidense por más de medio siglo, mientras que las artes marciales mixtas experimentaron su reencarnación hace más o menos 16 años. También estoy restringido por mi propia historia como espectador; en los últimos ocho años sólo he visto partidos de americano de vez en cuando. Cuando era pequeño, mi padre dedicaba sus domingos a la NASCAR. Ver los autos dar vueltas hacía que me doliera la cabeza, así que encontré al MMA por medio de un módem.

El dueño de los Patriots de Nueva Inglaterra, Robert Kraft, (quien posee acciones en UFC) junto al ex dueño de UFC, Lorenzo Fertitta en 2013. Foto por Josh Hedges/Zuffa LLC

También existen las incómodas y abrumadoras similitudes. El futbol americano y el MMA son ambos representaciones de batallas donde atletas en la cima de su estado físico se lastiman por diversión. Ambos deportes tienen el riesgo de ocasionar graves lesiones, la muerte, y las insidiosas consecuencias del trauma cerebral. Hasta el momento, al menos 91 ex jugadores de la NFL han sido diagnosticados, de manera póstuma, con encefalopatía traumática crónica (ETC), enfermedad cerebral degenerativa que ha sido vinculada con los golpes repetitivos que los jugadores sufren en el campo de juego semana a semana. Luego del diagnosis póstumo de Jordan Parsons, peleador de 25 años que murió en un accidente automovilístico a principios de año, dicha enfermedad realizó su primera aparición confirmada en el cerebro de una ex peleador de artes marciales mixtas.

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Sería una sorpresa que más peleadores no presentaran la misma enfermedad, ya que la carencia de asombro se origina del intercambio de golpes en sí. Ser espectador de este deporte implica ver humanos semidesnudos sudando, sangrando, alzar sus brazos en señal de victoria, y levantarse viendo las luces con cortes en sus rostros. Además del dudoso refrán, "Las artes marciales mixtas son más seguras que el boxeo", el trauma cerebral siempre ha sido una preocupación en este deporte porque ha sido claramente visible. No hay cascos o equipo de protección en la cabeza o cualquier cosa más allá de los diminutos guantes que sugieran una mejora en el grado de protección.

Como resultado, las comisiones atléticas han impuesto medidas respecto a la salud cerebral, como resonancias magnéticas antes del proceso de licencias para pelear y largos descansos después de una pelea para evitar un mayor riesgo. Aunque estas medidas son imperfectas, al menos muestran un poco más de consciencia que someter tu cuerpo a impactos cada domingo como si no pasara nada. De un tiempo para acá, dicho interés ha motivado a algunos peleadores a cambiar sus hábitos de entrenamiento. Mientras que el método de entrenamiento similar a una pelea persiste en gimnasios de alto perfil como el American Kickboxing Academy, peleadores bastante exitosos como Donald Cerrone han reducido o eliminado por completo las sesiones más intensas de sparring, en su lugar enfocándose en el acondicionamiento físico y ensayos controlados de ciertas situaciones que podrían presentarse en una pelea.

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Tampoco es que el futbol americano no cuente con sus propios protocolos de seguridad; el problema es que aún falta mucho por hacer después de los impactos más graves. En las artes marciales mixtas, cualquier síntoma similar a una conmoción por lo general obliga al réferi a detener la pelea. En la NFL, no pasa de que un doctor te revise la pupila con una lámpara y regreses al campo de juego para meter la pata un par de jugadas después. También consideremos que, los jóvenes que entrenan MMA obtienen una versión diluida del deporte, pero someterlos desde pequeños a los rigores de las conmociones antes de llegar a una edad madura es lo que unos padres sádicos harían. Mientras tanto, un jugador de la NFL ya presenta una largo historial de traumas cerebrales que siguen desarrollándose antes de graduarse de la preparatoria.

Los esfuerzos de la NFL para ofuscar las consecuencias de las conmociones cerebrales y otros traumas cerebrales fueron tan malos que cualquier intento posterior para abordar las lesiones de este tipo, incluyendo la donación de un millón de dólares para el estudio de ECT y el pago de mil millones de dólares por una demanda, son inadecuados. Comparemos esto con el respaldo de un millón de dólares que la UFC entregó a la cínica de Cleveland, Professional Fighters Brain Health Study, esfuerzo que arrancó en 2011 para examinar qué tanto afectan los impactos repetitivos a los peleadores de artes marciales mixtas a lo largo de los años, y que se ha realizado sin escándalos o encubrimientos.

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Qué rudos. Foto por Kevin Hoffman-USA TODAY Sports

Comparada con el santuario que el futbol americano a veces ofrece para las actitudes trasnochadas sobre lo que significa ser macho y que permiten a un grupo de personas sentir simpatía por Richie Incognito, la cultura social de las artes marciales mixtas es bastante progresista. Luego de que el presidente de UFC, Dana White, declarara nunca promocionar las divisiones para mujeres, el ascenso de Ronda Rousey y su conversión en un ícono feminista convirtieron a este deporte en un vehículo para el empoderamiento de género casi por accidente. Hace siete años, White le dijo a un periodista "maricón". Se disculpó. Años después, declaró que había sido su peor arrepentimiento. Ahora los peleadores son criticados rotundamente por utilizar palabras sexistas, homófobas y xenófobas, y en algunos casos reciben castigos oficiales como resultado de sus actos. Los peleadores homosexuales han dejado su huella silenciosamente y, al menos, uno se ha convertido en campeón sin que la promotora le preste especial atención.

Todo esto es secundario al deporte en sí. En las artes marciales mixtas, la poco elegante violencia no basta. Existe una carrera armamentista por el estado físico dentro del deporte. Y por más extraño que suene, hay un lugar para aquellos que no disfrutan golpear a otras personas. Por ejemplo, Demian Maia, cinturón negro de jiu jitsu y uno de los mejores peleadores brasileños en peso wélter, quien participó en la cartelera principal en UFC este verano, ganó su pelea con un ahorcamiento y sólo lanzó cinco golpes en toda la pela. En lugar de sentirse obligado para aplastar a su contrario como sucede en la línea de golpeo, el MMA ofrece formas legítimas de ganar sin el riesgo de ocasionar un trauma cerebral.

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Por supuesto, el futbol americano tiene su propio dramatismo y belleza —por esto lo veo de vez en cuando—. Pero existe un gran problema donde el futbol americano tiene la ventaja moral: el dinero. La NFL Players Association se asegura de repartir las ganancias equitativamente entre la liga y los jugadores, mientras que los analistas estiman que UFC, la cual acaba de generar 4 mil millones de dólares, le paga a su plantilla de peleadores —ninguno es parte de un sindicato o asociación— cerca del 15 por ciento.

Ambos deportes también comparten pecados. Los dos apelan a personas horrorosas, desde Aaron Hernandez hasta War Machine. Por más que haya críticas respecto a que el equipo de protección de la NFL motiva a sus jugadores a realizar hazañas más arriesgadas, lo mismo se puede decir de las artes marciales mixtas: los diminutos guantes —una de las medidas que, podría decirse, ha hecho de este deporte algo digerible para las audiencias más sensibles— sólo se aseguran que puedas golpear el cráneo de tu oponente más veces sin correr el riesgo de romperte las manos. Con el creciente entendimiento de que el MMA y el futbol americano pueden lastimar y fracturar a los atletas, estamos obligados como espectadores a decidir hasta qué grado de daño ajeno estamos dispuestos a aguantar.

Entonces, ¿las artes marciales mixtas son superiores que el futbol americano desde un punto de vista moral? No lo sé. Sin duda es mucho menos hipócrita de ver. Humanos goleando a otros humanos es elemental para nuestra especie, pero el futbol americano nos hace creer que es algo más. Podemos ver durante cuatro cuartos a los defensivos golpear a los corredores una y otra vez, pero si se arma una trifulca en la zona de anotación, movemos nuestras cabezas en desaprobación. Es un accidente desagradable. En las artes marciales mixtas este problema habría sido evidente desde el principio y nadie habría podido ocultarlo.

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