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¡puñetazo va!

Por qué el hockey hielo no podría existir sin las hostias

Las peleas son lo más excitante del hockey, y los dirigentes de la NHL lo saben: no solo no las prohíben, sino que las fomentan... aun corriendo el riesgo de perjudicar gravemente la salud de los jugadores.
Foto: imago

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Cuando Derek Boogaard entraba en el Madison Square Garden siempre era recibido por los aficionados de los New York Rangers con cantos de "Boo" que lo homenajeaban. Boogaard fue, con sus dos metros y 120 kilos, uno de los luchadores más temidos de la NHL. Era un hombre fuerte, un enforcer —el que se ocupa de responder violentamente a la violencia del equipo rival—, y como tal daba y recibía multitud de hostias en cada partido y entrenamiento.

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Pero, tras pasarse toda la carrera deportiva recibiendo y dando, el pobre Boogaard acabó muriendo con solo 28 años. La causa oficial de la muerte fue una sobredosis de alcohol y drogas, pero al analizar su cerebro se descubrió que sufría encefalopatía traumática crónica (CTE), una degeneración gradual de la función cerebral debida a repetidas lesiones en la cabeza que le habían causado profundas conmociones.

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Las peleas pertenecen al hockey como lo hacen los mates al baloncesto. Proporcionan al espectáculo un necesario toque… especial. Algunos aficionados acuden a los pabellones casi exclusivamente para ver guantazos sobre el hielo. Pero, ¿cómo se ha creado esta tradición extraordinaria?

El momento en que todos y cada uno de los jugadores están inmerso en una pelea es bastante divertido, al menos para los aficionados

Las peleas en el hockey sobre hielo no son una novedad; de hecho, existen desde el nacimiento mismo de este deporte. Se podría argumentar, por lo tanto, que son parte integral de su ADN. No queda claro cuándo fue la primera pelea en un partido de hockey, pero la teoría más común es que en los inicios de este deporte había muy pocas reglas, por lo que la violencia sencillamente nunca se llegó a regular.

Otras explicaciones sugieren que la pobreza del Canadá rural del siglo XIX provocaba una frustración que, trasladada al hockey hielo, se traducía en multitud de peleas. También se ha sugerido que la introducción de las líneas azules —las marcas que dividen el campo en tres tercios— y el normativa que permitía pases hacia adelante en el tercio central desencadenaron un aumento de los choques físicos en los partidos.

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Sea como fuere, las peleas no giran únicamente alrededor de la fuerza bruta. Los combates improvisados también se pueden usar como una herramienta táctica —especialmente para los equipos que van perdiendo un partido. Imaginemos que un equipo cualquiera está en desventaja en el marcador: su enforcer empieza una pelea con un miembro del equipo contrario y el entrenador aprovecha para dar ánimos e instrucciones a sus jugadores. El público también reacciona, sube la adrenalina y se inicia una reacción.

Las peleas no solo son seguidas con atención por los aficionados, sino que los jugadores están muy pendientes de quien pierde: así podrán hacerle bromas en el vestuario. Foto de Blair Gable, Reuters

Los partidarios de las peleas tienen una teoría interesante: piensan que permitirlas hace el juego más seguro. Según su teoría, si las agresiones se controlan y están vigiladas por los árbitros —además de reguladas por la norma de no usar ni los sticks ni los guantes—, en las otras situaciones de juego se reducirán sensiblemente las agresiones feas.

Además, y siguiendo esta línea argumental, si se regulasen totalmente las peleas y se consideraran una parte más del juego, muchos jugadores se lo pensarían dos veces antes de empezar una pelea contra un enforcer gigante… principalmente porque podrían terminar realmente perjudicados.

Incluso habiendo razones para incluir las peleas limpias en la normativa, quienes consideran que deberían erradicarse arguyen razones de seguridad, principalmente relacionadas con el daño que estas causan a la salud. Al fin y al cabo, además de los frecuentes golpes a las cabezas sin casco en las peleas 'concertadas', hay otro enemigo a tener en cuenta: el hielo.

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Stefan Usfort, legendario jugador de los Washington Polar Bears y ahora director deportivo del club estadounidense, concedió una entrevista hace unos días a un periódico de Alemania y declaró que todavía sentía los efectos de la conmoción cerebral que sufrió en 2012. Los médicos creen que, durante su carrera, Usfort habría podido sufrir hasta 25 conmociones cerebrales.

No se puede decir, sin embargo, que Ustorf esté enfermo porque se haya golpeado con demasiada frecuencia contra el hielo; sus problemas se deben más bien al estilo extremo de juego que practicaba… y a que nunca esperó a recuperarse enteramente antes de volver a jugar tras sufrir una conmoción contra el hielo. En todo caso, y aunque sea a baja intensidad, el caso de Ustorf nos recuerda que las consecuencias a largo plazo de los golpes duros pueden ser devastadoras.

Esto es precisamente lo que le pasó a Derek Boogaard, el enforcer de los Rangers. Cuando murió, le encontraron en una fase avanzada de encefalopatía traumática crónica; antes de eso, el jugador ya expresó varias veces que padecía síntomas de pérdida de memoria y cambios de humor. Quizás no fue coincidencia que Boogaard estuviera tan deprimido y terminara siendo un adicto a las drogas.

Después de estas brutales peleas, los jugadores se van a tomar cervezas y comentan quien ha recibido más: quien pierda, paga las rondas. Foto vía Imago

Además del riesgo de padecer un daño indirecto y posterior, hay al menos un caso en el que un jugador falleció como resultado directo de una pelea. Estamos hablando del amateur estadounidense Don Anderson, de 21 años, que acabó muerto debido a las heridas que sufrió tras caer en el hielo.

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¿Cómo puede detener las peleas la NHL? A pesar de los repetidos impulsos para prohibir la lucha en el deporte, la liga no ha aplicado ninguna reforma hasta la fecha… y detrás hay una razón, que (¡sorpresa!) es principalmente económica: la lucha vende.

En 2009, el comisionado de la NHL Gary Bettman contentó a miles de millones de aficionados a las peleas: no solo no las prohibió, sino que, mientras en las ligas europeas las peleas son sancionadas con penas máximas, él impuso que los jugadores solo cumplieran una sanción de cinco minutos fuera del terreno de juego tras pelearse.

Hala, una nariz menos. Foto de Ben Nelms, Reuters

La NHL se enfrenta a un gran dilema. Las peleas son, sin duda, lo más destacado de cada partido: ¿quién no va al hockey con la secreta esperanza de ver una buena paliza? Pero nuestro morbo y ganas de diversión a costa de los otros —y el interés económico por parte de los directivos del hockey— pueden acabar con la salud de los jugadores.

El hockey hielo, como sucede en la mayoría de disciplinas, es cada vez más rápido y técnicamente más exigente. El tiempo que les queda a los enforcers para liarla es cada vez menor y probablemente acabará expirando. Lo que esto pueda significar para el futuro de las peleas en el hockey está por ver; de momento, suponemos que los guantes no dejarán de volar y los puños permanecerán listos para chocar contra mandíbulas ajenas.

En cualquier caso, lo que suele pasar cuando la testosterona se junta con la adrenalina —y esto sí que es inevitable— es que se produce un cortocircuto en la cabeza del jugador y se pone a repartir puñetazos como si no hubiera mañana.

Por eso van aún los aficionados al campo… y en última instancia, y siendo dolorosamente realistas, por eso sigue existiendo el hockey. ¡Qué le vamos a hacer!