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Rio 2016

Río 2016 y los Olímpicos en general son un desastre humano injustificable

Al igual que los Olímpicos anteriores, Río 2016 demostró que el COI sigue siendo indiferente ante el despilfarro, la corrupción, y el desastre humano que provoca el magno evento deportivo.

Todas las mañas durante 19 días, me levanté con el delicado sonido de las olas que chocaban entre sí sobre la sublime playa de Barra. Después, caminaba una cuadra y media para comprar café, disfrutando los pocos minutos de la brisa del mar que podía respirar; los breves momentos cuando Río aún era Río.

En mis caminatas pasaba por el hotel del COI, el cual se encontraba por casualidad al lado de mi Airbnb. En una ocasión vi cómo cerca de una docena de voluntarios esperaban con algún miembro del COI o sus familiares a que los Nisaan Versas adornados con la calcomanía "Familia Olímpica" los pasearan por toda la ciudad. En otra ocasión, escuché a los padres furiosos —siempre hombres con hijos— quejarse con los voluntarios por tener que esperar tanto tiempo un auto privado en una ciudad famosa por su terrible tráfico.

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Después, vi a los policías motorizados, por lo general platicando entre sí al lado de sus motos, esperando a un mandatario del COI para escoltarlo.

Leer más: Los Juegos Olímpicos y su legado para los derechos humanos

Le siguió otro grupo de voluntarios, después otro grupo de seguridad, parecido al que se encuentra afuera de los recintos. Frente al cuerpo de seguridad, se encontraban dos soldados portando armas automáticas, todo el tiempo. Del otro lado de la acera, solían pararse unos cuantos soldados más arriba de lo que parecía una camioneta 4x4. El hotel estaba cercado en su totalidad; a excepción de la entrada, la cual estaba adornada con los aros olímpicos revestidos en color oro.

Más que nada, lo que me sorprendió a lo largo de mis primeros Juegos Olímpicos fue la magnitud de la burbuja que el COI construyó para sí mismo. Posterior a su llegada al aeropuerto, miembros y burócratas eran llevados a autos privados, los cuales circulaban en carriles exclusivos —si te asomabas por la venta, lo que veías eran vallas para ocultar las favelas— y los llevaban hasta sus hoteles exclusivos, rodeados de seguridad, donde sólo aquellos con credenciales podían ingresar. Tomaban los mismos autos para ir a todos los eventos. Incluso, algunos se desplazaban con caravanas de seguridad. Una vez en los recintos deportivos, ingresaban por las entradas exclusivas para la "Familia Olímpica", cruzaban los puntos de seguridad exclusivos, platicaban por las zonas destinadas para ellos, y veían a los atletas desde sus asientos reservados. Cuando tenían hambre, gastaban los 900 dólares que se les otorgan diariamente para utilizarlos en los restaurantes y bares más exclusivos de la ciudad, sin correr el riesgo de socializar con alguien que no fuera igual de adinerado; con excepción, tal vez, de los sirvientes.

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Así es, la "burbuja olímpica" lo abarca todo hasta el punto de que el COI está convencido de que no existe tal cosa. "Estos Juegos no fueron organizados en una burbuja", Thomas Bach, presidente del COI, comentó a los periodistas el día sábado, al mismo tiempo que afirmaba una serie de mentiras demostrables, como el decir que para los JJ.OO. no se utilizó dinero público y que los brasileños estaban "unidos más allá del evento deportivo" cuando la mitad de la población estuvo en contra. Bach concluyó su conferencia de prensa evadiendo casi todas las preguntas pero añadiendo que si los Olímpicos se pudieron realizar en Río, entonces se podía lograr en cualquier lugar.

Dejando de lado las declaraciones sin sentido de Bach, existe una lección crítica en todo esto. La burbuja olímpica nos da una idea de lo poco que el COI se preocupa por los demás, y la alegre indiferencia que se respira en el "movimiento" olímpico ante la corrupción, el desperdicio que provoca, y el desastre humano que deja a su paso.

En 2010, el geógrafo Christopher Gaffney de la Universidad de Zúrich, quien ha estudiado la forma en que los mega eventos han impactado a Brasil en la última década, escribió un estudio donde predijo que los Olímpicos resultarían en una transformación radical pero negativa para la ciudad, donde las diferencias socioeconómicas incrementarían en lugar de ser abordadas. La semana pasada platiqué con Gaffney, mientras recorría Río para evaluar los daños. "Desafortunadamente", comentó, "no me equivoqué".

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Alrededor de 70 mil personas fueron desplazadas por los Olímpicos —unas 20 mil familias— y por los turbios "proyectos" a largo plazo. Miles de personas en pobreza —en su mayoría negros y hombres— han muerto por los esfuerzos de "paz" para hacer ver a la ciudad más tranquila, aunque la cifra exacta es difícil determinar.

Decir que los Juegos Olímpicos fueron una mala inversión sería insincero porque unos cuantos creyeron realmente que producirían valor público. Investigación tras investigación tras investigación han demostrado que el evento deportivo no genera beneficios económicos, y aún así las ciudades y naciones se pelean por ser anfitriones; las consecuencias son siempre desastrosas. Unos 12 millones de dólares —apenas 15 mil dólares por carioca; cinco veces el salario mínimo anual en Brasil— se gastaron en los Juegos de Río. De todo este dinero, la gran mayoría terminó en los bolsillos de los adinerados: promotoras, terratenientes, magnates de la industria de transporte, compañías de construcción gigantescas (y supuestamente corruptas). Los Olímpicos crearon un exitoso sistema regresivo de riqueza, donde se toma el dinero de los pobres y la clase media por medio de impuestos para dárselo a los ricos. Se trata de un crimen inconcebible en una ciudad donde el drenaje está colapsado, donde la violencia es endémica, la pobreza es dolorosa, y existe una carencia de oportunidades económicas para millones de ciudadanos. Río pagará durante años la realización de estos Juegos, si no es que durante décadas.

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La vida es generosa cuando estás adentro de la burbuja olímpica. Foto por James Lang-USA TODAY Sports

No todo el daño se puede medir con nueve ceros y en cifras de vidas perdidas. Hace dos semanas, Hugo Costa me dio un recorrido por Ramos, un vecindario de clase trabajadora donde una ruta de autobús que nadie quería, excepto los organizadores de los Olímpicos, acabó con los pocos parques y áreas verdes que tenían, partió su vecindario en dos, y no solucionó las necesidades de transporte de la ciudad. Ahora, los niños juegan en medio del camino porque no hay otro lugar. Después de los Juegos, aún les tomará horas para llegar al trabajo de Costa a Lima, pero al menos hay una forma práctica de llegar al Parque Olímpico…

Tristemente, nada de esto es sorpresa. De acuerdo a un estudio de la Universidad de Oxford, los últimos seis Juegos Olímpicos de verano han costado un total de 33.7 mil millones de dólares en gastos deportivos solamente. Este total no incluye los rutinarios fracasos de los "proyectos" legado —los cuales pretenden mejorar la ciudad y hacer feliz a todo mundo por un evento como este— pero que por lo general terminan en corrupción y contaminación; en el caso de Sochi, las dudosas mejoras a la infraestructura con un costo de 6.8 mil millones se esfumaron. También unas dos millones de personas fueron desplazadas, según un informe de 2008 de parte del Centre on Housing Rights and Evations en Suiza.

Sin embargo, Gaffney destaca que el modelo olímpico está lejos de estar colapsado. Al contrario —tal vez, la parte más trágica de todas—, los Juegos Olímpicos funcionan exactamente como el COI quiere. "No son errores", dice Gaffney. "No se trata de gente estúpida haciendo cosas estúpidas. Son personas estudiadas, las mejores mentes entrenadas de Europa, América, Australia y Asia, en su mayoría. Nos quieren hacer creer que son errores".

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En efecto, no hay mejor modelo de negocios que el de los Olímpicos: costos externalizados y ganancias directo a los bolsillos. Mientras que el magno evento le costó a la ciudad miles de millones para llevarse a cabo, el COI generará más dinero en Río 2016 que cualquier otros Juegos Olímpicos: alrededor de 9.3 mil millones de dólares en ingresos de marketing y 4 mil millones en acuerdos televisivos. Apenas 1.2 millones llegaron de manos de NBC, el cual no gastó un solo dólar para acomodar a sus empleados en el Copacabana Palace, el mejor hotel de la ciudad.

Los poseedores de los derechos y patrocinadores de renombre no desperdiciaron dinero. Los Olímpicos convirtieron a la ciudad en una convención de marketing. Nissan patrocinó su propio hotel en Copacabana, Samsung puso una tienda provisional, Coca-Cola erigió un espectacular gigantesco con forma de botella, y sólo se podía utilizar Visa para hacer compras en los recintos olímpicos. Muchos departamentos para turistas gastaron millones de dólares para colocar casas de hospedaje exclusivas en toda la ciudad, en vecindarios adinerados, con el propósito de atraer al tipo de personas que pueden costearse unas vacaciones en Europa o Asia. En estas mismas casas se realizaron varias juntas de compañías importantes con la esperanza de cerrar sus negocios.

Los Juegos Olímpicos en sí estaban destinados para los ricos. La Megatienda Oficial —junto a la tienda de Samsung y la gigantesca botella de Coca-Cola— se colocó dentro de una carpa del tamaño de un campo de futbol, donde los precios contrastaban con el salario mínimo de Brasil de 880 reales. Una playera común y corriente se vendía en 100 reales (30 dólares), un muñeco de peluche de la mascota de Río en 750 reales (231 dólares), los balones de futbol para niños en 300 (92), y botellas del vino oficial de Río 2016 en 80 (24 dólares). Gaffney mencionó que intentó asistir a un evento de atletismo la semana pasada, pero el boleto más barato que puso encontrar fue de 380 reales (117 dólares).

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Incluso cuando te consideras fanático de los deportes —seamos honestos, si sólo ves gimnasia, atletismo y natación cada cuatro años, entonces no eres un fan de verdad—, tu placer como espectador posiblemente no puede justificar la propaganda política autoritaria y los abusos a los derechos humanos que acompañaron los Juegos de Beijing y Sochi. Y tampoco puede justificar el festín de ingresos para los ricos en Río 2016, festín que se construyó con el sudor de los pobres y la clase trabajadora, y que además se vieron despojados de sus servicios básicos.

Dicho placer puede ser poderoso. Casi un narcótico. La noche del viernes, me encontraba en un restaurante viendo la semifinal de balonmano entre Dinamarca y Polonia con dos grupos de daneses. Fue un partido fantástico en el que un gol de último minuto aplazó el juego a tiempo extra, y finalmente las excelentes intervenciones del portero danés les permitieron pasar a la final. Fue una de esas experiencias mágicas de los Olímpicos donde te dejas llevar por un deporte que apenas entiendes, pero que te importa como si se tratara de una pasión de toda la vida.

El placer narcótico de los Juegos Olímpicos. Foto por Christopher Hanewinckle-USA TODAY Sports

En su mejor versión, los Juegos Olímpicos son una recopilación de este tipo de momentos. Son parte de la emoción de ver a Michael Phelps y Usain Bolt acumular medallas e ir más allá de los límites físicos. Pero nada de esto —desde los calurosos gestos deportivos hasta la cobertura sin sentido de un imbécil estadounidense orinándose en las estaciones de gasolina— vale la pena cuando se ha arruinado la vida de tanta gente, todo para que el COI pueda vender balones de futbol a 92 dólares, mientras le paga a las personas encargadas de la limpieza de la Villa Olímpica 1.83 dólares por hora y se queja de sus propios voluntarios colmados de trabajo.

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Hablando de los voluntarios, a lo largo del evento miles se dieron de baja por las maratónicas horas de trabajo y los descansos limitados. Es muy posible que los Olímpicos continúen en su forma actual, parasítica. NBC, la única fuente de ingresos más grande del COI, pagó por derechos televisivos hasta el 2032. A pesar de que el COI prometió realizar algo llamado "Agenda 2020" en torno a reformas responsables, sus recomendaciones son lo suficientemente vagas como para caer en el sinsentido: 115 palabras para explicar cómo convertir a la empresa que desperdicia más recursos en toda la existencia de la humanidad en algo "sustentable"; 49 más para la igualdad de género, otras 49 sobre transparencia, las últimas 32 sobre "ética". Como era de predecir, el plan Agenda 2020 no tiene forma: nadie la firmó, nadie se hace responsable de implementarla, y nadie será responsable si nunca se lleva a cabo.

Mientras tanto, el único documento que importa —el contrato del anfitrión para los Juegos de Tokio 2020— garantiza más de lo mismo. La ciudad está obligada, bajo contrato, a cumplir sus promesas del proceso de selección, sin importar el costo final. No hay medidas para proteger los derechos de los ciudadanos de Tokio; en su lugar, la ciudad está sujeta a hacer hasta lo imposible para que los Juegos estén listos a tiempo. Human Rights Watch informó que esto cambiaría para el 2024 por las cláusulas añadidas para proteger los derechos humanos y prevenir la discriminación, pero los mecanismos de implementación no son nada concretos y, hasta donde sabemos (septiembre de 2015), en los requisitos de operaciones del contrato del anfitrión del 2014 no están listadas dichas garantías.

En el futuro que se divisa, los Olímpicos continuarán siendo injustificables para cualquiera que considere que las vidas de los pobres y los marginados políticos valen algo. Por supuesto, esto no detendrá al COI de promocionar su evento como un mensaje de curación, humanidad y paz, mientras sus miembros son resguardados en autos blindados y rodeados por guardias armados. No detendrá al COI de ser lo que es, o de hacer lo que hace. Cuando estás dentro de la burbuja, los Juegos Olímpicos son un espectáculo sin igual.

Mientras conversaba con Gaffney un día hermosos y soleado en un pequeño restaurante a unas cuadras de Avenida Atlántica en Copacabana, me di cuenta lo difícil que era resumir todo lo desagradable que había percibido durante los Olímpicos. Gaffney me aseguró que él ha pasado una década intentando hacerlo, y otros mucho más tiempo. Lo seguirá haciendo pero requerirá escribir un libro, y aún así no sería garantía de poder cubrir todo. Todos los problemas, me dice, no son exclusivos de los Olímpicos. Son elementos de la condición humana moderna; los Olímpicos son simplemente una fiesta de tres semanas que, perversamente, los celebra.

Después de cada evento olímpico, existe una tradición para determinar si fue un "éxito". La decisión depende del que la esté juzgando, y lo que considera importante. Por lo general, los periodistas evalúan si el enfoque permaneció en los logros deportivos y las audiencias de televisión, en lugar de abordar los aspectos nada placenteros —como si el sufrimiento de miles y la corrupción de los mandatarios de la ciudad fuera una simple historia qué lamentar—. Pero para la gente que llama a su hogar Río, los Juegos Olímpicos no fueron simplemente inventario de programación para que NBC lo venda en anuncios. Para ellos, el evento fue real, con un impacto duradero. Desde una perspectiva de derechos humanos, intentar determinar su éxito es la pregunta equivocada. Nunca ha habido unos Olímpicos exitosos. Todos han sido, en palabras de Gaffney, diferentes tipos de desastres devastadores.

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