La Ciudad del Beisbol: El sueño del ‘Peje’ se hizo realidad
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La Ciudad del Beisbol: El sueño del ‘Peje’ se hizo realidad

Entre la Catedral y el Palacio de Gobierno, la Ciudad de México vivió el pasado fin de semana una gran jornada beisbolera en medio de un diamante de plástico.

Un diamante de beisbol en el Zócalo de la Ciudad de México suena a locura. No lo hubiera pensado ni el más beisbolero de los jefes de gobierno de la capital: Andrés Manuel López Obrador. Sin entrar en detalles políticos sólo quisiera recordar que Obrador llamó en una ocasión al otrora Distrito Federal, la Ciudad del Beisbol, en mi opinión mejor mote que Ciudad de la Esperanza.

Por segunda ocasión la Plaza de la Constitución se convirtió en un parque para jugar a la pelota, curiosamente durante el mandato de un gobernador que no ha sido conocido por su gusto beisbolero. Hemos dejado de ser la CDMX para convertirnos en la Ciudad del Beisbol, el sueño del "Peje" se hizo realidad.

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La semana previa al Mexico City Series 2016, –en el que Los Padres de San Diego y los Astros de Houston 'iluminarían´ la Ciudad con beisbol de Grandes Ligas– todo se convirtió en el Rey, la capital se cubrió de pasión por la pelota. Somos como moscas: donde haya miel, ahí estaremos para mancharnos de la pegajosa sustancia, no importa que esté rebajada con agua, como la cerveza en el Fray Nano.

De pronto, un par de días previos al primer juego entre Houston y San Diego, me enteré del Home Run Derby, con la amenaza de que sería La Revancha, la figura más relevante: Jorge Cantú, ex ligamayorista, actual primera base de los Tigres de Quintana Roo, y primer ganador de los Jonrones en el Zócalo, compartiría el cartel con Esteban el "Pony" Quiroz, Carlos "Chapis" Valencia e Iván Terrazas.

Esta ocasión participaron sólo cuatro peloteros mexicanos, a diferencia la competición anterior en la que estuvieron involucrados ocho: cuatro mexicanos y cuatro extranjeros, todos de equipos con sede en la República Mexicana.

Foto: CDMX

Esta versión del festival de batazos contó con menos publicidad que el año pasado, a pesar del ruido que generó la visita de dos equipos de la gran carpa. Aunque tarde, la mesa estaba puesta para que la plancha fuera un hervidero como es costumbre en cualquier evento de carácter público que se celebre en el corazón de la ciudad.

Sumergirse en el caótico Centro Histórico un viernes de semana santa al mediodía, con un calor que derretiría a cualquiera, es algo semejante a una crucifixión voluntaria; todo sea por elmorbo de un diamante en la plaza pública más importante de nuestro país y víctima de cualquier tipo de situaciones: conciertos, manifestaciones, un estacionamiento y por segunda ocasión un diamante de beisbol.

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El souvenir más preciado

Los stands del festival daban la bienvenida con oraciones en inglés, las gorras beisboleras nadaban bajo el sofocante calor de semana santa. Todas las miradas apuntaban al cielo, parecían suplicar algo, pero no, en realidad esperaban obtener el souvenir más genuino del evento: una pelota bateada de jonrón.

Todo esto tan parecido al ritualde una boda tradicional: la novia lanza el ramo y las féminas esperan obtenerlo para ser las próximas en casarse, no tengo idea del porcentaje de mujeres que hayan logrado un enlace después de ganar el ramo. Lo mismo pasa con la pelota que salió disparada, tenerla genera felicidad momentánea, sensación de haber sido el mejor cazador.

Me pasó. Obtuve el proyectil disparado del bat de Jorge Cantú. No lo buscaba, pero la manada de "beisboleros", en su afán por conseguir el preciado tesoro lo manoteó hacía mí, evitándome el esfuerzo por conseguir lo que cualquiera a mi alrededor deseaba, algo que se puede comprar en cualquier tienda deportiva, pero que según algunos puristas no tendría el mismo valor.

Foto: CDMX

Ya la tenía, estaba en mis manos y extrañamente me daba una sensación de felicidad que no entendía. Un policía designado para vigilar el evento me la pidió para verla:

– ¿De quién es la bola?

–De Cantú – Respondí inmediatamente, celoso de que tuviera en sus manos la pelota que segundos antes había ganado. El policía amagó en escapar con ella, sentí un coraje que pocas veces había sentido, estiré mi mano y el objeto fue devuelto para ser resguardado con recelo.

Días después, ya no siento la algarabía de haber conseguido el souvenir más deseado de aquél Home Run Derby. Adorna una repisa, no tiene una firma, y tampoco un distintivo en especial que dé crédito y avale la historia –real– que estoy contando.

La similitud con ganar el ramo en la boda toma sentido, no me convertí en un beisbolista profesional, mucho menos obtuve un remuneración económica, y si trato de presumir el "trofeo" nadie me creerá, esa bola de beisbol que vigila mi librero no tiene nada en especial, seguro fue el calor de aquella tarde la queme hizo sentir el mejor jardinero central en la plancha del zócalo.

Al final Cantú perdió el duelo ante Carlos Valencia, segunda base de los Toros de Tijuana. Y yo me quedé con la pelota de la competición que el primer ganador en la historia de los jonrones en el Zócalo perdió.