El Clásico Mundial: El programa de intercambio cultural más grande del beisbol
Eric Nusbaum

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Puerto Rico

El Clásico Mundial: El programa de intercambio cultural más grande del beisbol

El Clásico Mundial de Beisbol le dio a los fans la oportunidad de experimentar las costumbres y estilos de otros países, lejos de las tediosas reglas escritas y no escritas que gobiernan la holgada y agotadora temporada de la MLB.

John Figueroa nació en Puerto Rico, pero se mudó a Brooklyn con su familia cuando sólo tenía un año. Lo conocí entre la multitud de fans que apoyaron a la selección de Puerto Rico durante la práctica de bateo antes de la final del Clásico Mundial de Beisbol en el Dodger Stadium de Los Ángeles. Traía puesta una gorra que decía "Borniquen 508" —el nombre de su cargo en la American Legion, donde trabaja, principalmente, con los veteranos de guerra puertorriqueños en el suburbio West Cobina de Los Ángeles— y un jersey de basquetbol, también de Puerto Rico, encima de una sudadera.

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"Te sorprendería lo sencillo que fue para los puertorriqueños dar sus vidas por este país", me dijo Figueroa.

Figueroa es un Marine veterano que pasó 13 meses en Vietnam. Su barba es gruesa y gris en su mayoría, y en junio cumplirá 70 años. Su nombre real es Juan Bautista Figueroa, nació un 24 de junio, el día de Juan Bautista, razón por la que sus padres le llamaron así. Su padre murió cuando era niño.

"¿Conoces la canción En mi viejo San Juan? Mi padre solía cantarla todas las noches. Nunca pudo regresar. Murió en la Ciudad de Nueva York".

Figueroa no regresó a la isla hasta que se retiró. También estuvo en el partido contra la República Dominicana. Incluso se quedó a festejar con sus compatriotas en la explanada del estadio hasta que los miembros de seguridad los escoltó fuera del recinto a las 11:30.

El Clásico Mundial de Beisbol 2017 no fue un torneo perfecto en cuanto a su concepción y ejecución de parte de los organizadores. Los partidos se televisaron demasiado tarde para los televidentes en la Costa Este, y se promocionaron muy poco en los mercados estadounidenses para los fans que quizá hayan querido asistir a los estadios. Por si fuera poco, la selección de México fue víctima de la aplicación arbitraria de la regla de entradas extra.

A pesar de todo esto, nos deleitamos con el beisbol desplegado y el ambiente en los partidos fue inmejorable. El Clásico Mundial no es un concurso para determinar al mejor equipo de beisbol del mundo, ni para presumir el talento internacional. Es un programa de intercambio cultural: un lugar para que los fans experimenten las costumbres y estilos de otros lugares, lejos de algunas de las reglas escritas y no escritas que gobiernan la holgada y agotadora temporada de la Major League Baseball.

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En las primeras entradas del partido final, me di cuenta que estaba sentado en la gradas del jardín derecho detrás de un par de tipos vistiendo sombreros y blazers con la bandera estadounidense. Resulta que también eran Marines —veteranos de la guerra de Afganistán que habían manejado desde Camp Pendleton, a dos horas de la costa—. Era la segunda vez que vestían sus disfraces; la primera, la noche anterior en un bar.

Cuando me les acerqué, esperé una respuesta bulliciosa y menos sincera de Ryan que estaba sentado en el pasillo de las escaleras. Me dijo que el Clásico Mundial era "mil veces mejor" que un partido de la MLB, en parte por la energía de los fans de los países latinoamericanos.

"Es increíble", dijo. "Me encantaría que todos los partidos fuesen así. Mucho más emocionantes", decía esto mientras señalaba a las gradas. "Es mucho mejor, es como un Mundial de futbol".

Marcus Stroman pudo haber lanzado para Puerto Rico, pero prefirió al Team USA. Foto: Gary A. Vasquez-USA TODAY Sports.

Añadió que posiblemente habría más niños en los Estados Unidos practicando beisbol si fuese así de exuberante. Estaba sentado detrás de Ryan cuando Ian Kinsler conectó un cuadrangular para darle la ventaja a la selección estadounidense de dos carreras en la tercera entrada. Kinsler había sido objeto de críticas antes del partido por sus comentarios acerca del contraste de estilos entre el Team USA y los equipos de República Dominicana y Puerto Rico.

Poco después, Kinsler aclaró sus comentarios en una entrevista con ESPN. "Deberíamos poder jugar como queramos y como creamos que sea lo más conveniente para ganar", dijo. "Todos somos diferentes".

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Pero a pesar de lo que se dijo antes y después del partido sobre lo forma correcta o incorrecta de comportarse mientras se juega al beisbol, los cánticos de los fanáticos invadieron el estadio. Las banderas comenzaron a ondearse y todos disfrutamos del juego. Los fans estadounidenses no tuvieron pena de expresar sus emociones.

Tampoco los periodistas puertorriqueños que llegaron al estadio, en su mayoría, con el cabello rubio. Antes del partido, los reporteros con sus rubias cabelleras miraban los calentamientos y las prácticas de bateo, apuntaban sus teléfonos hacia el campo intentando capturar y transmitir hasta el menor de los detalles vía Facebook Live: el acabado brillante del guante de Francisco Lindor, la presencia de Carlos Delgado como entrenador, el aficionado que se sabía todos los nombres del plantel de Puerto Rico mientras se jugaban a lanzarse la pelota.

Su emoción fue prueba de la calidad del torneo y lo que significó para muchos. La racha invicta de Puerto Rico hasta la noche del miércoles fue mágica: la Isla del Encanto se quedó sin tinte por la euforia que desataron sus seleccionados. La población puertorriqueña en el sur de California es pequeña y dispersa, pero aquella noche la diminuta nación del Caribe estuvo bien representada.

Conocí un par de mujeres puertorriqueñas llamadas Joán y Ailene que se habían mudado a Las Vegas hace años. "La gente está unida", dijo Joán, quien trabaja en una agencia de autos. "Es lo único de lo que se habla. Es tremendo. Puerto Rico siempre ha sido un lugar donde la gente hace cosas raras para llamar la atención", comentó refiriéndose a la euforia del tinte rubio. "Gracias a Dios nos ayudó. Estamos unidos".

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En el ínfimo lapso entre los himnos nacionales y el primer lanzamiento, me topé con un hombre con una mochila y pantalones azules de mezclilla en una de las explanadas. Miraba hacia el campo detrás del home, un poco atareado, pensativo. Era Alex Cora, ex segunda base de los Dodgers de Los Ángeles y gerente general de la selección de Puerto Rico, quien se había tomado un momento de soledad antes del inicio de la locura.

Le pregunté cómo se comparaba el ambiente con aquel en el "Chávez Ravine" cuando jugaba para los Dodgers.

"Es diferente", me dijo. "Me es muy gratificante ver a los fans puertorriqueños apoderarse del Dodger Stadium. Es algo que sueñas y nunca creí que se hiciera realidad, es una locura".

Estaba orgullos de lo que su equipo había logrado. Para los fans estadounidenses, el Clásico Mundial es algo más abstracto. Después de todo es un torneo un poco raro, pero el formato permite que se den ciertos momentos mágicos, como suele pasar con el basquetbol universitario, y como sucedió con Puerto Rico por estar en la final.

"Socialmente hemos conseguido muchos logros", comentó Cora, refiriéndose a la manera en que la Isla se ha unido por el equipo. "Obviamente ganar el torneo es la cereza en el pastel".

Pero como sabemos no fue así, pues se enfrentaron a Marcus Stroman, lanzador del Team USA de madre puertorriqueña y que fue criticado en redes sociales por escoger a los Estados Unidos, después de declarar en 2013 que estaba listo para unirse a la selección de Puerto Rico.

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Stroman nació en Medford, Nueva York. Su contraparte puertorriqueña, Seth Lugo, nació en Shreveport, Louisiana. El choque entre estas dos naciones no fue una final entre dos equipos de beisbol o entre un país y uno de sus territorios. Fue un tipo de diorama atlético de la diáspora puertorriqueña en los Estados Unidos, y la compleja relación entre dos lugares profundamente intercalados para bien o para mal. En la final del miércoles, vi a algunos fans estadounidenses con gorras de Derek Jeter, y fans de Puerto Rico con jerseys de Derek Jeter.

Luego de que la participación sin hits de Stroman concluyera y fuese sustituido por el entrenador Jim Leyland ante la ovación de ambos equipos, la energía en el estadio decayó un poco en las entradas finales. El juego se cayó. El torneo se cayó. Sin embargo, en la novena entrada, mientras Puerto Rico hacia un intento inútil por regresar al partido, sus fans se congregaron en la planta baja del estadio detrás del dugout.

Por última vez, los instrumentos musicales eran sacados de sus fundas: tambores, trombones, trompetas, cualquier cosa que hiciera ruido. Los pasillos se llenaron. El acomodador levantó los hombros. "No me pagan lo suficiente para esto", me dijo. Después del out final, los fans puertorriqueños apoyaron a su equipo con La Borinqueña, su himno nacional.

El comisionado de la MLB, Rob Manfred, escoltado por una docena de guardias de seguridad con trajes obscuros, hacia su entrada hacia el campo. Se instaló un escenario a lo largo del dugout del equipo visitante. El Team USA —una constelación de jugadores All-Star que han sido injustamente definidos por aquellos que optaron no jugar el torneo— celebraban con su estatua de un águila calva sobre el montículo, y dieron la vuelta de la victoria con la bandera estadounidense.

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Un fan puertorriqueño, con el cabello rubio, levantaba una pancarta de que decía "100x35≠51".

Se llamaba Jan. Estaba acompañado de una amiga, Diani, con quien había viajado desde San Juan a Guadalajara, San Diego, y Los Ángeles para seguir de cerca el progreso del torneo. Estaban acompañados de su otra amiga, Marysol, residente de Los Ángeles. "Es la primera cosa puertorriqueña que hago desde que vivo aquí", dijo Marysol.

Conforme se fue vaciando el estadio, me explicaron que las operación 100x35 da el número total de las dimensiones de Puerto Rico. El resto del cartel es obvio: ≠51 significa el rechazo a la categoría de estado. Los Estados Unidos, argumentaron, fue una nación colonizadora que tomó más de la isla de lo que dio y que era tiempo de que Puerto Rico buscara la independencia.

Un fan puertorriqueño-estadounidense de nombre Jonuel oriundo de Ponciana, Florida, escuchaba cuidadosamente, y parecía menos seguro acerca de la idea de independizarse. Pero me dijo que ante todo era puertorriqueño primero, "Yo sería borincano aunque naciera en la luna".

En el campo, la selección de Puerto Rico felicitó a sus rivales. Los jugadores se abrazaron y saludaron. Disfrutaron sus últimos momentos antes de regresar a sus respectivos campamentos de entrenamiento.

Finalmente salimos de las gradas hacia la explanada. Mientras salíamos, pensé en lo John Figueroa, el veterano de la guerra de Vietnam, había dicho antes del arranque del partido.

"Estoy orgulloso de pertenecer a ambos países".

"¿Entonces no se molestaría si Puerto Rico pierde?"

Titubeó. No estaba dispuesto a ir tan lejos.