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nadie está a salvo

Los impredecibles peligros de los deportes de altura

Con la llegada del frío y la nieve y el inicio de la temporada de esquí, entre la comunidad científica crece la preocupación de que el público general no está suficientemente informado sobre los posibles riesgos que conllevan estos deportes.
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Este artículo se publicó originalmente en Tonic.

"¡Ayuda, que alguien me ayude, por favor!", grité mientras notaba que las piernas me fallaban. Tenía ganas de vomitar. Me notaba tan sedienta y confusa que me había olvidado de que en la mochila llevaba agua.

Pero había recorrido casi 2 500 metros de la Pikes Peak Ascent. Cerca de la línea de meta, en la cima, tropecé con un voluntario que me acompañó al interior de un edificio que se usaba como almacén pero que se había transformado en un hospital improvisado a 4 300 metros de altura.

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Cuando alcancé la señal que indicaba que quedaban tres kilómetros para finalizar, intenté repetirme a mí misma un mantra creado por Matt Carpenter, corredor que batió récords tanto en Pikes Peak como en la Leadville 100 Trail Run: "Repítete una y otra vez SEM: Siempre En Movimiento. Si eso significa correr, genial. Si implica caminar, perfecto. Si hay que arrastrarse, se hace". Pero mi abotargado cerebro no era capaz de procesar con claridad.

En un acceso de orgullo y estupidez, en lugar de pedir ayuda a los servicios de búsqueda y rescate, que estaban repartidos por todo el recorrido, de alguna forma logré llegar a la cumbre sin ayuda de nadie. A lo largo de los años, había visto a muchos corredores derrumbarse una vez cruzada la línea de meta, e incluso vomitar o desmayarse, pero nunca me había visto en la situación de ser yo misma una de esas personas. Hasta ahora.

Un enfermero y un miembro del equipo de rescate me llevaron a una camilla, donde me tumbé, presa de unos temblores incontenibles. Más tarde me dijeron que había llegado con los labios azulados y la cara lívida. Me envolvieron en mantas, me administraron oxígeno y me colocaron una vía en el brazo.

Llevaba casi un año corriendo en montaña de forma regular, a menudo con temperaturas por debajo de los seis grados negativos y a una altitud de 2 700 o 3 000 metros, equipada con calzado con clavos para no perder el equilibrio tanto en nieve como en hielo. Aquella era la novena carrera en la que participaba en esa montaña. Sin embargo, todas las duras horas de entrenamiento parecieron insuficientes.

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Sufría lo que se denomina mal agudo de montaña, una dolencia que se manifiesta a altitudes elevadas y con síntomas diversos, como dolor de cabeza, fatiga, náuseas y/o vómitos, mareos y dificultad para dormir. Puede presentarse en dos formas extremas: la primera es el edema pulmonar de gran altitud (EPGA), y se produce como respuesta a la falta de oxígeno a gran altura, lo que provoca debilitamiento de los vasos pulmonares y su posible ruptura debido a la presión. Esto, a su vez, podría provocar una peligrosa acumulación de fluido. Los síntomas del EPGA son fatiga extrema, dificultad para respirar en reposo y expectoración con sangre.

El EPGA puede derivar en un edema cerebral a gran altura (ECGA), que consiste en la acumulación de fluido en el cerebro, lo que provoca la inflamación de este y, por tanto, que no funcione correctamente. El aumento del flujo sanguíneo es una respuesta normal cuando el nivel de oxígeno es bajo a altitudes elevadas, ya que el cuerpo necesita mantener el suministro de oxígeno al cerebro. Pero si los vasos sanguíneos del cerebro están dañados, puede producirse una pérdida de fluido que lleve a un ECGA. Los síntomas de este último suelen ser estados de confusión, fiebre y pérdida del conocimiento. Ambos tipos de edema son tratables si se detectan a tiempo, pero no diagnosticados pueden resultar mortales.

Si bien el mal agudo de montaña es relativamente común entre las personas que practican deportes de montaña, todo suele quedar en leves dolores de cabeza y molestias durante el sueño que desaparecen con la aclimatación debida, buena hidratación y descanso. Pero tanto el EPGA como el ECGA, que se dan con mucha menos frecuencia, pueden evitarse con la preparación adecuada y con asistencia médica temprana en caso de que los síntomas persistan.

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Pese a que la ciencia todavía no ha sido capaz de predecir con exactitud qué perfil de persona es más propenso a sufrir mal agudo de montaña, los médicos de urgencias en zonas de elevada altitud, que a menudo también practican estos deportes, coinciden en tres aspectos cruciales: el primero, que es una enfermedad que puede descontrolarse y empeorar rápidamente; segundo, que es impredecible y puede afectar tanto al deportista más preparado como al aficionado ocasional; y tercero, que está estrechamente relacionada con el aumento de la altitud.

"La mayoría que sube a cierta altitud al principio nota un poco de dolor de cabeza y no consigue dormir bien. Luego se aclimatan. Pero en algunos casos se saltan el paso del mal agudo de montaña y lo que empieza siendo un leve dolor de cabeza, transcurridas una o dos horas y varios cientos de metros de altitud, puede convertirse en un edema pulmonar", explica Tim Hurtado, director médico del equipo de rescate del condado de El Paso.

Hurtado asegura que ambos tipos de edema son más comunes en altitudes extremas y añade que, en ocasiones, durante el viaje a su destino de montaña, un deportista puede resfriarse, algo que por lo general no supone un impedimento para continuar. "Sin embargo, una pequeña infección respiratoria mientras aumenta la altitud puede provocar también un aumento del riesgo".

La alpinista Lara Miller lo sabe bien. Con varios años de experiencia y viajes al Himalaya a sus espaldas, el pasado abril tuvo que ser rescatada en helicóptero a 5 200 metros de altura cuando ella y su compañero intentaban coronar la cima del Ama Dablam, a 6 812 metros.

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"Casi me muero ahí arriba", dijo, haciendo referencia al edema pulmonar que le sobrevino, pese a que había pasado varios días aclimatándose. "Empezó con un resfriado y un poco de malestar por la mañana", recuerda. "Así que me tomé un medicamento para el resfriado". Más tarde, ese mismo día, Lara se sentía débil, mareada y asustada. "Le dije a mi compañero que continuara, que yo volvía al campamento base". Recuerda que empezó a expectorar sangre y que podía oír su propia respiración mientras estaba tumbada, sin saber qué hacer.

"Mi compañero sabía que necesitaba un helicóptero, por mucho que yo insistiera en que me encontraba bien", explica. "Ni siquiera era capaz de caminar en línea recta. Por suerte, en el botiquín llevaba desametasona, un esteroide muy potente que elimina rápidamente el fluido de los pulmones y que todos los escaladores deben llevar si viajan a Nepal. Me mantuve con vida gracias a eso y a que me sacaron de la montaña. Lo más increíble de todo es que el día antes no podía haber imaginado jamás que me pondría tan mala".

"Por eso es tan importante no escalar solo", señala Jeffrey Gertsch, neurólogo clínico de la Universidad de California, San Diego, que también sufrió un ECGA haciendo alpinismo. "Has de ir con alguien que te vigile y sepa reconocer cuándo estás mal, porque en esos casos el cerebro no funciona con normalidad y deliras".

Gertsch pasó seis meses en el campamento base del Everest realizando experimentos sobre la susceptibilidad de padecer mal agudo de montaña. Y lo que descubrió es que la buena forma física tiene muy poco que ver con ello. "Ese es el principio de lo que lleva a mucha gente a exponerse al peligro", afirma. "Creen que estando en buena forma no les pasará nada. Piensan que, si te falta el aliento ―que es lo que pasa cuando tienes mal agudo de montaña― es porque obviamente no estás en forma, pero eso no es cierto".

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Wyand van Portliet, Unsplash

En lugar de ello, afirma que es una combinación de factores que pueden ayudar a los investigadores a determinar cómo podría verse afectada una persona, incluyendo la genética y el desarrollo —es decir, si esa persona se crió a gran altura—, así como factores agudos, entre ellos el nivel de forma física, la deshidratación, si se ha contraído un virus de bajo nivel, si no se ha dormido suficiente, o si se padece mucho estrés. Yo me había sentido cansada y algo indispuesta la semana antes del Pikes Peak Ascent.

Existe otro factor de riesgo para sufrir mal agudo de montaña que yo conocía perfectamente pero olvidé: que haber sufrido mal agudo de montaña en el pasado aumenta el riesgo de volver a sufrirlo de nuevo. Tras terminar el Pikes Peak Ascent en 2009, dije al equipo de búsqueda y rescate que me encontraba perfectamente bien cuando algunos miembros del equipo me preguntaron qué tal estaba al llegar a la cima.

Pero definitivamente no me encontraba nada bien. Aquella noche, tras un delirante viaje en coche hasta casa, tuve que ir a urgencias a que me pusieran un gotero. El diagnóstico: mal agudo de montaña y deshidratación severa.

Resulta obviamente difícil convencer a los corredores de montaña, a los escaladores y otros atletas de deportes de resistencia de que no subestimen lo mal que se sienten (o peor, convencerles de que paren). Es difícil hacerles entender que no solo es por su bien, sino que en situaciones extremas podría salvarles la vida. Tim Hurtado afirma que aunque es posible que ellos mismos no lo crean, los corredores, escaladores y esquiadores más preparados pueden sufrir mal agudo de montaña. Es más, el mismo atleta que se siente bien a 4 000 metros durante una escalada podría sufrir un ECGA a 3 000 metros en su siguiente escalada.

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"Vemos a muchas personas completamente en forma, sanas, jóvenes y que son excelentes atletas sufrir mal agudo de montaña sin previo aviso", explica. "Y luego hay otras personas que quizá llevan una vida sedentaria y que escalan como si no hubiera un mañana. Sabemos que la gente joven suele presentar un mayor riesgo, porque tienden a empujarse al límite y a escalar con mayor rapidez y no dan ocasión a su cuerpo de poder aclimatarse. Pero esto no representa al cien por cien de los jóvenes, muchos de ellos escalan sin problemas. Simplemente no entendemos por qué alguien que quizás esté totalmente bien escalando un 7 000, al escalar un pico más pequeño, se puede poner enfermo".

Aunque no existe ningún factor capaz de predecir quién va a padecer mal agudo de montaña, los médicos y los equipos de rescate están seguros de qué hacer para tratarlo: reducir la altitud. "El mejor tratamiento para el mal agudo de montaña es descender", afirma Hurtado. "La gente se siente mucho mejor incluso descendiendo solo 300 metros".

Y hay muchas cosas que pueden hacerse para reducir las posibilidades de sufrir mal de altura, entre ellas aclimatarse lentamente, permanecer hidratado (especialmente en climas montañosos secos), dormir mucho y escuchar al propio cuerpo. Pero por supuesto es más fácil decirlo que hacerlo.

"Uno de los problemas que vemos desde un punto de vista médico es que el tipo de persona que sufre problemas no es precisamente el tipo de persona dispuesta a parar", explica Ira Hoffman, jefe de medicina retirado del Lenox Hill Hospital de Nueva York, que ha sufrido él mismo brotes de mal de altura en el Tíbet (y ningún problema en Colorado).

Pero debemos parar.

"Tu cuerpo es tuyo desde hace mucho tiempo, eso es lo que le dijo a muchos de mis pacientes", indica Hurtado. "Así que es preciso que le escuches. Como atleta, ya sabes cuándo estás a tope y cuándo no. Y si tienes un día en el que no estás al cien por cien, la cosa no va a mejorar conforme vayas ascendiendo. La montaña no se va a ir a ninguna parte. Seguirá aquí el año que viene".

Sigue a la autora en Twitter: @ejillorthenberg