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porterazo

El arquero de los Canucks hizo una atajada que por un instante hizo olvidar la mala temporada

Aunque el partido estaba prácticamente perdido, Ryan Miller se lanzó como todo infante sueña hacerlo en un momento decisivo; él la hizo en un juego cualquiera.

Las hazañas deportivas tienden a la fugacidad; en otras palabras, son las mejores amigas de la cámara de alta definición y las repeticiones de ángulos múltiples. Gracias a esa multitud de ojos mecánicos es que lo irrepetible queda fijo, visible y, eventualmente, si la fortuna y los destinos del internet así lo quieren, viralizable.

Es el caso de lo que hizo recientemente el arquero de los Canucks de Vancouver, un equipo que ha visto mejores tiempos. Ryan Miller es el titular de la selección estadounidense, uno de los grandes talentos del deporte y el ancla de su club. Su equipo no la pasa del todo bien: va quinto en su división con un record de 5-9, más una derrota en tiempo extra. La temporada es joven y las tendencias reversibles, claro, y por lo menos por esfuerzo no queda.

En el partido más reciente contra los Red Wings de Detroit —partido que perdían 3-1— y que buscaban ganar con esa excelente regla que permite que el equipo vacíe la portería de cuidador, y lo sustituya por un jugador de campo. Seis atacantes contra cinco, poco menos de dos minutos en el reloj y de pronto perdieron el puck. Los Red Wings en contrataque por el flanco de la izquierda: un gol más archivaba el partido en el cajón de los decididos.

El sexto hombre de Vancouver llegó a la banca al tiempo que Miller, presto y raudo, saltó al hielo y patinó desesperado hacia su meta. El atacante rojo de Detroit lanzó su tiro. Así de acrobático, con veinte kilos de equipo mojado y tieso sobre el cuerpo, además de un record perdedor en lo que va de la campaña, y una diferencia de goles de -16, y el hartazgo de saber que el partido está prácticamente sentenciado, Miller se lanzó a la defensa de la meta desprotegida.

Las hazañas deportivas tienden a desaparecer en el instante en el que se concretan. Y tienden también, por ese momento de asombro, a suspender cualquier contrariedad, cualquier marcador: en ese instante qué más da perder.