Los equipos deportivos que desafiaron el boicot al Aparheid de Sudáfrica
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rompiendo el boicot

Los equipos deportivos que desafiaron el boicot al Aparheid de Sudáfrica

Mientras que el Apartheid en Sudáfrica fue objeto de boicot general de muchos organismos deportivos internacionales, hubo equipos que desafiaron la prohibición.

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El 24 de septiembre de 1968, el Marylebone Críquet Club (MCC) anunció que su gira por Sudáfrica se cancelaba. Las rotativas se pusieron en acción y se desató el frenesí en los medios. El equipo inglés de críquet debía viajar a Sudáfrica pero les dijeron que se tendrían que quedar en casa debido a la amarga controversia que envolvía la gira desde hacía meses. La controversia se centraba en un polifacético nativo de Ciudad del Cabo, muy educado y con buena dicción, llamado Basil D'Oliveira, quien esperaba poder representar a su país de adopción, Inglaterra, con un palo de críquet en los campos de su tierra natal.

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Aunque D'Oliveira era muy buen jugador de críquet, un caballero consumado y por encima de todo, un hombre completamente decente, el gobierno sudafricano de entonces tenía un gran problema con él. El problema era que, puesto que descendía de una mezcla de indios y portugueses, se trataba de un jugador de críquet "de color" que se iba a enfrentar al equipo de Sudáfrica, en el que todos eran blancos. El muy desagradable John Vorster, entonces líder del Partido Nacional, estaba decidido a no incluir a D'Oliveira en la alineación del MCC, incluso aunque mantuviera una fachada de conciliación durante los meses anteriores al inicio programado de la gira. Como exsimpatizante del nazismo y defensor a ultranza del apartheid que era, Vorster no iba a permitir a alguien de raza inferior que mostrara su talento deportivo y avergonzara al régimen segregacionista.

D'Oliveira jugando contra Pakistán en 1967 // PA Images

Durante los días previos a la gira, le hicieron de todo a D'Oliveira para impedir que estuviera disponible para los seleccionadores. En una serie de sucias maniobras llevadas a cabo por las autoridades del críquet y los políticos ingleses y sudafricanos, le intentaron sobornar, le amenazaron, provocaron y persuadieron, pero ninguno de sus intentos dio fruto. Al contrario que esos que conspiraban para excluirlo del equipo, D'Oliveira era un hombre de principios, de carácter y de firme resolución, y no le iban a negar el derecho de representar a Inglaterra de la misma manera que había hecho con Sudáfrica. Es más, la opinión pública en Gran Bretaña le apoyaba firmemente. Las posiciones en contra del apartheid se endurecían, y el consenso general era que el trato de D'Oliveira en casa y en el extranjero no era nada más que críquet.

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Aunque en las semanas previas a la gira su selección estaba en el aire, una lesión del lanzador Tom Cartwright hizo que D'Oliveira entrara en la convocatoria. Vorster reaccionó como se esperaba, y dijo: "No estamos preparados para recibir a un equipo que se nos ha impuesto por gente cuyo interés no está en el juego sino en la consecución de ciertos objetivos políticos que ni siquiera intentan esconder. El MCC no es el club de Marylebone, es el equipo del movimiento antiapartheid". Por si el desprecio a D'Oliveira no había sido poco, el insulto hacia el críquet inglés en general ayudó a incubar la protesta pública. El MCC vio la luz y canceló el tour entero, y Denis Howell, ministro de deportes del Partido Laborista, tildó de "disparatadas" las acusaciones de Vorster."

El asunto de D'Oliveira, a medida que fue haciéndose público, hizo mucho a favor del movimiento antiapartheid en Gran Bretaña. También dio un impulso a los diferentes esfuerzos de boicotear el deporte, con una suspensión de la Corte Penal Internacional (CPI) de las giras en Sudáfrica en 1970. A pesar de que el equipo nacional sudafricano tenía planeado viajar a Inglaterra ese año y el MCC seguía contento porque el tour iba a seguir adelante, la opinión pública y la presión política forzaron la retirada de la invitación. A la vez, la gira por Inglaterra e Irlanda del equipo de rugby sudafricano fue recibida con enormes manifestaciones antiapartheid, además de un intento de secuestro del bus del equipo en Londres y una "sentada" en las calles de Dublín para bloquear la ruta del equipo hacia Lansdowne Road.

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Manifestantes escalan los postes durante el tour de Sudáfrica por Inglaterra e Irlanda en 1970 // PA Images

Hay que decir también que, antes del asunto D'Oliveira, en Sudáfrica ya había en marcha varios boicots deportivos. La FIFA suspendió en 1961 a la Asociación de Fútbol de Sudáfrica por llevar a cabo políticas segregacionistas, y Sudáfrica fue excluida de los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964. A principios de 1968, con el escándalo de D'Oliveira todavía en sus inicios, la asamblea general de las Naciones Unidas llamó al boicot de todos los equipos deportivos de Sudáfrica que se organizaran según las ideas del apartheid. La mayoría de instituciones deportivas empezaron a cortar lazos con Sudáfrica y, en los setenta y ochenta, cada vez estaban más excluidos del críquet, el rugby, el atletismo, el golf, el tenis y, a partir de 1974, también del ajedrez.

Dicho esto, aunque la directiva de las Naciones Unidas respaldaba los boicots deportivos, no se adhería universalmente a ellos. En el críquet y el rugby 15 especialmente, hubo equipos que desafiaron el sentimiento antiapartheid y que decidieron ir igualmente de gira por Sudáfrica. A pesar de la imposición de más sanciones deportivas contra Sudáfrica, además del acuerdo de Gleaneagles de 1977 (por el que los líderes de la Commonwealth decidieron desincentivar los vínculos con el deporte sudafricano) y el condenatorio "Registro de contactos deportivos con Sudáfrica" instaurados para poner presión sobre los atletas por las Naciones Unidas en 1980, no se le impidió a todo el mundo que mantuvieran relaciones con los equipos de la época del apartheid.

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En varios momentos a lo largo de los setenta, Derrick Robins, jugador de críquet inglés, hombre de negocios y promotor de deportes, organizó giras privadas por Sudáfrica. Llegados a ese punto, no se sancionaba a los jugadores de críquet individuales que fueran al país y, a pesar de la condena política, los activistas, muchos aficionados del críquet y grandes nombres del mundo del deporte, como Brian Close, Bob Willis y Tony Greig decidieron unirse a él en sus paseos por el extranjero. Robins no hacía mucho caso a la crítica que seguía a sus giras, e incluso llegó a sugerir que al poner en el campo a equipos multirraciales (el jugador de críquet John Shepherd, de la India occidental, participó en dos de ellas), estaba ayudando a derribar el apartheid. Naturalmente, no todo el mundo creyó su explicación y, quizá debido en parte a la reacción de Gran Bretaña, hizo de Sudáfrica su hogar a tiempo parcial.

Después del acuerdo de Gleneagles y en una sucesión de movimientos cada vez más estrictos de la Corte Penal Internacional, quedaban todavía bastantes viajes a Sudáfrica que pasaron a conocerse como "giras rebeldes". Compuestos normalmente de veteranos hastiados o de jóvenes inocentes tentados por los generosos incentivos económicos de los patrocinadores de las empresas (en un intento de evitar el furor que hubiera desatado que el Partido Nacional lo financiara) los equipos de críquet de Inglaterra, Sri Lanka, las Indias Occidentales (Bahamas y Antillas) y Australia hicieron un total de siete viajes extraoficiales. El primero de ellos fue un "once inglés" dirigido por Graham Gooch en 1982, cuyo inicio no fue noticia hasta que llegaron a Johannesburgo en marzo de ese año. Los doce jugadores de críquet involucrados habían planeado la expedición en secreto, y estaban preparados para viajar a pesar del disgusto público y de las sanciones impuestas por la Corte Penal Internacional.

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Por desgracia para los rebeldes, la respuesta fue más ruidosa de lo esperado. La prensa y los políticos les vilificaron al volver a casa y la condena de la gira realizada llegó hasta el Parlamento británico, donde el primer ministro laborista Gerald Kaufman les describió como "los doce sucios". El críquet inglés fue desprestigiado tanto en casa como internacionalmente por su asociación con el apartheid y el poco decoro de los jugadores, que jugaban puramente por dinero. Para muchos, los rebeldes habían ido en contra de todo lo que el críquet inglés representaba, y todo por una paga de 40.000 a 60.000 libras cada uno.

En Sudáfrica, idolatraban al equipo; muchos diarios proclamaban la vuelta a casa del equipo de críquet internacional y predecían el retorno al campo de juego. Fue un golpe de propaganda doméstica para el régimen del apartheid, y perjudicó la reputación del equipo en casa y en el extranjero. La gira fue un fracaso: el equipo inglés, poco preparado, envejecido y cada vez más desmoralizado, perdió todos los partidos contra Sudáfrica. Al volver a Inglaterra, se les recibió con un muro de furia. A los rebeldes, en total 15 jugadores de críquet incluyendo los lesionados y las incorporaciones más recientes, se les prohibió jugar internacionalmente durante tres años, hecho que en los casos de Geoffrey Boycott, Mike Hendrick, Geoff Hupage y Bob Woolmer significó el fin de sus carreras internacionales.

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Los tours de rebeldes de Sri Lanka y de las Indias Occidentales de mediados de los años ochenta fueron incluso más agrios, con muchos de sus compatriotas rebeldes denunciándoles por traidores y por cooperar con el apartheid. Todos los que participaron fueron vetados de por vida de sus respectivos equipos de críquet, y con frecuencia se vieron excluidos de sus vidas sociales, civiles y profesionales. La cuestión del dinero volvía a generar controversia y facilitó que la prensa local los tildara de mercenarios que habían vendido a sus país por completo. En el caso de las giras de las Indias Occidentales, la opinión estaba quizá más dividida; existía la discusión de que su buenos resultados en la clasificación en Sudáfrica eran en realidad una patada pública al racismo y a la retórica del apartheid.

Llegados a este punto, los eventos en Sudáfrica se sucedieron rápidamente; el estallido de altercados violentos servía de telón de fondo para los partidos de críquet de los rebeldes, hecho que socavó seriamente la posición de aquellos que argumentaban que los tours eran positivos y se sugirió que se usaban para cubrir la creciente brutalidad del régimen. Entre las dos giras australianas de 1985/86 y de 86/87 encabezadas por Kim Hughes, excapitán de los Baggy Greens, el primer ministro australiano Bob Hawke llamó abiertamente "traidores" a los jugadores que viajaban. En una entrevista reciente con ESPN, el exlanzador rebelde australiano Rodney Hogg dijo: "Pensé que, si a Hawke le parecía bien comerciar con Sudáfrica, no iba a ser ningún problema que yo fuera a jugar allí a críquet".

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Mandela durante la Copa Mundial de Rugby en 1995 // PA Images

Era cierto que había doble raseros en el trabajo en relación con los boicots de Sudáfrica, y muchos gobiernos fomentaban los vínculos comerciales con el país, ya fuera tácitamente o no, a la vez que abogaban por más prohibiciones en el deporte. Con su administración bloqueando sanciones económicas contra el régimen del apartheid en múltiples ocasiones, quizá no es muy sorprendente que Gran Bretaña, con Margaret Thatcher, fuera uno de los colaboradores regulares de las giras rebeldes. Otro once inglés, con Mike Gatting, Tim Robinson, Bill Athey y Chris Broad, viajó a Sudáfrica a principios de 1990, en un momento en que el apartheid estaba cerca de derrumbarse y se acercaba un cambio a gran escala. Fue considerado de mal gusto por ser una última concesión a una forma de gobierno moribunda en vísperas de la liberación de Nelson Mandela.

Al contrario que la anterior gira rebelde con Gooch, a Gatting y compañía les pagó el gobierno del apartheid, hecho que generó un amplio rechazo por parte del establishment del críquet y de aquellos que lo seguían desde casa. Con Sudáfrica paralizada por las protestas que generó su presencia, el grupo de gira se topó con grupos de personas indignadas y con varias situaciones amenazadoras. Después de todo, una vez más, se volvió a prohibir y a suspender a jugadores, y varias carreras llegaron a su fin prematuramente. Una de las giras siguientes, en 1991, como era previsible, también se canceló, para desgracia de la primera expedición más que de los involucrados.

Durante los ochenta, desafiando el acuerdo de Gleneagles, los Lions británicos e irlandeses, los quince de los Cavaliers de Nueva Zelanda e Inglaterra hicieron giras de rugby por Sudáfrica, y Francia e Irlanda también viajaron a pesar del reproche internacional. Aunque había cierta arrogancia en la reacción del establishment del rugby en relación con las protestas, incluso ellos tuvieron que doblegarse ante la presión pública, y la gira de los Lions de 1986 se acabó cancelando. No obstante, Sudáfrica se mantuvo como miembro del International Rugby Board (ahora llamado World Rugby) durante el apartheid, razón por la que, sin duda, varias instituciones nacionales mantuvieron relaciones cordiales con ellos. Al contrario que en críquet, donde la India, Pakistán, Sri Lanka y las Indias Occidentales tenían voz, el rugby mundial seguía siendo, casi por unanimidad, un deporte de blancos e hizo poco por mostrar que su posición se inclinaba hacia otro lado.

A medida que el apartheid se desmoronaba como norma a principios de los noventa, los equipos de deporte sudafricanos se fueron rehabilitando poco a poco, y los distintos boicots llegaron a su fin. La Comunidad Europea anunció el final de los boicots de sus miembros en junio de 1991, y la India dio por concluido su veto sobre el deporte sudafricano ese mismo año. Muy pronto, después de las revolucionarias elecciones de 1994, Sudáfrica albergó la Copa Africana de Naciones y la ganó con un equipo multirracial. También llegó su icónica victoria en la Copa Mundial de Rugby en 1995, que para muchos parecía venir de la mano con una nueva era deportiva en Sudáfrica, liberada de las políticas del régimen del apartheid.

Al verlo en la televisión, desde el sofá de casa o en los bares, uno se pregunta cuál fue la reacción de los deportistas que huyeron a pesar de los boicots. Para algunos, no había duda más allá de la vergüenza y la lástima; para otros, un intransigente sentido de autojustificación. Habiéndose aprovechado de sus giras en la Sudáfrica del apartheid, algunos seguramente seguían alegrándose del dinero y no tenían intención de esforzarse más de lo necesario por una cuestión de principios. Para el resto de nosotros, quizá sea mejor que les dejemos a ellos juzgar si vendieron su honor por una cantidad suficiente.

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