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Opinion

Del torneo de fútbol femenino podemos aprender a ser menos machistas

OPINIÓN | Abramos los ojos.
Vía Instagram

La cita fue a las 7 de la noche del pasado sábado 24 de junio: Las Leonas, como fueron apodadas esas jugadoras del Independiente Santa Fe, de la Liga Femenina de Fútbol Colombiana, midieron el pulso contra el Atlético Huila y ganaron el primer campeonato, tal como lo hicieron hace 69 años, con el mismo equipo, los hombres. No son poco siete décadas entre uno y otro evento. Es diciente que hasta entrado el siglo XXI las mujeres tengan para ellas una liga profesional para jugar fútbol y llenar, como lo hicieron en la final —y tan solo en ella— un estadio El Campín que estaba abarrotado, sobre todo de mujeres y niñas, cosa que también resulta positiva.

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El fútbol, calificado por algunos como una metáfora de la vida, como una pasión que excede mucho más que el deporte en sí mismo, es también una representación de la sociedad: del dominio de lo hombres, como, por ejemplo, resulta evidente en el periodismo deportivo, en donde las mujeres son relegadas a informar un par de datos durante el partido, a simplemente mostrar su cuerpo, o, en algunos casos, a ser linchadas por el público, como Andrea Guerrero, cuando expresó su rechazo a la convocatoria de Pablo Armero a la Selección de Mayores por sus antecedentes de violencia intrafamiliar…

Y si no es desde el periodismo, sino desde la cotidianidad, las mujeres son también puestas en un segundo plano: o no lo entienden, o sus comentarios no son oídos, o son tomados como menores, irrelevantes, o simplemente no son invitadas. La actividad de ver fútbol y hablar de él es, también, una cuestión de hombres, amiguetes entre ellos, asertivos, bien ponderados, con conocimiento de causa.

Y si no es en estos dos planos, es en el deporte mismo, donde jugadores de todas las edades y países cometen abusos contra las mujeres, mientras los equipos y directivos, como sucedió justamente con Pablo Armero y el director técnico José Pekerman, prefieren callar y seguir el normal curso de los acontecimientos esperando que el mundo siga igual que hace cincuenta años.


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Pues no. A pesar de que falte mucho, el mundo está cambiando. Las voces de protesta ya empiezan a oírse. Y mejor: las mujeres se están tomando espacios importantes, antes culturalmente vetados.

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El hecho de que haya una serie de equipos femeninos jugando un campeonato deja ver cosas positivas y negativas. Deja ver un avance, por supuesto, en los modos en los que entendemos y percibimos el deporte; deja oír la voz de algunos movimientos expresos para sacarles provecho, como el que capitalizó la subeditora de El Tiempo, Yineth Bedoya, quien, en el marco del lanzamiento de la Liga, ratificó el acuerdo firmado en 2013 para prevenir la violencia contra mujeres y niñas, "No es hora de callar"; deja sentir en el aire que las mujeres, por fin, pueden tener ídolos femeninos en los ámbitos más populares de la cultura, antes dominados por hombres, como el fútbol, o como las películas de acción, tal y como pasó —hace poco, no sobra mencionarlo— con el taquillero lanzamiento de La Mujer Maravilla en cines.

El hecho de que haya una serie de equipos femeninos jugando un campeonato deja ver cosas positivas y negativas.

Y negativos: los espacios en la prensa para la Liga femenina son más reducidos que la de los hombres, los salarios son menores (Marta da Silva, la mejor pagada, se gana 500.000 de dólares al año, mientras Carlos Tévez, 38 millones de dólares), los comentarios sobre la Liga aún son excesivamente machistas. Es hora de que las mujeres dominen también todos estos ámbitos para que una verdadera perspectiva de género florezca en espacios necesarios, que redunden en una sociedad mejor educada, mejor acostumbrada a que haya paridad de sexos.

El equipo dirigido por Agustín Julio llegó con una victoria en el partido de ida, por 2-1, y era el favorito a quedarse con el campeonato: 14 triunfos y un empate a lo largo de los partidos. Oriana Altuve, delantera venezolana, mereció una portada de El Espectador ese día. El partido fue definido al minuto 71 por parte de Leicy Santos. El Campín tembló: más de 30.000 personas vitoreando a once mujeres, estallando también en un aplauso de respeto para el Atlético Huila. Además, los hinchas de las leonas rompieron el récord mundial de asistencia a una final de fútbol femenino.

Falta mucho para que el mundo cambie. Pero este es un buen paso: es el reflejo de la sociedad de nuestros tiempos, llena de mujeres que no se aguantan más el dominio excesivo de los hombres en todos los ámbitos, que denuncian, que se quejan, que visibilizan la violencia que contra ellas se ejerce.

¡Vamos, leonas!