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Cultură

Ser un tío y quedarse calvo también es muy jodido

Por mucho que intentemos decir que todo va bien, echamos de menos poder utilizar un peine.

Hace poco colgamos por aquí un artículo en el que una mujer nos contaba como era eso de quedarse calva siendo joven y siendo mujer. "Ser mujer y quedarte calva es una putada", está claro, pero también da la sensación de que si un tío se queda calvo no pasa nada, es algo "normal", el ciclo de la vida y todas esas gilipolleces machistas que nos cuentan para que al final nos acostumbremos a la alopecia masculina. Ese discursillo de que quedarse calvo es algo natural en los hombres y que es simplemente como funcionan las cosas está al mismo nivel del de "los niños no lloran" o "a los niños les gusta el fútbol". Hasta donde yo sé, soy un hombre heterosexual y lloro, no me gusta el fútbol y no me quiero quedar calvo, así que meteos el discursito por el culo. Parece que los hombres no podemos preocuparnos por la estética sin parecer afeminados o poco viriles, pero lo que pasa es que muchos hombres están más preocupados de dar un imagen determinada que de aceptar que en el fondo lo que les gustaría es tener tableta y pelazo. Es así.

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Si en algo ha sabido educarme mi madre es en la importancia del físico y de la imagen y por eso desde que tengo memoria me ha grabado dos frases a fuego: "a todo el mundo le gustaría ser alto, esbelto, guapo y rico, el que diga que no miente" y "lo peor que puede ser un hombre en esta vida es calvo y gordo y el día que tu padre lo sea me divorcio". Entenderéis que yo no me tomo a broma eso de convertirme en una bola de billar.

Además soy una de esas personas cuya cabeza tiene forma elíptica, lo que comúnmente se conoce como cabeza de pepino, y además tengo las cejas muy pobladas –de verdad, mucho–. Estos dos factores combinados hacen que sin pelo –o con el pelo rapado– se me vea más o menos así:

Al contrario que yo, muchos de mis amigos afirman haber aceptado ese destino fatal. No les parece mal quedarse calvos, "total que le vas a hacer", "yo paso". Joder, os estáis quedando calvos, no tenéis un cáncer terminal, un poco de sangre en las venas por el amor de Dios.

No nos engañemos, NADIE "pasa" porque nadie quiere quedarse calvo. Si a la gente le pareciese bien ser calvo todo el mundo se afeitaría la cabeza cada día para el resto de su pelada vida sin preocuparse de nuevo por el pelo, tenerlo, no tenerlo o cómo tenerlo.

Pero como de costumbre el ser humano es un ser mentiroso y despreciable que intenta siempre engañar a los demás y por eso dice que no le importa quedarse calvo igual que dice que no le importa que su novia se vaya de viaje de autodescubrimiento al Nepal con ese amigo con el que queda tanto. Pequeñas mentiras que nos decimos a nosotros mismos y a los que nos rodean para hacernos la vida más llevadera.

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Calaveras calvas, cortinillas, flequillos para atrás y otras formas de disimular el cartón

Todos esos pequeños cerdos mentirosos –esos que dicen que les da igual quedarse calvos– son los primeros que cuando empieza a asomar el cartón se desesperan e intentan disimular como pueden su incipiente calvicie.

Depende de dónde empiece a faltarles el pelo optan por diferentes técnicas de camuflaje: si las entradas empiezan a ocuparles la mitad de la cabeza se dejan crecer el pelo para intentar disimularlo. Me gusta llamar a esta opción la calavera calva, en honor a su creador, el Guardián de la Cripta. Otros hacen como Simeone y se repinan hacia atrás el pelo esperando tenerlo lo suficientemente largo como para tapar su coronilla y algunos –los alopécicos de la vieja escuela– siguen prefiriendo la cortinilla de toda la vida.

Como en el luto, la primera etapa es siempre la negación.

Ungüentos y sprays

Estos remedios apestan a teletimo desde lejos. Crecepelos mágicos que te tienes que frotar tres veces al día hechos a mano por un viejecito venerable que vive aislado en el campo o por un tal Dr. Mark Timberton de la Universidad Médica de Wichita, Kansas, que aparece con una bata blanca en un anuncio lleno de pop-ups en el que te explica los beneficios de su producto.

Ya sea por obra de la ciencia o de los conocimientos ancestrales, estos ungüentos fueron el principal apoyo de los alopécicos hasta que hace 20 años empezaron a popularizarse las pastillas de finasteride –luego llegaremos a eso–. Estos proyectos de calvo se sentaban desnudos en el baño con una toalla cubriéndoles los hombres mientras su pareja pacientemente frotaba y refrotaba su cabeza. La mayoría de ellos no eran más que un timo muy caro y esa es la verdadera razón por la que vuestros padres no os llevaban de vacaciones de pequeños.

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Los sprays son otro rollo. Con el ungüento solo te mientes a ti, con el spray te mientes a ti ya los que te rodean. ¿Habéis visto ese anuncio de teletienda en el que un tipo se rocía la cabeza con un spray que le pinta la calva? ¿No? Bueno, es igual, aquí os dejo el vídeo para que veáis de lo que hablo.

Aunque no lo parezca esto existe y hay gente que lo utiliza. Hace poco conocí a un caso real, aunque para mi desgracia no se había pintado el pelo ese día y no pude fotografiar el resultado de tan increíble invento.

Pastillas

Cuando solo existían los remedios chapuceros y los calvos del mundo vivían desesperados en busca de una solución a su problema apareció la Propecia.

La Propecia es una pastilla contra la caída del pelo que es jodidamente efectiva. Conozco a gente que consiguió frenar su camino a la calvicie total y tiene exactamente la misma cantidad de pelo desde hace 25 años. La gran contra es que es muy cara ya que hasta hace no mucho el laboratorio Merck era el único que tenía la patente. Cada mes de tratamiento cuesta unos 50 euros, así que echad números. Por suerte para los que estáis calveando la exclusividad de la patente ha expirado y ahora hay unas cuantas marcas más baratas que ofrecen el mismo producto.

El problema es que la finasteride –así se llama técnicamente el medicamento– puede producir bajadas en la libido, dificultar la erección y disminuir el volumen de la eyaculación, aunque estos efectos secundarios no han aparecido en todos los casos.

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Si aún te queda una cantidad decente de pelo, esta es posiblemente la mejor solución.

Imagen vía.

Injertos

Los injertos son el último recurso, un clavo ardiendo al que agarrarse. Es la última solución cuando la calvicie es ya imparable. El procedimiento es relativamente simple: te cogen pelos del cogote y te los implantan – uno a uno – donde te haga falta. Los resultados varían pero durante los primeros meses este va a ser tu aspecto.

La gente con dinero puede permitirse ir a una de las clínicas especializadas en el tema que se han ido extendiendo por España durante los últimos años y que suelen dar buenos resultados. Solo hace faltar ver a Hilario Pino o a Casillas, pero hay más, muchos más.

Los pobres tienen que conformarse con irse a Turquía, donde la suma total del viaje y del tratamiento sigue siendo más barata que hacérselo aquí. De hecho hay empresas que se dedican a ofrecerlo como un paquete más o menos asequible.

Si no puedes permitirte nada de esto, al menos te quedará el consuelo de estar rodeado de miles de tíos que se están quedando igual de calvos que tu. Pero no nos engañemos, eso no va a devolverte a tu mujer.