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FIGHTLAND

El sueño olímpico y las injusticias que lo arruinan

Los Juegos Panamericanos 2015 tuvo casos de gloria, victorias, medallas y caídas, pero las historias infortunadas de atletas arrebatados de sus sueños por entidades organizacionales siguen siendo las historias de trasfondo.
Todas las fotos por Emma Lucenti

Este texto fue publicado originalmente en Fightland.

Mi reseña sobre la actuación de los argentinos en los deportes de combate en los Juegos Panamericanos de Toronto 2015 no pretende ser objetiva. Tengo seres muy queridos que han sufrido grandes injusticias y voy a ocuparme en ellos.

A los fines del MMA—nuestra principal pasión—, hay deportes de combate más útiles que otros. Por eso, sin desmerecer grandes resultados como el oro de Miguel Amargos en karate, la plata de Dayana Sánchez en boxeo, o los bronces de Alexis Arnoldt y Lucas Guzmán en taekwondo, voy a hablar exclusivamente de los deportes de agarre—lucha y judo—, donde se han dado los dos casos que quiero dar a conocer.

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Yo sé lo que es quedarse con ganas de viajar y competir. Sin ir más lejos, me acabo de perder el mundial de jiu-jitsu por mi reciente operación de rodilla. Pero este mundial, como las peleas de MMA, son en realidad torneos abiertos dónde puede entrar cualquiera que se lo proponga y tenga los recursos, sin haber pasado por las formalidades—y las eliminatorias—de un deporte olímpico.

Otra cosa muy distinta es quedarse sin viajar o sin competir para atletas que se dedican al cien por ciento a esto, personas que viven de, por y para el deporte. Sin viajar y sin competir, son los dos casos que tengo atragantados y me impiden disfrutar de los demás logros.

Sin viajar

Mi pareja se llama Adán Monte. Vive conmigo desde hace un año y medio. Hace un año y medio que sabe lo que es tener casa, televisor, lavarropas, mascota, comida casera, un beso de buenas noches y un tecito con miel cuando se enferma; todas las comodidades de las que disfruta una persona normal que vive en un hogar con su familia.

Antes de eso, Adán vivió ocho años en el CENARD (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) con los demás atletas de las selecciones nacionales de todos los deportes, en cuartos compartidos, sin privacidad, sin feriados, sin visitas; sólo luchando mañana tarde y noche para ser mejor, para superar sus marcas, para representar a la Argentina en lucha grecorromana de la mejor manera posible. Él pesa 70 kilogramos natural y debe bajar a 59 kilos para competir. Literalmente se consume. Cada vez que tiene que dar el peso siento que pierdo a la mitad de mi hombre; pero todas y cada una de las veces lo logra, y se recupera para competir y ganar. En Argentina es el campeón indiscutido, y en el último torneo sudamericano (Perú 2014) quedó medalla de bronce. Tras ese buen resultado, esperábamos ansiosos el viaje a Chile en abril de este año, para buscar la clasificación en los panamericanos de Canadá.

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2015 era el año de oro para todos los que sueñan con los juegos de Río 2016. Pero también fue el año en que se recortó presupuesto, y el ENARD (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) bajó su inversión en lucha olímpica. 2015 fue el año que, de las 21 categorías—contando greco, libre y mujeres—, alcanzó para llevar a ocho. El año en que al campeón en 59 kilogramos le dijeron que la federación no tenía fondos para su pasaje. El año en que por no viajar a Chile, el atleta número uno de la Argentina y tercero de Sudamérica, vio desde Buenos Aires cómo competidores de otros países (a los que él había superado ampliamente en tantos torneos) clasificaban en Chile, viajaban a Toronto y volvían a sus países con sus brillantes medallas. No por ser los mejores. Por haber tenido los recursos para estar allí.

Sin competir

Si creyeron que la injusticia que se cometió contra Adán fue la más fuerte del año, prepárense para algo peor. El judo argentino tiene más apoyo e interés de la gente que la lucha. También tiene enormes atletas. Paula Pareto y Alejandro Clara obtuvieron medalla de plata, Fernando Gonzáles y Héctor Campos se alzaron con el bronce. Pero había alguien que era candidato favorito para el oro: Emmanuel Lucenti, uno de los mejores judocas del país, dos veces campeón mundial (Budapest 2009 y Miami 2012) representante olímpico en Beijing 2008 y Londres 2012. Él sí viajó a Chile, ganó la plaza para Toronto, y llegó entrenadísimo, listo para hacer historia, llevarse el oro y sumar puntos para Río 2016. Lucenti, como todos los atletas, acudió al pesaje oficial el día anterior a su participación, y dio el peso que le correspondía, 81 kilogramos.

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Pero el judo tiene una regla que muchos desconocen—y que podría aplicarse al MMA—para evitar los trastornos consecuentes de las excesivas bajadas y rebotes de peso: se prohíbe recuperar más del cinco por ciento del peso corporal después del pesaje oficial. Entonces, se elige por sorteo a algunos atletas para pesarse por segunda vez, quince minutos antes de la competencia.

Lucenti fue uno de los elegidos, por eso debía presentarse antes para este segundo pesaje. Resulta que el transporte oficial—responsabilidad de la organización—que salía en ese horario (13:45) sufrió un desperfecto y no partió. Desesperado, el atleta se comunicó con el Comité Olímpico Argentino que le envió lo más rápido que pudo un coche particular. Pero el tránsito de Toronto estaba pesado. A toda velocidad y casi dejando la vida en un semáforo, Lucenti pudo arribar a tiempo para la competencia. Pero habían pasado tres minutos del horario oficial de su segundo pesaje, y se decidió dejarlo afuera, impidiéndole competir. Imaginen por un momento la sensación de este judoca, privado del sueño dorado y de su complicado camino a Río, por culpa de un problema logístico externo. "Mi función es la de competidor, ninguna otra," dijo Emma en su perfil de Facebook. "Tengo experiencia y estoy acostumbrado a que los traslados se cumplan en tiempo y forma, por lo cual la responsabilidad de haberme quedado afuera del torneo es de la organización del evento. Me podría haber pasado a mí o a mi compañero, lamentablemente yo salí sorteado".

Dos argentinos que merecían competir y no lo hicieron. Dos medallas perdidas por razones ajenas a los méritos deportivos. Dos oportunidades desperdiciadas que jamás volverán.

Nota del Editor: Infortunadamente, los casos de Adán Monte y de Emmanuel Lucenti son sólo dos que de decenas, y más bien centenas de atletas a lo largo de los años que sin importar el talento, el esfuerzo, la disciplina, el sacrificio y el conjunto necesario para ser el mejor del mundo, se encuentran con el camino cortado, normalmente económicamente recortado por comités, organizaciones, federaciones o entidades que carecen de recursos, en los mejores de los casos, y en los peores, desbordan de corrupción.

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