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Throwback Thursday

Throwback Thursday: Bob Beamon y el aniversario de un salto descomunal

El aniversario del salto más grande en la historia del olimpismo, algo simplemente descomunal que se pudo apreciar en los Juegos Olímpicos del 68.
Foto: Habans Patrice / Getty Images

Si hay un momento que marcó los Juegos Olímpicos de México 1968, que en estas fechas cumplen 47 años de su realización, fue el descomunal triunfo del estadounidense Robert Beamon en el salto de longitud.

Fue el 18 de octubre. La justa en la Ciudad de México, a más de 2 mil 200 metros de altitud sobre el nivel del mar, ofrecía una ventaja para estas pruebas, ya que el aire es más ligero y por tanto, genera menos resistencia al atleta. El récord mundial de 8.35 metros corría peligro de antemano.

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Entre los favoritos de la prueba estaban el estadounidense Ralph Boston y el británico Lynn Davies, los dos campeones olímpicos más recientes –Roma 1960 y Tokio 1964 respectivamente–. Beamon aparecía como la estrella en ascenso de aquella temporada, apenas con 22 años de edad.

En la eliminatoria, Boston rompió el récord olímpico con un salto de 8.27 metros, mientras que Beamon fue segundo con 8.19. Fueron los dos únicos que rebasaron la barrera de los ocho metros. Davies fue tercero con 7.94. De hecho, Beamon hizo foul en sus primeros dos intentos y en el último tuvo que hacer el salto válido para no quedar descalificado.

Esa misma noche, Beamon hizo algo fuera de su rutina precompetitiva: tuvo sexo con su esposa. En el momento del orgasmo, según cuenta, tuvo una espantosa sensación de que lo había echado todo a perder, que su debut en una Final olímpica sería un desastre. Pero además de eso, pese a que venía de una temporada ganadora, se quedó sin entrenador desde abril al ser suspendido por su universidad, la de Texas en El Paso, por negarse a competir frente a la de Brigham Young en un encuentro, como protesta por las políticas raciales de la iglesia mormona, lo cual, de hecho, le hizo también perder su beca.

Al día siguiente ocurrió lo impensable. Apenas era la primera ronda, los tres primeros saltadores hicieron foul en sus intentos. Había un ambiente de ligera llovizna. Tocaba turno al joven del barrio de South Jamaica, en Nueva York. Tomó impulso con su larga zancada producto de sus escuálidas piernas y su 1.91 de estatura. Voló por los aires. Literalmente. Su salto fue tan largo que al caer al piso, rebotó y dio un brinco más sobre la arena. Sabía que había hecho algo de escándalo.

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La medición fue complicada. El riel del sofisticado aparato de medición óptica no podía ir hasta donde él llegó, así que tuvieron que hacerlo con una cinta, de manera manual. Dos veces se tuvo que hacer. Boston le comentó a Davies que el salto debía estar rondando los 28 pies (unos 8.53 metros), lo cual ya era una barbaridad. Davies dijo que eso no era posible y menos en su primer salto. Como sea, aún sin tener la cifra exacta, sabían que la competencia se había terminado apenas en la primera ejecución válida del evento.

Llegó el resultado: 8.90 metros. Como Beamon y el resto de sus compatriotas no estaban familiarizados con el sistema métrico decimal, se lo tradujeron al inglés: 29 pies con dos pulgadas y media. El viento corrió a su favor a velocidad de 2.0 metros sobre segundo, apenas en el límite para validarlo como récord mundial. Sufrió lo que años después se conoció como "convulsión catapléctica", que en castellano vulgar significa que los músculos que le hicieron agua por la impresión y terminó en el piso, casi derretido por su hazaña. El salto no había sido solo perfecto, no había un adjetivo para describirlo y a raíz de esa demostración surgió el término "beamonesco" para describir algo absolutamente descomunal y bestial.

El oro estaba decidido. Beamon hizo el segundo salto con 8.04 metros. Volvió ahí a ser terrenal. Sabía que ya no era necesario hacer más y pasó en las siguientes cuatro rondas. Boston ganó el bronce con 8.16 metros, mientras la plata se la llevó el alemán oriental Klaus Beer con 8.19.

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El caso de Lynn Davies fue la sombra de aquel evento: quedó empatado en el octavo lugar después de tres rondas, pero los jueces lo pusieron en noveno pese a tener el mismo registro que el polaco Andrzej Stamach, con 7.94. Aquí cabe decir, para que lo sepan, que en el salto de longitud se hace un corte a la mitad de la competencia y solo los mejores ocho pueden seguir. Al termino de las seis rondas, los jueces se dieron cuenta del error y le ofrecieron dar sus saltos restantes, pero el campeón olímpico de Tokio, ofendido, lo rechazó.

Beamon ganó el oro por 71 centímetros de diferencia. Batió el récord olímpico de un día antes por 63 y el mundial por 55. Pero más allá de eso, ¿de cuánto fue el segundo mejor salto de toda su carrera?

Ese año y antes de los Juegos, Beamon ganó 22 de 23 pruebas en las que se presentó. Su marca personal era de 8.33 metros e incluso tuvo un salto de 8.39, pero que no pudo ser homologado como récord mundial por tener una velocidad del viento mayor a 2.0 metros por segundo. Después de México 1968, no pudo lograr más de 8.22. Nunca volvió a unos Juegos Olímpicos. De hecho, el 7 de abril de 1969 fue elegido en el Draft de la NBA por los Phoenix Suns, pero nunca debutó en la Liga.

Lo de Bob Beamon no solamente fue escandaloso. Fue el récord roto de manera más impresionante en la historia. La marca mundial de 8.90 metros tardó poco menos de 23 años en romperse, cuando lo hizo Mike Powell con 8.95 en los Campeonatos Mundiales Tokio 1991, mientras que todavía sigue vigente como récord olímpico y se antoja muy complicado que la generación actual de élite en esa prueba pueda siquiera acercarse a esos registros.

¿Qué fue lo que se tuvo que juntar entonces para que eso ocurriera? La altitud de la Ciudad de México pudo ayudar, pero el segundo lugar de la prueba quedó incluso lejos del anterior récord mundial. La velocidad del viento, que estuvo en el límite, no da más que una ganancia marginal. La técnica, la carrera, el apoyo del pie justo antes de la línea de salida, tuvieron que ser perfectos. Pero el mayor de los secretos lo guarda todavía la fosa del Estadio Olímpico Universitario de la Ciudad de México.

Fue un milagro.