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LAS VEGAS

Throwback Thursday: El día en que Márquez noqueó a sus fantasmas filipinos

Hace cuatro años vivimos uno de los KO más sorprendentes de los últimos años en el boxeo. El día que el mito Pacquiao se acabó.

Ni los más optimistas, ni los más pesimistas, hayan sido quienes hayan sido —fanáticos de hueso colorado, fans de ocasión, eruditos, cronistas, políticos, cantantes, ex boxeadores; en fin, la lista es infinita— pudieron imaginarse lo que sucedería aquella noche del 8 de diciembre de 2012 en Las Vegas, Nevada: sexto asalto, a un segundo de su conclusión, Juan Manuel "Dinamita" Márquez conecta —mejor dicho desconecta— la humanidad de Manny "Pac Man" Pacquiao con un poderoso recto de derecha que cerraría con broche de oro la brutal y sangrienta saga entre dos dignos representantes del boxeo mexicano y filipino, respectivamente.

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Para entender la magnitud del mito Márquez-Pacquiao, tenemos que remontarnos a su génesis hace un poco más de una década, a mayo de 2004, para el primer enfrentamiento entre estos dos boxeadores destinados a una de las rivalidades más emocionantes dentro del encordado. En aquel lejano año, Márquez poseía un récord respetable de 42 victorias y sólo dos derrotas, y una fama en ascenso. Por su parte, un ya no tan desconocido Pacquiao venía de derrotar a Marco Antonio Barrera por nocaut técnico. La mayoría sabemos cómo terminó la pelea: Márquez, a base de corazón e inteligencia, se recuperaría de tres nocauts en el primer asalto para sacarle un controvertido empate al filipino. El orgullo del "Dinamita" había sido herido y el "Pac Man" supo que podría lograr grandes cosas en el boxeo después de su épica actuación.

La segunda pelea estaba más que garantizada, el público pagaría para ver a dos guerreros despedazarse a base de puñetazos, y las televisoras y promotoras no dejarían escapar la ocasión. Pero más allá de los embrujos monetarios, existía en Márquez y Pacquiao una cuenta pendiente llamada orgullo —en peligro de extinción en el pugilismo actual—. El pleito terminaría una vez más en controversia, ya que ni los expertos, ni los aficionados, pudieron ponerse de acuerdo sobre quién había ganado en realidad. Sólo los jueces habían dictado su veredicto a favor del filipino. De esta forma, Pacquiao se convertía poco a poco en la espinita molesta y dolorosa en el costado de Márquez. Había que extraerla en un tercer enfrentamiento.

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El 2011 vio el nacimiento de la trilogía que muchos juraron y perjuraron sería la pelea definitiva que resolvería las dudas de los combates previos. Las cosas no cambiaron mucho, es decir, en cuanto al ganador. Los jueces volverían a favorecer a Manny, a pesar de la gran actuación del mexicano que conectó más combinaciones y logró boxear durante gran parte de la contienda al "Pac Man". Una vez más, las opiniones se encontraban divididas, aunque esta vez los calificativos de "robo" se hicieron escuchar con más frecuencia. Pero el destino, aquella maquinaria enigmática cuyo engranaje no logramos comprender del todo, nos tenía reservada una legendaria conclusión un año después.

MGM Grand a su máxima capacidad. Luces, gritos, nerviosismo, incertidumbre, mentadas de madre en forma de chiflidos —los mexicanos por mucho superamos a los filipinos en aquella velada—. Todos ansiosos por presenciar qué nos tenía reservado el hado, y cómo y cuándo es que nos mostraría sus caprichos.

El "cuándo": sábado, 8 de diciembre de 2011. El "cómo": corría el sexto round. Márquez había noqueado a Pacquiao tres asaltos antes con un tremendo volado de derecha —el arquetipo del "saca mocos"— que el filipino jamás vio venir. "Pac Man" le salió respondón en el quinto cuando conectó al mexicano en la barbilla con la siniestra, mandándolo a la lona.

A partir de ese momento, el filipino se convirtió en un tifón de golpes que encontraron el rostro de Márquez, hasta el punto de romperle la nariz al final del mismo episodio. "Está acabado, es sólo cuestión de tiempo", se podía escuchar a la gente comentar con cierta molestia y decepción, "No debió aceptar la cuarta pelea", exclamaban otros con matices esperanzadores, como si presenciaran que algo grande estaba por ocurrir.

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Si hay algo que la mitología nos ha enseñado es que los héroes han forjado sus leyendas a través de la aceptación de un destino fatídico que termina por ser su redención. Hay que tomar al toro por los cuernos, sin miedo a entregarse al fracaso que aún no conocemos. Tal vez fue lo que Márquez reflexionó antes de salir al sexto round; no lo sabemos. Sin embargo, de lo que sí estamos seguros es que se supo que no tenía de otra, matar o morir; optó por la primera.

Minuto 2:59 del sexto episodio. El sonido del campanazo quedó ahogado en un mar de júbilo por parte de los aficionados mexicanos que presenciaron un magistral contragolpe con la mano derecha que entró como cuchillo en mantequilla sobre el semblante del "Pac Man". El deporte tiene la dicha de siempre regalarnos la misma postal, pero que, paradójicamente, suele ser única: llanto y regocijo ocupando el mismo tiempo y espacio.

La imagen de Pacquiao tirado con la cara hacia la lona —sí, el mismo peleador que había apabullado a sus rivales sin piedad— yacía indefenso y penosamente desconectado de la realidad ante los ojos del mundo. Muchos de nosotros llegamos a pensar en lo peor, pero afortunadamente, logró incorporarse un minuto después.

No faltaron las personas que dijeron que había sido un golpe de suerte, una "patada de ahogado" que salvó a Márquez de una probable paliza. Pero la verdad es que las victorias de esta magnitud se ganan en el entrenamiento, ya lo decía "The Greatest", Muhammad Ali.

El recuerdo de un Márquez ensangrentado, con el tabique nasal hecho añicos, festejando sobre las cuerdas, quedará plasmado para siempre en la memoria colectiva de todo aficionado que vivió en carne y hueso una de las más grandes hazañas para el deporte mexicano e internacional.