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Una elegía a la atormentada carrera de Josh Hamilton

Hamilton no será un asiduo en las discusiones sobre los grandes bateadores de su generación, pero encontrará su nicho de culto. Hizo lo que pudo frente a los demonios que enfrentó, y no lo hizo mal.
Peter Llewellyn-USA TODAY Sports

Nadie ha dicho que Josh Hamilton esté acabado como jugador de beisbol, o al menos, no hasta ahora.

Pero el no decirlo embona con un largo patrón de verdades incómodas que han definido el segundo paso de Hamilton por Texas. Hamilton nunca debió haberse ido, en primer lugar, y nunca sería lo mismo al volver. Por momentos, reveló algunos breves esbozos del pelotero que fue: un cuadrangular de dos carreras por aquí, un cuadrangular para terminar el juego por allá. Pero nunca llegaron con la suficiente frecuencia. Su disciplina en el plato se había marchado y no había ninguna expectativa factible de que fuera a regresar. Más que eso, su cuerpo lo estaba abandonando.

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Posiblemente estemos hablando del más talentoso jugador de su generación, uno que hoy tenía que ver como era superado por jugadores con menos dones para la pelota. Y eso que apenas tenía 33 años cuando volvió, y eso que apenas había jugado cinco temporadas completas, y fracciones de algunas más. Hoy, que tiene 35 años y que pronto cumplirá 36, se ha quedado desempleado pues los Rangers lo dejaron en libertad la semana pasada. Necesita cirugía en su rodilla. Seria la duodécima cirugía de su carrera y la cuarta en un año y medio.

En términos beisbolísticos, Hamilton es viejo y joven a la vez, y la razón para ello han sido sus adicciones. Sus vicios han sido más destructivos que sus batazos. La historia ya se ha contado muchas veces: las drogas y el alchool, el renacimiento a través de Cristo, las recaídas y el matrimonio fallido. Pero se sigue contando porque la historia sigue siendo poderosa, y es poderosa porque Hamilton trabajó sin cansancio para mejorarse a sí mismo. La historia lo convirtió en una inspiración. Lo hizo significativo. Si sufres de adicciones, la historia puede serte esencial.

Nadie en el beisbol ha caído desde tan alto hasta las profundidades que Hamilton alcanzó, solo para regresar aún más alto. Ganó el MVP en 2010 y casi se convirtió en un ícono de la Serie Mundial un año después. Es demasiado simplista pensar que el período más exitoso en la historia de la franquicia coincidió con el máximo apogeo de Hamilton, por supuesto, pero no es enteramente una coincidencia.

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Texas ha empleado a algunos de los más dinámicos bateadores en el beisbol de los últimos 25 años, pero Hamilton no era como ninguno de ellos. Era atlético de una forma en la que Iván Rodríguez no lo era, por ejemplo, y más realizado como Ranger que lo que Mark Teixeira fue. Era vulnerable en una forma en la que Alex Rodríguez nunca se permitió ser, y accesible de una forma en la que Juan González nunca quiso ser. Imponía más que Adrián Beltré y emocionaba más que Rafael Palmeiro. No hay debate en que todos ellos disfrutaron de mejores carreras que Hamilton. Pero Hamilton era igual de magnífico en su cúspide, si no es que más que ellos.

Era el Kurt Warner del beisbol, el que fue de la carrera truncada a la historia de vida. A diferencia de Warner, no queda tan claro que Hamilton vaya a llegar al Salón de la Fama de su deporte. En este caso, quedarse corto no es un fracaso. El beisbol nunca verá otro jugador como Hamilton, que sea tan agraciado de talento, tan cautivante y a la vez tan atormentado. Se le recordará, porque ¿cómo alguien puede olvidar todo eso?

Como ha sido siempre su característica, es difícil ver qué le depara el futuro. Puede ser vago y hasta lacónico, por lo que una carrera como comentarista no parece opción. Quizás sea un trabajo como instructor o como pastor. Quizás decida quedarse en casa y criar a sus hijas. Pero hay más razones par retirarse que para aferrarse a seguir y pasar por otra cirugía, por intentar jugar otra posición, o de volver en 2018 a querer hacer algo que no hace desde 2015: jugar un partido de Grandes Ligas.

Hamilton no será un asiduo en las discusiones sobre los grandes bateadores de su generación, pero encontrará su nicho de culto. Hizo lo que pudo frente a los demonios que enfrentó, y no lo hizo mal.