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La caída de Roma, el fin de los deportes de combate

En el milenio de reinado del Imperio Bizantino después de la caída de Roma, los deportes de combate se volvieron algo trivial frente a una vida de guerra constante.

El enfrentamiento entre bizantinos y árabes en la Batalla de Lalakaon (Wikimedia Commons)

La Edad Media en Europa es descrita con frecuencia como una época oscura en la que hubo escasez de filosofía, de sabiduría y de cultura general. Así, el Renacimiento, la renovación de todas aquellas cosas fue celebrada, y es celebrada aún hoy, como el surgimiento de Europa de aquellas tinieblas. Y la Edad Media sí fue una época algo tosca, en la que las enfermedades circulaban rampantes, el analfabetismo era lo común, y la iglesia como árbitro de toda la estructura social europea, erradicó la búsqueda del arte por el arte mismo por considerarla una extravagancia. Las Cruzadas, a su manera, fueron la apoteosis de la Edad Media. Y aún así, durante esta época de hogares oscuros, mala higiene, religión obligatoria y una enfermizo regodeó en lo macabro, aparecieron los Maestros de la Defensa, un grupo de espadachines de élite con pasión por mejorar la pedagogía de las artes marciales.

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Pero, ¿cómo es que proliferaron las artes marciales en el periodo medieval y durante el inicio del renacimiento después de haber sido casi olvidadas durante los 800 años que siguieron a la caída de Roma? La frase, "caída de Roma", es, en realidad, poco apropiado porque lo que colapsó fue únicamente la mitad occidental del imperio en 476 CE. Hay incontables razones que explican el declive y el subsecuente fin de la porción occidental del Imperio Romano, que van desde las invasiones de los visigodos a las complicaciones económicas, a los desastres naturales, a la hubris provocada por las conquistas territoriales sobre extendidas. Conforme el occidente se debilitaba, la porción oriental del imperio se fortalecía y cuando finalmente colapsó la parte occidental, el oriente continuó operando como al nueva iteración del Imperio Romano. Conocida entonces como la era Bizantina, el Imperio Romano Oriental permaneció siendo una fuerza dominante en Europa y en Asia Menor durante el siguiente milenio. Como extensión del reinado bizantino, muchas tradiciones romanas y griegas continuaron vigentes entre los ciudadanos, aunque la religión primaria pasó de ser el panteón politeísta de dioses romanos al singular dios cristiano.

Muchos historiadores creen que después de la caída de Roma en el siglo V, Europa regresó a casi un estado constante de conflicto conforme las tribus teutónicas invadieron y combatieron a lo largo de varias partes de Europa y conforme muchas de las naciones cristianas se involucraron en batallas en Medio Oriente. Europa sin duda la pasó peleando en las eras posteriores al Imperio Romano, pero el arte del combate y la aplicación de metodologías de combate, practicadas como deporte, dieron paso a una constante batalla en las fronteras. No había tiempo para deportes como el boxeo, la lucha o incluso la pelea con palos cuando uno estaba siempre reclutado como parte de un ejército en guerra. Además de la necesidad casi constante de tener a los hombres formando parte del ejército en lugar de desempeñándose como atletas, también ocurrió un cambio ideológico cuando el Imperio Romano y su cultura de violencia y exceso quedó absorbida por el sedado aunque militarista Imperio Bizantino.

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1,000 años de cultura, religión, política y guerra bizantina no pueden condensarse en dos magras frases, pero el periodo representó un giro interesante en la manera en la que Europa veía los deportes de combate. Los antiguos griegos disfrutaban celebrando el atletismo y la fortaleza y la habilidad. Los antiguos romanos también gozaban los deportes de combate y los trataban más como un espectáculo, como una oportunidad de ver a la violencia como un entretenimiento. Las disciplinas griegas formaban parte del deporte romano, pero su deporte de combate favorito eran los pleitos entre gladiadores que ocurrían en el Coliseo. Los bizantinos, a riesgo de ser algo reduccionista, no eran muy afectos a los deportes de combate. Lo atlético era importante solo porque significaban un beneficio al generar soldados hábiles y movidos. En la mitad oriental del Imperio Romano, el combate era parte de la cultura, y se trataba de una cultura guerrera más que de una deportiva.

El surgimiento de Bizancio no eliminó por completo las búsquedas en los deportes de combate. El pancracio siguió practicándose en algunas partes del Imperio Bizantino en los primeros siglos. La capital, Constantinopla, fue sede de varios eventos atléticos, pero para cuando el cristianismo se afincó firmemente como la principal autoridad religiosa, los deportes de combate como la lucha, el boxeo y el pancracio, dado que eran sinónimos del paganismo, no fueron tolerados más en el nuevo clima cultural. No solo estaban prohibidas las competencias, sino que el Imperio Bizantino disuadía la práctica y la transmisión de los deportes de contacto dada su asociación con las tradiciones paganas.

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Cuando Constantino el Grande gobernó el Imperio Romano durante principios del siglo cuarto, decretó la aceptación de todos aquellos practicantes de la nueva fe cristiana. En 393 CE, el emperador Teodosio I erradicó del imperio todos los festivales paganos. Y aunque la ley de Teodosio no hablaba explícitamente de las artes del combate, sí buscaba eliminar todos los rastros del paganismo, y se enfocaba principalmente en festivales y en reuniones en general asociadas con los eventos deportivos del mundo antiguo. Así, el boxeo, la lucha, el pancracio y las peleas de gladiadores dejaron de operar como entretenimiento a gran escala y como consecuencia, la práctica sistemática de entrenar estos deportes decayó. El único deporte que los bizantinos hicieron suyo de verdad fueron las carreras de cuadrigas, que siguieron sucediendo hasta finales de la Edad Media.

En los años siguientes, Agustín de Hipona, conocido también como San Agustín, comenzó a pronunciar las ideologías y la moral nueva que dominaría al Imperio Romano. San Agustín denunciaba al paganismo, y señalaba los horrores del combate de gladiadores en el coliseo como la manifestación de los excesos del paganismo. Y así, con el crecimiento de la religiosidad, y el embargo a las tradiciones del pasado, el combate como deporte casi desapareció en Europa y Asia Menor para el siglo quinto. Bizancio, sumida en guerra y conflictos religiosos, ya no consideraba que el combate pudiera ser deporte o entretenimiento.

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Bizancio surgió de las tradiciones griega y romana, pero contrario a sus antecesores, que gustosos se entregaban tanto a la guerra como a los deportes, los bizantinos despreciaban al deporte por considerarlo una frivolidad y al contrario concentraban toda su proeza atlética en crear un poderoso ejército. No había tiempo, ni energía, ni tolerancia para jueguitos cuando había guerras santas por pelear.

El acercamiento de los bizantinos a la guerra, que permanecería casi sin cambio durante un milenio, priorizaba la preservación de la vida y la conservación de las fronteras del imperio en contra de los ejércitos invasores. La estrategia militar bizantina operaba en función de distritos, llamados temas, de aproximadamente 9,600 hombres, caballería e infantería incluidos, que eran móviles y estaban siempre preparados para la batalla. Los generales no se negaban a retroceder si eso significaba que salvarían vidas, en especial dado que los temas que se encontraban cerca llegarían rápidamente en su auxilio. Este sistema organizaba la fuerza militar bizantina alrededor de la funcionalidad del grupo y la eficacia de un tema, en lugar de en torno a una ideología heroica como la que habría impulsado a los soldados durante el anterior Imperio Romano. Quizá se debía a la religiosidad de los bizantinos, que peleaban por la gloria de Dios y no movidos por motivos jactanciosos.

El Imperio Bizantino perfeccionó la institución militar, y mantuvo un ejército de 150,000 hombres a lo largo de cuatro siglos. Los emperadores enfatizaron el entrenamiento y la salud en general de sus ejércitos; ofrecían servicio médico no solo a los heridos en combate, sino también a quienes caían enfermos. La enfermedad corría rampante en las barracas encerradas comunes en la milicia antigua y medieval. Los campamentos militares no solo incluían a los soldados; los civiles seguían al ejército para ofrecer servicios y/o realizar negocios y en ningún otro giro era más prominente esa transacción que el de la prostitución. A través de la prostitución se esparcían enfermedades como la sífilis por todo el ejército. Más adelante, cuando las plagas se propagaban por todo Europa, los ejércitos de muchas naciones recibían el impacto particularmente fuerte debido a la cercanía en la que convivían grandes cantidades de personas. Las plagas, claro, no eran lo único en impactar a los ejércitos. La famosa Plaga de Justiniano devastó a Bizancio en 541 CE, mató a un estimado de 25 millones de personas en su epidemia inicial. El ejército bizantino no pudo hacerle frente a esta enfermedad, pero la instauración de cuidados médicos específicos para la milicia ayudó a aminorar los efectos de muchas enfermedades transmisibles e incrementó el cuidado de los soldados, e instituyó una prerrogativa ética en el Imperio de valorar a sus soldados no solo como carne de cañón sino como personas.

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El poder y la cantidad de territorio que controlaba el Imperio Bizantino durante su reinado de mil años fue cambiando. A finales del siglo noveno, el imperio Macedonio se instauró como la cabeza de Bizanzio y bajo su control, el Imperio Bizantino floreció; dio lugar a un renacimiento en las artes y la cultura así como en la expansión de su territorio. Es interesante que este renacimiento incluyó una aparente reintroducción de los deportes de combate. Basilio I, el primer gobernante macedonio del Imperio Bizantino, se ganó el respeto del Emperador Miguel III cuando, de joven, compitió en una competencia de lucha en contra de un retador búlgaro. Basilio era un hombre de origen humilde, y al llegar a Constantinopla en busca de oportunidades para mejorar sus circunstancias, comenzó a trabajar en un establo para uno de los cortesanos del emperador. Cuando Bizancio buscaba a un campeón que retara al luchador búlgaro, Basilio fue llevado al palacio y, para deleite del emperador y del resto del imperio, derrotó con facilidad a su rival búlgaro. Basilio eventualmente se convertiría en Emperador de Bizancio después de asesinar justamente al hombre que admiró sus habilidades para la lucha, y a pesar de haber ascendido al trono por esa vía tan despiadada, su reinado marcó el inicio del periodo macedonio en el Imperio Bizantino y el inicio del renacimiento político y cultural subsecuente.

El renacimiento cultural incluyó un giro hacia la pedagogía en el arte de la guerra. Los bizantinos crearon un sistema de combate a caballo que, aunque no cancelaba la necesidad de soldados a pie, se enfocaba en la eficiencia de combatir a caballo. El emperador Leo IV, que gobernó al Imperio Bizantino de 886 a 912 CE escribió el texto seminal, Tactica, en el que delineaba la forma más eficiente de lidiar con una multitud de enemigos específicos en el campo de batalla. Tactica abogaba por que los soldados utilizaran espadas de madera para practicar y palos más largos para practicar con la lanza, y sugería juegos de guerra en los que los temas se dividían por equipos y practicaban peleando entre ellos. Este texto, escrito (en parte o totalmente) por el emperador bizantino, fue el precursor de la cascada de textos de artes militares que aparecerían en la Edad Media.

El Imperio Bizantino también caería eventualmente, y en los últimos siglos que precedieron a su fin en 1453, la estrategia militar cambió, como suele suceder, de vuelta a las proezas de los individuos. Algo de ese progreso pudo haber sido provocado por un regreso a la ideología solipsista de los grandes combatientes de la antigüedad, pero también pudo haber sido una amalgama del pugilismo entusiasta de la antigua Roma y la ecuánime eficacia del ejército bizantino.

El Imperio Bizantino demostró la prerrogativa cultural de valorar la eficiencia y la habilidad en pos del dominio militar. Los soldados ya no eran carne de cañón, y en cambio eran valorados como una unidad hábil. En los casi 800 años que siguieron a la caída del Imperio Romano occidental, el combate se enfocó en lo militar y en la necesidad de pelear como grupo en lugar de en la búsqueda de la habilidad individual. Pero en la oscuridad de la Edad Media, con enfermedades y suciedad rampantes, la literatura del combate se alejó de los grandes tratados militares y se enfocó en cambio en el logro individual de la maestría combativa.

Un producto en particular de la competente y poderosa era bizantina fue la formación de gremios, compuestos por espadachines habilidosos, que trazaron los lineamientos claros de lo que constituía un peleador experto en la Edad Media. Estos gremios funcionaban como versiones a menor escala del tema bizantino, y en lugar de estar a cargo de proteger una zona específica de la frontera militar, estos hombres, conocidos en adelante como los Maestros de la Defensa, crearon un sistema de combate cuerpo a cuerpo, utilizando armas y mano a mano. Su meta era inyectar rigor a la transmisión de las artes del combate, y establecer un grupo acreditado de instructores de artes marciales —no se aceptaban charlatanes—. En casi cada país de Europa, incluyendo Grecia, España, Turquía, Alemania, Escandinavia, las islas británicas, Rusia y los países del Báltico, había Maestros de la Defensa, expertos combatientes que laboraron para diseminar una aproximación integrada al combate que incluía estilos tanto armados como a mano limpia. Estos gremios no solo estaban organizados y profesionalizados, sino que los maestros redactaron manuales de combate que siguen estudiándose hoy en día. En una época en la que casi todo lo que se escribía era de naturaleza litúrgica, los Maestros de la Defensa a lo largo de toda Europa, como lo hiciera el emperador Leo IV antes que ellos, produjeron manuales de combate y dedicaron su tiempo a desarrollar sus habilidades de combate.

En los mil años posteriores al colapso del Imperio Romano Occidental, el combate como deporte casi desapareció, y en cambio la guerra se convirtió en la única prerrogativa para pelear. Es un periodo fascinante que con frecuencia se pasa por alto en los estudios del combate, que pasan del Coliseo romano al pugilismo inglés del siglo XVII. Los deportes de combate no desaparecieron en realidad, sino que fueron mandados al fondo del cajón en espera de que pudieran darse el lujo del tiempo libre para pelear por deporte y no pelear por salvar la vida. El Imperio Bizantino quizá puso fina las tradiciones griegas y romanas de pelear por deporte, pero también inculcó una cultura de precisión y pedagogía que eventualmente se traduciría en una explosión de expertos de élite en el combate. No sería sino hasta el siglo XIII que los Maestros de la Defensa harían su aparición, en muchas naciones europeas, y crearían un sistema de pelea codificado, centrado no en el ejército, la milicia o el tema, sino en el individuo y en su búsqueda personal de excelencia.