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Entrevista

Retrato de una fémina feroz: entrevistamos a Bianca Jagger en el Hay Festival

Una conversación en exclusiva con Bianca Jagger, en Cartagena, sobre ser mujer, defensora de derechos humanos y un ícono del glamour al tiempo.
Bianca Jagger
Imagen vía Wikipedia.

Artículo publicado por VICE Colombia.


A las mañanas de Cartagena de Indias las atraviesa una peculiar resolana amarilla, un aire tibio y el chirrido agudo de un ave negra local conocida como maría mulata. Todos los años, a finales de enero, la literatura confluye aquí para un festín. Autores y figuras del pensamiento se instalan en las habitaciones de un hotel que fue un convento en otro siglo, con paredes de tono coral y un patio central atravesado por el verdor espeso de un exuberante jardín.

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Con este escenario de fondo, un hombre participa en una conversación radial con varios interlocutores, entre quienes se encuentra una mujer que desde comienzos de los ochenta se sumergió en esa trocha espinosa que es la defensa de los derechos humanos.

Una mujer que ha estado en muchas partes. Ha tenido encuentros con escuadrones de muerte a veinte kilómetros de El Salvador, en terreno hondureño. Ha estado con el programa BBC News Night, en Kosovo, en una misión que procuraba compilar hechos importantes y donde fue arrestada. Ha denunciado la crueldad de los serbios musulmanes durante la guerra de los Balcanes. Ha presenciado matanzas en despliegues públicos estando en Nicaragua. Ha hecho campañas por causas tan distintas como la pena de muerte, los derechos femeninos, las comunidades indígenas, las causas ambientales y las opresivas dictaduras latinoamericanas. Leyendo el compás de los tiempos, sincronizándose a ellos, esta mujer también ha optado por derramar sus vivencias, presencias, intervenciones y todo el acervo de sus causas al paisaje digital. Ha transferido su experiencia, variada y larga, a sus postales de Instagram y —desde 2010— a los espacios comprimidos de Twitter.

“Qué fácil debe ser”, le declara el hombre, “escribir en redes digitales, sobre Irak y Afganistán, desde su apartamento londinense y desde su postura confortable”. La mujer se vuelve para contestar. “Disculpa que te corrija, pero yo no escribo desde la comodidad, voy a todos los lugares que mencionas y a muchos más”, replica.

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El varón que participa en la entrevista comparte espacio con una de las figuras entrevistadas: Bianca Jagger. Su apellido es un rastro distinguible, un guiño hacia el lustro que desprende una banda mítica. Sus credenciales, sin embargo, van un poco así: es embajadora del Concejo de Europa; fundadora y presidenta de la Fundación por los Derechos Humanos Bianca Jagger y miembro del Concejo de Liderazgo de Directores Ejecutivos de Amnistía Internacional en los Estados Unidos.

Hagamos, sin embargo, un breve ejercicio de inversión. Imaginemos brevemente que Bianca no es Bianca sino es Blaine, o Josh. Ensayemos responder. ¿Habría sido igual el comentario del escritor si la persona entrevistada hubiese sido varón? De tratarse de un defensor de derechos humanos, con más de tres décadas atravesadas, con una colección diversa de temas y causas, ¿hubiese sido igual el comentario? Puntos en el aire.

Una mirada rápida a los antecedentes de Bianca Jagger revelan involucramiento en múltiples campañas, sus fotografías la muestran con frecuencia en foros globales, participaciones con las Naciones Unidas, se le ve marchando en las calles de Londres o Nueva York, sus trinos denuncian asuntos ambientales, invitan a resistir a Trump, y es una ferviente denunciante de la dictadura desgarradora de Daniel Ortega en su tierra, Nicaragua.

Pero décadas atrás, en 1971, Bianca Jagger decidió casarse con el rock n roll, entrando a los predios del glamour hedonista y convirtiéndose en una figura avanzada en los archivos de la vestimenta femenina. El día de su casamiento, llevaba una chaqueta blanca entre cuyas solapas se leía, descubierto, el pecho, una falda recta satinada y un sombrero de ala ancha de donde caía un velo ornamentado. Un traje femenino.

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Selló amor con Mick, el líder de los Rolling Stones, una mañana en Francia, en una ceremonia disparatada y convulsionada, cuyas fotografías todavía circulan en la imaginación popular y cuyos detalles la prensa se ha encargado de reanimar una y otra vez. La señora Bianca era, además, amiga cercana de Yves Saint Laurent, confidente de Andy Warhol, y silueta frecuente en Manhattan, en aquel espacio hedonista y alocado que era Studio 54. Pero hace un tiempo ya que Jagger estableció que no estaba para saciar los cotilleos de lo que ella misma ha llamado, de manera reiterada, un 'paréntesis en su biografía'. (Su casamiento transcurrió hasta 1979). La misma Jagger solicita expresamente que en sus interacciones periodísticas no se le pregunte por una parcela vital que sucedió hace cuarenta años

¿Qué aspecto tuvo ese interludio, sin embargo? Las imágenes que flotan de Jagger revelan a una mujer esbelta, de rasgos angulares y boca carnosa, que llevaba con frecuencia trajes blancos, chaquetas y pantalones, vestidos halter, atuendos brillantes y dorados. Las revistas más icónicas de la moda la han exaltado a lo largo de los años por su estampa estilosa, su chic avanzado, su poderosa imagen. Y he allí una de las trampas, o uno de los vestigios que el tiempo no borra, uno de los lemas a los que se enfrentan tantas mujeres a la hora de negociar su apariencia y su sustancia: “Hay una asunción constante de que no existe hondura detrás de cierto tipo de apariencia”, me dice, esta mañana, vestida de jeans blancos, una blusa de rayas marineras y una chaqueta negra satinada, en cuyo bolsillo asoma un pañuelo de lunares.

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“Estaba hablando sobre el chovinismo masculino y sobre la discriminación masculina hacia las mujeres y quedé absolutamente pasmada con el comentario del periodista porque estaba tratando de subestimar mi trabajo en las redes digitales, trabajo que muchos de nosotros involucrados en esto hacemos. Soy una gran creyente de las redes porque permite que los defensores de derechos humanos alcancen partes remotas del mundo, por ejemplo”.

Esas postales de los setenta, esas imágenes de sus atuendos fantásticos y su presencia frecuente entre el disco y la escarcha, la han depositado dentro de un mito, ese halo en el que conjugan las indulgencias rocanroleras y la vida nocturna de Manhattan. Pero lo cierto es que antes de convertirse en una de las señoras glamorosas del rock n roll, Jagger salió con 16 años de su natal Nicaragua hacia París a estudiar ciencia política, becada, y a experimentar nada menos que la convulsión de las marchas estudiantiles, el fragor de los sesenta, y la instalación de la juventud como la gran fuerza de la moda y la política.

En su última visita a Nicaragua, en mayo de 2017, Jagger salió a las calles a una marcha desplegada durante el día de las madres. Cientos de miles de personas marchaban: mujeres, ancianos, jóvenes, estudiantes. Aún así, explica ella, Daniel Ortega no escatimó en tener escuadrones asesinos con francotiradores que lanzaban balas desde un estadio, produciendo una matanza colectiva, la propia huida de Jagger de la ciudad y convirtiendo aquella en su última visita a su propio país. Durante el Hay Festival, en Cartagena, la intervención de Jagger se refiere, sobre todo, a la progresión política que permitió la dictadura de Ortega —con más de quinientos asesinatos, más de tres mil heridos, más de cincuenta periodistas deliberadamente perseguidos y censurados— y no cumplió el formato de muchos otros personajes dentro del festival, que suelen ser entrevistados por algún autor o periodista de renombre. Esta fue una conferencia individual. Se refirió a Venezuela y a la cercanía con Ortega. Ofrece cifras y problematiza el sandinismo en sus gamas actuales. Y en algún momento, se cubre ella misma con la bandera de su país. Hay aplausos, cabezas que asienten con contundencia en la audiencia y al final un pequeño cúmulo de periodistas interrogantes.

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“Amaría regresar, pero no sé si Ortega lo permita o si exista alguna orden para asesinarme”, me explica. Le pregunto también por sus momentos cercanos con la muerte, por el miedo y el coraje. Se ríe modestamente.

Le pregunto entonces por este persistente binario impuesto a las mujeres, entre apariencia y profundidad y por las inferencias de las que es objeto constante, a pesar de que hace más de tres décadas que se ha divorciado —nunca volvió a casarse— y sobre cómo las mujeres que exhiben glamour en sus labores son recibidas con un recelo casi automático, la sospecha de que hay algo que no es fiable. Si se piensa, también, Jagger ha presenciado, desde su particularidad, profundas transformaciones fructificadas por los movimientos de liberación femenina, y a pesar de la longevidad en sus preocupaciones y sus causas, sigue siendo cuestionada.

“Verás, he pasado por diferentes etapas en mi vida. Cuando me divorcié empecé mi trabajo como defensora de derechos humanos y era muy consciente de estas asunciones, especialmente porque venía de un mundo tan distinto. Las personas olvidan dónde nací, lo que estudié. Sabía que las personas iban a necesitar asimilar esa transición, que iban a tardar en aceptarme y asumirme con seriedad, así que pensé, está bien, pagaré el precio, el tiempo y la perseverancia hablarán por sí mismos, dejaré de defenderme. Al comienzo traté de disminuir mi imagen, la manera en que me vestía y cómo aparecía. Una vez tuve una editora de una revista que quería llevarme a Nicaragua a hacerme unas fotografías. Nunca sucedió, pero lo que me dijo fue muy importante para mí, me dijo: quiero mostrar que las mujeres bellas y estilosas pueden tener un cerebro y ser mujeres de sustancia. A partir de entonces, dejé el esfuerzo por cambiarme, decidí ser lo que soy y cesé de intentar transformar mi apariencia y mi vestir”.

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Al arrimarse al personaje de Jagger están también visibles las negociaciones propias a las que ella misma ha llegado con su persona, con la construcción de su personaje. Conservar ese apellido, por ejemplo, por un asunto cultural, pero no sin perder de vista la utilidad de la plataforma que le ha permitido. Y he allí algo también neurálgico. El uso del personaje, sus recursos, su influencia, sus contactos, para mover causas que no siempre fueron populares. “Con el tiempo y con el reconocimiento, con la confianza que eso trae, he comprobado que hay que rebelarse contra esa discriminación, contra esa noción preconcebida de que para ser creíble, para ser percibida como portadora de sustancia hay que verse de cierta manera ¿Por qué?”. En sus postales de Instagram también hay memorias de su amistad con Saint Laurent o sus asistencias recientes a los desfiles de haute couture de la casa Dior, en París. Una mujer compleja y multidimensional.

Le pregunto también y considerando precisamente los sacudones históricos que también ha presenciado (Jagger nació en 1950), cómo percibe la ecuación actual entre mujeres y poder. Le pregunto si, teniendo en cuenta la forma en que están organizadas las estructuras políticas, donde se sigue percibiendo como intrusa la voz y la presencia femenina, si no considera que las mujeres que llegan a las cumbres más altas no terminan muchas veces, para sobrevivir y florecer, por masculinizarse, en su vestimenta y en actitudes simbólicas también. “No creo que haya que emular a los hombres en términos de ser rudas y crudas o hablar alto, he pensado siempre que aún cuando hable con gentileza seré escuchada, pero persiste la idea de que cualquier mujer que es ambiciosa es acusada y condenada. La ambición se permite en los hombres, pero las mujeres que aspiran a posiciones de poder siguen incomodando. Y hay que ver figuras como Teresa May, que grita, que miente al público, ¿debe ser de esa manera?”. En Jagger se personifican las complejidades que aún todavía no se reciben confortablemente en la feminidad. ¿Un varón que asiste a un evento de moda global y defiende derechos humanos? Aplausos. De nuevo, ensayemos la inversión de manera momentánea.

“No solo las estructuras del poder están masculinamente dominadas, también las de los medios, del entretenimiento, de muchos ámbitos. Mira la moda, las mismas estructuras de esa industria son predominantemente masculinas. Es un gran logro que la casa Dior esté hoy dirigida por una mujer. Nunca había sucedido antes. En todos los niveles, cuando hablamos de las ganancias femeninas, todavía hay largos caminos por recorrer”.

Revisar las consecuencias de las liberaciones femeninas nos pone de manera constante a mirar lo obvio con prismas renovados. Hacer lo familiar un poco extraño. “Como presidente y fundadora de una fundación de derechos humanos, siempre que participo en una conferencia, noto con frecuencia que a los varones se les dan todos los títulos que tienen, pero si eres mujer, te llaman ‘activista’, simplemente. No es que necesite los títulos, puedes llamarme simplemente Bianca si quieres, eso está bien para mí, pero es esa discrepancia, esa discriminación hacia el trabajo de las mujeres lo que me parece inquietante”.

Se acaba el tiempo y me atraviesan algunas de las imágenes emblemáticas de su personaje en los setenta. Hoy, con un poco más de siete décadas en edad, sigue siendo frecuente que se le vea en trajes. Es una de sus estampas. No es un look al azar. Pocas piezas han sido tan políticas en la feminidad como el pantalón (donde en 1800, en París justamente, fue emitida una ordenanza que lo hacía ilegal para las mujeres). Para su conferencia en Cartagena, el look es similar. Es un símbolo contundente, la feroz feminidad de una mujer que personifica la sustancia múltiple de la complejidad.