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Feminisme

Esta refugiada fue explotada sexualmente por su esposo

Abeer y su esposo dejaron Siria para buscar refugio en Líbano. Cuando se quedaron sin dinero él la vendió a sus amigos y luego la obligó a venderse en las calles.
Una mujer en su casa, en Líbano. Allí, duermen hasta nueve refugiados en su sala. Foto de ZUMA Press Inc. / Alamy Stock Photo

Abeer está sentada en la oficina del sótano de un refugio para mujeres en Beirut. La joven de 30 años tiene varios piercings en los oídos y las cejas perfectamente depiladas, no para de fumar mientras habla.

El calvario comenzó tan pronto como dejaron Siria, dice Abeer. Se casó con Moufak en su ciudad natal de Homs, en Siria, casi al tiempo en que la guerra civil estalló en 2011. (Ambos nombres fueron cambiados para proteger su privacidad.) Se conocieron por medio de amigos mutuos; él era un par de años mayor que ella, trabajaba como obrero.

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Abeer tuvo una relación problemática con su familia y estaba dispuesta a empezar de nuevo. “Mi madrastra fue abusiva y me casó a los 14 años”, cuenta. “Ése fue un matrimonio violento que terminó pronto. No podía regresar con mi familia, así que estaba emocionada de casarme con Moufak y comenzar mi vida”.

Mientras la guerra se intensificó, la joven pareja huyó al vecino Líbano. El dinero era escaso y pronto Moufak comenzó a culparla por sus problemas. “Dijo que era mi culpa ser pobres, porque se gastó sus ahorros casándose conmigo y ahora yo debía trabajar para ayudarlo”, dice Abeer. Siendo refugiados, era complicado encontrar un trabajo bien pagado y la vida en Beirut es cara.


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Una noche, Abeer estaba durmiendo en su habitación mientras Moufak estaba reunido con sus amigos. Escuchó la puerta abrirse y asumió que era Moufak, pero era uno de sus amigos. El hombre cerró la puerta y le dijo a Abeer que le había pagado a Moufak y ahora ella tenía que cumplir. La violó. Tenía tres meses de embarazo.

Éste fue el inicio de su pesadilla. Primero, Moufak la vendía a sus amigos, amenazándola con tomar la custodia de su hija si se iba. Después, la obligó a venderse en las calles. La golpeaba cuando se resistía. Ella y otras mujeres sirias —muchas de ellas, según Abeer, también fueron obligadas por sus parejas u otros familiares a prostituirse— se reunían en una zona transitada del centro de Beirut, esperando a que pasaran hombres.

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“No sabía que éste era su plan”, dice Abeer ahora. “Me casé con él con el objetivo de tener una vida mejor”.

A pesar de que Moufak tomó las ganancias de Abeer, en secreto ella planeaba su escape. Guardaba una pequeña cantidad de dinero y asistía a clases de estilismo y belleza, esperando encontrar una forma legítima de ganarse la vida. Comenzó a recorrer Beirut, reconociendo el terreno todavía inusual para ella. En casa, escondió el certificado de nacimiento y el pasaporte de su hija para que su esposo no pudiera arrebatárselos.

La situación de Abeer era horrible, pero por desgracia es muy común. Las ONGs advierten que las mujeres refugiadas de Siria en Líbano y en otras partes de la región son increíblemente vulnerables a la explotación sexual. Dada la combinación tóxica de pobreza, falta de residencia legal y el patriarcado, se enfrentan al acoso y la coerción de los arrendadores, empleadores y, en el caso de Abeer, a veces la propia familia. Es complicado calcular cifras exactas, puesto que muchos casos no son reportados, pero los expertos sugieren que el problema está muy extendido.

Más del 75 por ciento de un millón de refugiados sirios registrados por la ONU en Líbano son mujeres y niños. (Hay muchos más refugiados no registrados, cuya demografía se ajusta al mismo patrón). En total, una de cada cuatro personas en el país es un refugiado sirio; los trabajos son limitados en extremo. Para calmar las tensiones entre la población local, el gobierno libanés restringió el acceso para la obtención de permisos de residencia. Esto eleva el riesgo de explotación, ya que las mujeres temen denunciar el abuso a las autoridades.

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“Las mujeres refugiadas son particularmente vulnerables”, explica Maeva Breau, coordinadora del programa en Kafa, una ONG que dirige varios refugios para mujeres en Líbano. “Temen la exclusión social si se da a conocer que fueron explotadas sexualmente y tienen miedo a la ley, porque la prostitución es ilegal y su estado migratorio es incierto”.

El estigma alrededor del abuso y acoso sexual es tan intenso que puede ser muy complicado conseguir ayuda. Hablé con varias ONGs que dijeron conocer mujeres que estaban siendo explotadas, pero sólo podían ofrecer ayuda después de que eran detenidas por la policía. (El trabajo sexual en Líbano sólo es legal a través de burdeles con licencia. Muy pocas licencias se expiden, de manera que casi toda la prostitución sigue siendo ilegal.)

"Esta explotación de mujeres es una plaga y quiero hacer todo lo posible por evitar que se extienda".

Dar-al-Amal es una de muy pocas ONGs en Líbano que ofrece apoyo a las trabajadoras sexuales. “Cuando comencé este trabajo, mi familia dijo que no debería trabajar en una ONG relacionada con la prostitución”, recuerda Hoda Kara, directora de Dar-al-Amal. “Es algo palpable hoy en día, los donadores no quieren apoyar a las trabajadoras sexuales. La sociedad no las acepta. Pero nosotros las ayudamos en todos los aspectos para arreglar sus vidas. Este trabajo puede tardar años en tener efecto”.

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La vergüenza puede evitar que las mujeres busquen ayuda, pero esto está lejos de ser un problema cultural. Muchas mujeres dañadas por la explotación sexual son, como Abeer, producto de infancias abusivas o conflictivas, además de los problemas causados por el desplazamiento y la guerra. “Para la mayoría de mujeres que veo, el problema comenzó en la familia”, explica Sara Braish, psicóloga que trabaja en Dar-al-Amal.

Y el factor más importante de su vulnerabilidad es también el más obvio. “La explotación sexual de mujeres y niños sirios ocurría mucho antes de la guerra, pero era menos frecuente o quizá menos evidente”, dice Kara. “Pero durante la guerra, la pobreza aumentó y con ello la explotación”.

Después de varios años de abuso, se volvió demasiado para Abeer, sufrió una sobredosis. Moufak la llevó a casa del hospital. A pesar de que Abeer había sentido demasiada vergüenza para contar a alguien su situación, salió corriendo, gritando que él la abusaba y obligaba a venderse sexualmente por dinero. Su casera tomó la iniciativa de protegerla y amenazó con llamar a la policía para que arrestaran a Moufak. Huyó a Siria, pero desde entonces está desaparecido; Abeer cree que murió o fue secuestrado por los militares.


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Abeer y su hija comenzaron a reconstruir sus vidas en Beirut. “Este lugar ha sido como mi hogar”, dice Abeer, sentada en la oficina del sótano de un centro de Dar-Al-Amal. Recibió ayuda de emergencia de la caridad mientras buscaba trabajo como estilista y consiguió apoyo para la guardería.

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Está enojada mientras habla y a veces llora. “Realmente he pasado por muchas cosas”, dice. “Pero esta explotación de mujeres es una plaga y quiero hacer todo lo posible por evitar que se extienda”.

Los fines de semana, regresa a la calle donde era obligada a trabajar. Se sienta en el transitado café de la esquina, donde sabe que otras mujeres sirias se reúnen. Inicia cualquier conversación, les dice que hay servicios a donde acudir para ayudarlas con su salud, problemas psicológicos y cuidado de los hijos.

Algunas son agresivas; algunas piensan que la ONG es una pantalla de la policía. Otras se ríen y tratan de convencerla de que vuelva a trabajar con ellas. Ocasionalmente, un cliente pasa y le ofrece dinero.

Para Abeer, estas humillaciones no importan. “Cuando se rompe una taza, no puedes repararla”, dice. “Pero estoy tratando”.

El reportaje para este artículo fue promovido por una beca para medios de comunicación a través de la iniciativa sobre Religión y Encuadre Global de la Violencia de Género, Centro para los Estudios de Diferencias Sociales en la Universidad de Columbia.