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En julio del año pasado fui a una feria de ciencias para adultos en el Museo de Vancouver. Me encontraba entre las chamarras que igualan tu peso en agua y la misteriosa recreación del experimento "la máquina de sueños" de Brion Gysin, la cual fue construida por mi amiga Katie Webster. Cuando Gysin creó la original en 1961, la vendía como "el primer objeto de arte que se puede contemplar con los ojos cerrados". Este artefacto es básicamente una lámpara con ranuras, la cual está iluminada con un foco que gira gracias a su base: un tocadiscos.Para experimentar sus poderes, me dijeron que tenía que cerrar los ojos justo enfrente del foco y relajarme un momento mientras algunas piezas de Brian Eno sonaban tenebrosamente en el fondo. Cuando cerré mis ojos, vi un caleidoscopio de patrones y formas coloridas que se formaban y se deshacían. Era como si mi mente estuviera cómodamente metida en una colcha y hubiera sido sumergida en ácido y después hubiera sido llevada a una rueda de la fortuna que giraba a la velocidad de la luz. Estas visiones se movían tan rápido que instantáneamente llenaron lo que sentía que era la totalidad de mi cerebro. No había duda que estaba teniendo visiones, sólo que no eran concretas; eran como la silueta de un oso o un oasis. Era imposible distinguir formas y colores, pues éstos giraban en una sucesión tan rápida que me vi forzada a pararme muy quieta y tratar de asimilarlo. Era una experiencia completamente visual; aún podía escuchar la música y a la gente en el fondo, aunque por un breve instante, el tiempo se detuvo.
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Floté por primera vez en Vancouver, durante 90 minutos, en un tanque tipo mini submarino lleno de agua salina. Ya que medito a diario, me emocioné de poder experimentar otra manera de alcanzar diferentes longitudes de ondas cerebrales estando sobria.Cuando me metí al tanque, se me hizo bastante difícil relajarme, ya que mi cuello se sentía sin soporte y torcido. Después de algunos intentos fallidos, incliné mi cabeza hacia atrás y logré relajarla en una posición cómoda.El tanque era tan oscuro que no podía ver mi mano frente a mi cara y se sentía como si estuviera meditando con los ojos abiertos. Podía sentir mi respiración y podía escuchar claramente mi ritmo cardíaco. Mis pensamientos indudablemente comenzaban a volverse más lentos sin la necesidad de que yo hiciera algún esfuerzo. Era como un sueño.
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Debido a la sugerencia de mi naturópata, participé en un círculo de viajes chamánicos en un centro comunitario de Toronto a finales de diciembre. Me dijeron que estas ceremonias eran como el portal de entrada al mundo chamánico, el cual me había intrigado durante algún tiempo.
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