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los tics personales de vince mcmahon

WWE, la prisión de la historia y el problema de ser más grande que la vida misma

En la lucha profesional, el pasado es más importante que en otros deportes.
Photo via Wikimedia Commons

El reciente Battleground de pago por evento de la WWE no fue una metáfora, o no solo una metáfora. Hubo una buena cantidad de lucha, alguna muy buena, antes de que la parte metafórica se hiciera presente. El momento llegó en la gran pelea del título de la WWE entre el mocoso Millennial y actual campeón Seth Rollins y el asustado Brock Lesnar. Para ser más precisos el momento llegó cuando Undertaker entró al final de la contienda para vengar su icónica derrota en Wrestlemania a manos de Lesnar. Se apagaron las luces, el gong sonó, y ahí estaba él, con el cabello reluciente peinado hacia atrás, y con ojos furiosos. Después Undertaker le pateó el trasero a Lesnar, montando una pelea de Summerslam entre los dos.

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Todo estuvo muy bien. Pero lo que fue extraño, y extremadamente insólito, fue que Seth Rollins simplemente desapareció una vez que los golpes empezaron a volar. No lo vimos salirse del cuadrilátero. La campana nunca sonó para finalizar la pelea. No hubo descalificación, ni tampoco anunció de que retenía su título —los cinturones no pueden cambiar de manos por descalificación, así que el campeón siempre los retiene— ni música, ni una mención. Undertaker caminó hacia bambalinas, con relámpagos ficticios en la pantalla detrás de él, hizo su clásica posición, y todo se apagó. El campeón había desaparecido.

La noche siguiente en Raw, Rollins mencionó este final tan extraño, obligando a la anunciadora del ring Lilian Garcia a que comunicara su retención del título, ya que no se lo habían dado el día anterior. Fue bastante raro ver al hombre, aparentemente la figura más importante de la compañía, reducido a presentar una parodia con tal de dar a entender a los nerds de la lucha en las gradas de que algo raro había pasado la noche anterior. Estar lo suficientemente consciente para reconocer que es algo extraño cuando la figura de un hinchado muerto viviente del pasado literalmente hace desaparecer al actual campeón es una cosa. El problema, para la WWE, es que lo hicieron de todos modos.

No hay otra forma de entretenimiento en vivo que esté tan envuelta en su pasado como la lucha profesional. El sentido de estar viendo la historia, de ver el presente convertirse en el venerado pasado en tiempo real es parte de la razón por la cual esta forma ha durado por tanto tiempo y permanecido tan vital. Pero también es fácil quedarse atrapado en la monotonía de lo que ha funcionado antes, perdido en el laberinto de los viejos ratings de 8.0 y borrosos encantos de Stone Cold.

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Cuando acabas de ser derrotado por un tipo de 50 años que no parece estar en el mejor estado físico. —Foto por Mark J. Rebilas-USA TODAY Sports.

Esto es esencialmente lo que le ha pasado y lo que le pasó a Seth Rollins. Por alguna razón —edad, nostalgia por el auge a principios del milenio, inseguridad, o algo más— el cerebro de la WWE está embelesado con el pasado ilustre de la compañía. Los rumores del regreso de Undertaker empezaron la semana previa a Battleground entre el pánico de la WWE por los ratings históricamente bajos de Raw. Y, casi de forma reflexiva, la promoción exhumó una leyenda de 50 años que apenas podía cargar a Lesnar.

El otro rumor era que Sting acompañaría a Undertaker. Aunque eso no pasó, su plausibilidad es una ventana para la mentalidad de la lucha profesional, y el panorama no es halagador. La WWE no solo iba a mirar hacia su propio pasado de una forma arriesgada, sino que también estaban considerando —o al menos parecía que sí lo harían— voltear hacia otras promociones del pasado para ser exitosos.

Aunque la clausura de Battleground fue el ejemplo más atroz de qué tan perdida está la WWE en la casa de diversión, no fue un ejemplo único. Esto justo lo que hace la WWE, y su negativa de dejar el pasado en el pasado está colmando al presente al punto de la claustrofobia. Por ejemplo, actualmente Bray Wyatt está flotando en una contienda serpenteante con Roman Reigns. Wyatt es catalogado como "la nueva cara del miedo". Esta táctica podría funcionar, es solo que las viejas caras del miedo, Undertaker y Kane, no se marcharán. De hecho —les juro que no quiero ser muy duro con el hombre— Undertaker venció a Wyatt en el reciente Wrestlemania, literalmente el viejo modelo derrotando al nuevo. El simbolismo fue tan pesado como el de Battleground.

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Hay más historia por hacer. Se rumora que el Wrestlemania del próximo año será el más grande de la historia. Supuestamente, McMahon está requiriendo a todo aquel que aún pueda caminar, desde Hulk Hogan y Shawn Michaels, hasta Steve Austin, para que compitan en la cartelera. No importa que las estrellas de la "Attitude Era" estén casi o por encima de los 50 años. El pasado y el presente se unirán y la pregunta estará en el aire para ver quién gana.

Los muertos vivientes simplemente no pueden morir. –Foto por Vishal Somaiya vía Flickr/Wikimedia Commons.

El argumento común cuando se habla de los viejos luchadores es simplemente que la WWE no quiere arriesgarse; existe un cambio implícito de culpa sobre las estrellas que no quieren dejar la fama atrás. Son hechos reales, pero también muy simples. En la lucha profesional, las décadas se funden y se mezclan, lo nuevo es fácilmente consumido por lo viejo, el crudo principio de la Gestalt es presentado como un espectáculo hecho de carne y fuegos artificiales. El pasado no es completamente el pasado, tanto en un sentido narrativo como de negocios, porque la lucha es un mito y los mitos contienen un peso emocional y psicológico.

En otras palabras, no solo es flojera. El pasado de la lucha tiene una gravedad real de la que a veces es imposible escapar. Para poner un ejemplo de nuestras leyendas recientemente fallecidas, no es solo que Dusty Rhodes fuera una gran figura —él era la personificación de una era y una región. Los mejores y más significativos peleadores siempre son así —expresan un momento, un sentir o un lugar; toman una cosa abstracta y pelean desde su interior.

Y honrar eso, querer que esos hombres y mujeres estén constantemente presentes, es natural. Olvidar a Dusty o Flair, nunca más volver a ver a Austin o The Rock, no es solo admitir que esos héroes se han ido, sino también lo que representaron. Esto es lo miso que pasa cuando ves que un estadounidense se niega a dejar su colección de historietas y sus juguetes de la época de Reagan.

La lucha siempre ha seguido esta línea. En el mejor de los casos, la presencia y el peso palpable de la historia en el ring generan emoción, otorgando credibilidad a las estrellas emergentes mientras se anclan a aquellos que estuvieron antes. En el peor de los casos, la intoxicación del pasado nos da lo que vimos en Battleground —un joven y prometedor campeón escabullirse en la oscuridad, mientras la cámaras enfocan al cincuentón haciendo lo que siempre ha hecho, solo que un poco más despacio de lo que recordamos.