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denominación de origen francesa

André-Pierre Gignac: cazador, águila y tigre

André-Pierre Gignac protagonizó una carrera fértil en goles en Francia: ¿podrá trasladar su olfato a México y ayudar así a Tigres UANL a conquistar la Copa Libertadores?
Foto de Jean-Paul Pelissier, Reuters

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El delantero es un tigre.

El delantero, que es un tigre, merodea el área, agazapado entre la maleza. Solo anda. Y observa.

El balón está lejos, en el extremo. De momento no hay peligro.

El delantero, que es un tigre, se dirige lentamente al corazón del área. Sigue agazapado, pero ahora en tensión: ha notado el cambio de atmósfera en el aire.

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En un extremo del campo, lejos, un jugador de su mismo equipo ha superado a un defensa rival y se escapa para ganar línea de fondo. Con el medio metro que le ha ganado a su par, el jugador arma la pierna y saca el centro.

El delantero, que es un tigre, sale de repente su escondite. Salta, ruge y muestra sus zarpas. El defensa no le ha visto venir. Cuando se da cuenta, es demasiado tarde: es arrollado sin piedad por un animal feroz.

Gol.

El delantero, que es un tigre, recorre la línea de fondo, los brazos abiertos, la mano detrás de la oreja para pedir al público que coree su nombre. Se dirige al banquillo, salta de nuevo con rabia.

Acaba de meter el gol que clasifica a su equipo para la final de la Copa Libertadores por primera vez en su historia.

Gignac celebra un gol con el equipo de Tigres UANL de Monterrey. Foto vía Stringer Mexico, Reuters.

André Pierre Gignac empezó su vida siendo un nómada. Hijo de gitanos andaluces, el galo explica que los Manouches, los gitanos franceses, le adoptaron y creció con ellos entre caravanas y mercadillos, vendiendo ropa en ferias. Según sus propias palabras, ya de pequeño cazaba ciervos y conejos: viviar agazapado, listo para atacar, no es nada nuevo para él.

Como jugador, Gignac dio sus primeros pasos en el modesto Étoile Sportive Fosséenne, del pequeño puerto de mar de Fos-sur-Mer, cerca de Marsella. Este humilde enclavamiento industrial, ubicado justo en el delta del Ródano, vio a un jovencísimo André-Pierre dar sus primeros pasos con un balón.

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A los diez años, Gignac era un chavalín grandote y fuerte a quien se le daba bien esto de patear el cuero. Fue por ello que el vecino FC Martigues, de la ciudad del mismo nombre, le admitió en su academia y le fue subiendo por sus categorías inferiores. El club se le fue quedando pequeño.

La Copa Gambardella de 2002 fue el auténtico tiro de salida para la carrera profesional de André-Pierre. El jugador, que entonces tenía 17 años y estaba en plena edad del pavo, logró llevar al Martigues hasta las semifinales del torneo. El OGC Nice les apeó, pero los ojeadores del FC Lorient ya habían calado a ese delantero de casi metro noventa cuyo cuerpo de tanque le permitía luchar por cualquier balón en el área.

Tras dos años con los reservas del Lorient, Gignac se aupó hasta el primer equipo de 'les Merlus'. Su debut con los mayores fue galáctico: anotó su primer gol cuando apenas hacía trece minutos que había entrado en el campo. Gignac tenía potencial de crack, pero su carácter, como suele ocurrir a esas edades, era difícil.

En la temporada 2005-06, el Lorient decidió cederle al Pau FC con la esperanza de que una estancia cerca de los Pirineos le aclararía la mente. Gignac metió 8 goles en 20 partidos; el Lorient le recuperó inmediatamente al final de la campaña. Al año siguiente, metió 9 goles en 37 partidos, una cifra nada desdeñable para un equipo que acabó la temporada en 14ª posición.

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Entonces, llegó el Tolouse.

Gignac levanta el pulgar tras anotar para el Toulouse FC galo. Foto de Jean-Paul Pelissier, Reuters.

El delantero es un cazador.

El delantero, que es un cazador, observa a su presa desde lejos. Tiene por arma un cañón, su pierna: por gatillo, su pie derecho.

A unos metros de él, sus compañeros se afanan, intentando distraer a los defensas y al portero. Entre la corona y el punto de penalti hay choques, empujones, apariciones repentinas.

El delantero, que es un cazador, presencia las observaciones de sus compañeros con los brazos en jarras y la vista al frente. Coloca el pie derecho unos centímetros por delante del izquierdo: el dedo se acerca al gatillo.

Hay que atontar a la presa para que el cazador pueda apuntar bien antes de que el árbitro se lleve el silbato a la boca.

El delantero, que es un cazador, oye el silbido y se precipita inmediatamente hacia el balón como si un resorte le hubiera activado. Mira la pelota, carga la pierna, dispara con potencia. El cancerbero apenas puede ver el esférico entre una maraña de piernas.

Gol.

El delantero, que es un cazador, recorre la banda, levanta el brazo al cielo, se lleva el pulgar a la boca. Después se dirige al banquillo a celebrarlo con sus compañeros.

Acaba de meter su primer gol en la temporada 2008-09. Meterá 23 más y será elegido en el Equipo del Año de la Ligue 1 francesa.

Gignac pugna con el mexicano Efraín Juárez por un balón en el Mundial de Sudáfrica 2010. Foto de Henry Romero, Reuters.

La carrera de Gignac tuvo un antes y un después en la capital de la región de Mediodía-Pirineos. En Toulouse, André-Pierre se consagró como gran valor del torneo francés: 41 goles en 118 partidos y un 'pichichi' le contemplan.

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Su rendimiento fue tan bueno que le llevó a la selección nacional gala y al Mundial de Sudáfrica, donde sin embargo conoció la amargura: el equipo 'bleu' terminó último de la fase de grupos y Gignac no pudo marcar. A pesar de ello, el entonces jugador del Toulouse no se vio afectado: a sus 25 años, solo las lesiones parecían poder detener una carrera que se antojaba brillante.

No es raro que sus actuaciones suscitaran el interés de los grandes equipos europeos. Finalmente, su destino fue el Olympique de Marsella, que sin ser aquel equipo que maravilló al mundo a principios de los años 90 sigue estando en la élite del campeonato francés.

El OM, pues, puso sobre la mesa la nada desdeñable cifra de 18 millones de euros y se llevó a Gignac al estadio Vélodrome en agosto del 2010. Con los marselleses, André Pierre descubrió la Champions League, pero tuvo que enfrentarse de nuevo al infierno de las lesiones… y a un nuevo enemigo: el sobrepeso.

La robusta constitución física de André-Pierre llevaba al delantero a ganar peso en caso de estar inactivo, y en Marsella no tuvo más remedio que estarlo mucho debido a las lesiones Los aficionados rivales, como no podía ser de otro modo, le atacaron con dureza por ese flanco. "¡Un Big Mac para Gignac!", se oyó en los campos de fútbol galos. Hasta que llegó un extraño argentino con gafas y semblante serio.

Lo sé todo sobre usted. Este año, usted perderá dos kilos y meterá 25 goles

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El delantero es un águila.

El delantero, que es un águila, sobrevuela el campo. Abarca mucho espacio: se mueve alrededor del área, de lado a lado, chocando contra los defensas, buscando el punto débil del rival.

El balón viene y va entre despejes y centros. Sus compañeros corren a una velocidad endiablada, superando a sus pares una y otra vez por intensidad.

El delantero, que es un águila, se mueve al compás de la pelota, se relaciona con ella pero manteniéndole siempre la distancia. Hasta que recibe, levanta la mirada más allá del horizonte y la manda, precisa, al otro lado del campo.

Todo se acelera. Un compañero recibe y devuelve el balón al área. Es un centro preciso, medido, colocado al segundo palo de forma que el portero jamás pueda alcanzarlo.

El delantero, que es un águila, ha iniciado su descenso en picado. De la nada, entra en el área como un puñal, aparta a sus rivales y conecta un cabezazo inapelable con una fuerza brutal.

Gol.

El delantero, que es un águila, corre por detrás de la portería, salta una valla, celebra y grita con rabia, se tira y se desliza por el césped. La afición le acompaña.

Acaba de meter el 1-0 frente al actual campeón de liga, el PSG. Su tanto, sin embargo, no será suficiente como para vencer el partido… ni para remontar en la tabla. Los parisinos acabarán ganando la partida.

Gignac lamenta una ocasión perdida en un partido del Olympique de Marsella. Foto de Regis Duvignau, Reuters.

El final de la temporada 2014-15 es decepcionante para los fans del Olympique de Marsella. La afición, que esperaba grandes cosas del equipo y se había ilusionado muchísimo con su prometedor inicio de temporada, no tiene más remedio que aceptar un mediocre cuarto puesto que condena a los marselleses a jugar la Europa League.

El verano también es preocupante. La mayor parte de estrellas del equipo abandonan el club: la entidad no tiene dinero y no le queda más remedio que vender jugadores para cuadrar las cuentas.

André-Pierre Gignac, cazador en Toulouse y águila en Marsella, termina contrato y no renueva. El niño Manouche de Fos-sur-Mer se marcha a ser tigre en Monterrey.

¿Será su nuevo traje suficiente como para levantar la Copa Libertadores?