Vestigios del beisbol en el Parque Calles de la Ciudad de México
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Vestigios del beisbol en el Parque Calles de la Ciudad de México

Para conocer al monstruo hay que estar en sus entrañas. No podría elegir una frase tan ad hoc para reflejar el sentimiento que me causaron los campos de beisbol cuasi abandonados del Parque Calles en la Ciudad de México.

Para conocer al monstruo hay que estar en sus entrañas: paráfrasis de José Martí. No podría elegir una frase tan ad hoc para reflejar el sentimiento que me causaron los campos de beisbol cuasi abandonados del Parque Calles, ubicado en la delegación Venustiano Carranza.

La cercanía con colonias populares como la Valle Gómez, Popular Rastro y Morelos lo han hecho famoso por sus canchas de frontón, deporte arraigado en esos barrios por la sencillez que implica practicarlo: sólo necesitas una pelota y una pared.

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El camino para llegar a los campos atraviesa por un tianguis sabatino que utiliza las inmediaciones del parque para ofertar sus productos. De la popularidad que en los años 60 tenía el beisbol en aquel centro recreativo ya no queda mucho, y eso lo reflejan los puestos de chácharas que ofrecen en su mayoría pelotas de tenis: el rey es el frontón.

Solamente un puesto tendido con una sábana en el suelo recuerda lo que hace 50 años reinaba en aquella zona: una cubeta con pelotas de beisbol. Una hoja de cuaderno resguarda las agonizantes bolas con las costuras salientes, y las ofrenda en una devaluada cantidad: 10 pesos.

Doy vuelta en Platino, calle en la que según Don León, recibía cientos de personas que se atiborraban en los puestos de comida, tiendas y banquetas para disfrutar de los juegos que religiosamente eran celebrados todos los domingos.

"La gente se reventaba aquí sus chelas. Entre ellos se echaban aguas porque pasaba la patrulla para llevarse a los que estaban tomando", dijo Don León.

De aquella calle ya no queda mucho, ahora está vacía, y la gente que pasa por ahí no se digna ni a voltear la mirada para ver los descuidados campos de pelota.

"Lo último que quedaba era la Casa Llena, pero murió la señora y sus hijos ya no quisieron seguir con el negocio", recalcó.

La Casa Llena ofrecía tacos de carnitas y cervezas, hoy el local ya está cerrado, el toldo que antes lo protegía del sol se sostiene desesperadamente luchando por no caerse. La pintura de las paredes se descarapela como muestra contundente del paso de los días, los meses, los años.

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Don León está postrado en una silla de ruedas: le amputaron una pierna. En sus manos sostiene un letrero de discapacitados que asegura le pondrá a su carro para que no lo paren por el 'Hoy no circula'.

"Yo era buen pitcher, los peloteros me tenían miedo. Bolas rápidas, curvas, sliders. Había que agarrarles el modo, a unos les gustaba la bola rápida, entonces me los chingaba con una curva", recordó.

León me pregunta que si quiero jugar, que él me recomienda con el Renacimiento, equipo donde realizó sus mejores lanzamientos.

"Nada más llega y diles que vas de mi parte, te van a hacer pruebas y si juegas bien hasta te andan pagando".

Del otro lado de la calle está el campo desierto, en una esquina entrena un equipo de niños de futbol americano, del otro lado es utilizada como pista para correr. Son las once de la mañana y aparecen dos personas con una carretilla y un costal de cal: Arturo y Virgilio.

Virgilio toma una varilla y busca clavarla en donde tendría que estar la caja de bateo, no encuentra un martillo y al percatarse de mi presencia parece avergonzarse de utilizar una piedra para fijar el metal en la tierra: "Ni un martillo traemos Arturo".

Arturo llena de cal una cubeta de pintura fijada a un palo de madera: la marcadora. De la varilla de metal parte un lazo que promete viajar de forma derecha y así dibujar las líneas de foul. Detrás de home comienzan a dibujar a puro pulso dos círculos, los círculos de espera.

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El dugout de cemento parece haber albergado una fiesta: botellas de whisky, de refresco, vasos y un orden al bat. Una fiesta beisbolera.

"Los veteranos son los que dejan su desmadre, juegan los jueves. Jugar les da sed, ni modo que tomen agua." Arturo me explica el motivo de los cadáveres festivos.

Es jubilado, y está ahí para ayudar a Virgilio, no quiere que el Rey muera y trata de ayudar regando cal encima de la tierra que en unas horas será un diamante de beisbol. "El futbol se comió todo, antes se ponía de lujo aquí, por eso quiero ayudar a que no se olvide".

Virgilio está del otro lado, esperando la señal de Arturo para comenzar su camino en línea recta con la marcadora. Mientras esperamos me cuenta que en las oficinas están todos los registros de los jugadores que han pasado por ahí, asegura que algunos incluso con paso por la Liga Mexicana de Beisbol (LMB).

Me pide que regrese cuando el administrador esté de vuelta, para que pueda tener acceso a esos documentos y puedan ser difundidos. Arturo quiere revivir el beisbol en el Calles.

"Aquí jugaba el Pinolillo, un chavito que ahorita está en las menores de los Pericos de Puebla, no me acuerdo su nombre pero así le dicen: Pinolillo".

Me despido con la promesa de volver para revisar los registros de los jugadores que han pasado por esa liga. Afuera, un señor que recién despertó de un sueño etílico me pregunta la hora, las doce le digo, refunfuña porque no ha llegado nadie y tiene que marcar el campo. Le digo que ya hay alguien haciéndolo, se para de prisa y camina perdiéndose entre las gradas.