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Cultură

El Barça y el racismo (sónico) del Ayuntamiento de Barcelona

Sobre el ruido tolerable y el ruido intolerable.

Hay cosas que tocan mucho las pelotas. Está el hambre en el mundo, las madres que lloran solas sentadas en el extremo de su cama de matrimonio y los momentos esos en los que no sabes si les has dado un billete de cinco o de 10 euros al paquistaní ese al que le acabas de comprar una lata de Aquarius y su extraña sonrisa y tu inadecuada resaca no ayudan a resolver el enigma. Pero sin duda lo que más toca las pelotas en este mundo son las celebraciones multitudinarias de eventos deportivos, esos jolgorios populares donde toda una ciudad entera cambia de actitud y los límites de permisibilidad —tanto de la urbe como de sus ciudadanos— se dilatan hasta alcanzar cotas irreconocibles.

Fue durante la noche de ayer y la del sábado cuando, por culpa de no sé que movida relacionada con el Barça y algo de tres copas, la ciudad se fue de despedida de soltero. Todos los homínidos que normalmente se comportan —y los que no— salieron a la calle a interpretar el papel de la masa apasionada y destructora. Si bien es precioso desprenderse de la enfermedad principal de la era postmoderna —entiéndase el individualismo, para empezar— y convertirse en enjambre revolucionario, es patético que esto suceda impulsado por algo tan trivial como un negocio deportivo. Borracheras (justificadas), reuniones (justificadas) de cantidades ingentes de personas, interactuaciones (justificadas) poco habituales —y penadas en cualquier otro contexto— con el mobiliario urbano, FUEGO EN EL CIELO (justificado) y, finalmente, ruido (justificado) generado por petardos hasta una hora que varias personas de distintas edades podrían considerar como "bastante tarde". (Todo esto justificado por la victoria de un equipo local, claro). Hoy en Barcelona todo vale.

Sin duda lo que más toca las pelotas en este mundo son las celebraciones multitudinarias de eventos deportivos.

Luego, como ya sabéis, a la que una sala de conciertos emite un poco de ruido las instituciones se ponen de parte de los vecinos para cerrar lo que haga falta. No es lo mismo que el ruido esté originado por una banda de Umeå que ha tenido la santa decencia de bajar al norte de África para tocar delante de 30 personas a que lo genere el Barça por ganar lo que sea. Estamos hablando de que existe cierto racismo sónico dentro de las instituciones y —lo que es peor— dentro de la moral de la ciudadanía. Los vecinos pueden quejarse —y conseguir que sus denuncias tengan consecuencias— por cierto tipo de ruido pero se convierten en seres tolerantes al estruendo cuando por mayoría, aceptación y aclamación popular la fuente del fragor es "respetable", es decir, que entra dentro de los límites comprensibles de una mayoría. Por lo tanto, que este origen no es precisamente fascinante, imaginativo ni peligroso, que precisamente son las cualidades de todo lo celebrable. Bienvenidos a la exaltación de lo mediocre. Si hemos llegado a un punto en el que existe el ruido aceptado y el ruido prohibido es que el hombre tiene unos cuantos problemas más a parte de estar cargándose el planeta Tierra y a todos los seres que habitan en ella.

Es triste que se acepten ciertas actitudes (beber, hacer ruido, actuar como un mono…) según las circunstancias, fuera de ciertos contextos estas mismas actitudes pueden llegar a ser penadas. Que Manel, un ciudadano barcelonés, se beba dos botellas de vino por Navidad está divertido, que lo haga un miércoles cualquiera quiere decir que este tipo TIENE UN JODIDO PROBLEMA. Esta lucha entre acción y contexto genera unos prejuicios que resultan imposibles de extirpar, todos estamos bañados con esta mierda pero es saludable plantearse los límites de lo que viene siendo nuestra moral.