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Los hermanos Coen se descojonan de Hollywood en su nueva película

Hemos visto ¡Ave, César!, su nueva comedia, y nos parece que vuelven a encontrarse en su punto más cabrón. Hay que darles gracias por eso.

Imagen vía Universal Pictures

En muchas de las secuencias de ¡Ave, César! da la sensación de que los dos hermanos Coen -Joel y Ethan, Ethan y Joel- están detrás de la cámara aguantándose la risa, haciendo como mucha fuerza para no descojonarse y que alguien grite "corten" y les eche la bronca como a dos niños pequeños. Ellos son los dueños del juguete, lo sacan cuando quieren, se saben las reglas (o, mejor dicho, se las inventan según les apetezca) y recogen el tablero cuando les da la gana. O, directamente, lo rompen y se acaba el juego. Son unos trastos, que no unos niños malcriados, que es bien distinto.

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Llevábamos sin tener noticias de ellos desde aquel biopic sobre una generación de cantautores lánguidos, perdedores y algo pastoriles (precioso, eso sí) que fue A propósito de Llewyn Davis. Bueno, habían firmado los guiones de las nuevas películas de Spielberg y de Angelina Jolie, y están detrás de las dos entregas de esas genialidad televisiva que es Fargo (cada temporada es mejor) pero les echábamos de menos como directores y, sobre todo, teníamos ganas de ver una nueva comedia suya. Desde aquella marcianada religioso-espiritual que titularon Un tipo serio (2008) ya habíamos empezado a echar de menos su sentido del humor, sus chistes que se cortan a la mitad y esos actores que parece que más que actuar imitan a los cartoons de Tex Avery.

Pues bien, ya tenemos aquí ¡Ave, César! su comedia sobre el mundo del cine, su ajuste de cuentas con el mundo de Hollywood, un universo del que nunca han participado por motivos de clase social y partida de nacimiento, pero que conocen muy bien como espectadores y, a veces, como damnificados por los grandes estudios. Si en Barton Fink, la peli con la que ganaron Cannes, se ponían intensos y hablaban del proceso y del bloqueo creativo de un guionista (y de muchas más cosas a través del genial John Turturro), aquí lo que hacen es volver la vista atrás y convertir el Hollywood de la época dorada, el de los años 40-50, en un reflejo del actual, como pasado por los espejos que deformaban de Valle-Inclán. Donde nada es lo que parece o parece mucho más divertido y salvaje de lo que es en la realidad. Como si fuera una versión cómica de los grandes tochos de literatura negra y cine de James Ellroy.

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Vía Universal Pictures

Para ello, cuentan con dos de sus cómplices habituales, Josh Brolin, en el papel del director de un gran estudio, y George Clooney, como la gran estrella, el galán que levanta las superproducciones y las faldas (o pantalones) de todo aquel que pase mínimamente cerca de él. Un golfo vamos, de la estirpe de los grandes como Gable o Fairbanks. Completan el reparto Scarlett Johansson, como una imitadora de la sirena Ether Williams, y Channing Tatum, en el papel de un Gene Kelly, como sacado de un circo y con más de un trapo sucio que lavar. Con estos mimbres, ¡Ave, César! no puede ser más que un ejercicio de cinefilia -como lo son el 80% de las películas de los hermanos Coen, eso hay que tenerlo en cuenta-, de fina ironía y de mucha mala hostia. Sí, las dos cosas pueden ser compatibles.

Las estrellas quedan retratadas como un atajo de narcisistas malcriados, los directores no ven más allá de su propio ego -sobre todo los europeos captados por Hollywod, ojo a las apariciones gloriosas de Ralph Fiennes y Christopher Lambert-, los extras son sospechosos de casi cualquier cosa, los periodistas del corazoneo husmean debajo de las alfombras y los guionistas son un atajo de comunistas de mierda que solo quieren meter bombas en la entrepierna del sistema. Del star-system, para ser más concretos. Así es el Hollywood de la época gloriosa que se imaginan los Coen y así nos lo cuentan. Aunque en realidad están hablando del actual, del que conocen de medio lado y que les ha abierto sus puertas mil veces, invitación a la que ellos han respondido siempre con una sonora pedorreta. A veces en forma de misiles tierra-aire (con guiones) y otras con torpedos como esta película.

Como decíamos al principio, probablemente los hermanísimos sean los primeros que se rían de sus propios chistes (siempre hay que fiarse de la gente que se parte con sus gracias), en esta ocasión están especialmente cabrones, lo que es mucho decir, y han decidido no hacer ni una sola concesión comercial. Ahora sí, el que entre en su juego y acepte sus reglas, lo va a disfrutar como el que se sube a una montaña rusa sin estar bien amarrado en su asiento. Porque ellos, como se dice en ¡Ave, César!, son el futuro y desde allí parece que nos hablan en cada película.