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Breve historia del dopaje en el deporte gringo

Desde 1889 a 1990, una carrera contra las drogas que llevaron a los mejores deportistas gringos a dar los juegos de sus vidas.

Todo empezó con unos testículos de perro. O tal vez de conejillo de indias, de conejo o de oveja. El caso es que todos fueron usados en la creación del “elixir de la vida” de Brown-Séquard, que se convirtió en la primera droga conocida para la mejora del rendimiento de los deportistas en las ligas profesionales de Estados Unidos, cuando el beisbolista Pud Galvin, de los Pittsburgh Alleghenys, la consumió en 1889. Galvin ganó su primer juego bajo el efecto del elixir y The Washington Post reportó el poder de la droga y el ingenio del jugador.

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El primer incidente probado que presentó el dopaje con el elixir ocurrió en una carrera de caballos austríaca en 1910. En 1933, el término “dopaje” empezó a aparecer en los diccionarios, pero el “dopaje en los deportes”, particularmente en Estados Unidos, llegó después. El concepto solo se empezó a considerar como inmoral en el deporte occidental desde mediados de los 1900. Los anteriores controles antidopaje se enfocaron solo en las carreras de caballos.

El consumo de drogas en los deportes americanos, particularmente en deportes de equipo, cogió fuerza después de la Segunda Guerra Mundial, cuando a los soldados se les presentaron las anfetaminas como una forma de lidiar con los combates, trayéndoles nuevos conocimientos (y adicciones) que luego llevaron a los clubes deportivos. Para ese entonces, las anfetaminas no estaban bajo control federal y eran, en muchas ocasiones, más fáciles de encontrar que los cigarrillos. En 1960, estas drogas eran populares no solo en el los deportes individuales del mundo, como en el ciclismo, sino que estaban en todos los casilleros de los deportistas estadounidenses.

En el caso del beisbol y el fútbol americano, las drogas no eran introducidas entre amigos sino por los entrenadores de los equipos y sus doctores. I.C. Middleman, el médico del equipo de béisbol St. Louis Cardinals, le confesó a Bil Gilbert, de Sports Illustrated, en 1969, la farmacia que utilizaba para tratar a los miembros del club:

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"De vez en cuando, utilizamos dexamyl y dexedrine [anfetaminas]. También los barbitúricos, Seconal, Tuinal, Nembutal. Y algunos antidepresivos, Triavil, Tofranil, Valium. Pero no creo que el uso de drogas sea tan frecuente en el medio oeste como en las costas orientales y occidentales”.

El fútbol americano profesional lo llevó al extremo. En 1963, los Chargers de San Diego fueron el primer equipo en contratar un entrenador físico, llamado Alvin Roy.  De acuerdo con el delantero de los Chargers,  Ron Mix, “el primer día de entrenamiento en el campo nos dijo que quería que subiéramos de peso. Yo lo iba logrando, pero muchos jugadores no. Según él teníamos que consumir más proteína. Siempre cargaba con una botella de pastillas rosadas de Dianabol y nosotros no sabíamos que eran esteroides. Nos los revolvía con el cereal”. Los Chargers de 1963, conocidos como el primer equipo bajo esteroides, rompió el record con un puntaje de 11 a 3 y ganó el campeonato de la AFL con una victoria dominante de 51 a 10 contra los Boston Patriots.

Roy llegó a los Chargers de LSU y muchos de sus colegas ya estaban surtiendo a los jugadores con drogas. En su autobiografía, Out of Their League, detallando sus años en Syracuse y luego con el equipo de los Cardinals de San Louis, Dave Meggyesy escribió sobre sus revelaciones cuando presenció el juego de Shrine en 1963. Meggyesy duró toda una noche con Don Chuy, un defensor de Clemson, y le preguntó sobre la bencedrina, una de las anfetaminas más comunes del momento. Cuando Meggyesy dijo que nunca encontró anfetaminas en Syracuse, Chuy lo miró "con incredulidad, como si pensara que le estaba tomando el pelo. Me dijo que usaron anfetaminas por galones en Clemson y se negaron a creer que no las tomamos en Syracuse".

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Jim Calkins, el cocapitán del equipo de fútbol de la Universidad de California en 1969, contó una historia similar. Le dijo a Sandy Padwe de la revista LOOK, en 1970, que “nadie, nunca, cuestionaba los métodos de entrenamiento del entrenador, la forma en la que nos guiaba en el campo o las drogas que nos daba”. Calkins renunció al equipo en 1970 y habló de los efectos secundarios de los esteroides anabólicos, culpándolos de ser los causantes de su desilusión frente a las grandes ligas del fútbol americano.

Los libros que lo cuentan todo como el de Meggyesy, Ball Four  de Jim Bouton y Pennant Race de Jim Brosnan, combinados con el reporte que dio Padwe, llevaron el consumo de las drogas fuera de los casilleros hacia la conciencia nacional americana. Los jugadores de beisbol y fútbol americano no solo se dopaban con drogas (antidepresivos, barbitúricos o medicamentos contra el dolor) sino que lo hacían bajo la supervición de los dueños de los clubes. En muchos casos, las drogras eran prescritas por los doctores de los equipos.

En 1973, el subcomité del senado de la judicatura, encargado de investigar la delincuencia juvenil en Estados Unidos, convocó a audiencias para tratar el tema del “uso adecuado e inadecuado de las drogas por los atletas”. En ese momento, la información verificada era difícil de encontrar y existían pocos estudios académicos sobre el sinnúmero de drogas utilizadas por los deportistas. De acuerdo con el gobernador Birch Bayh, en su declaración oficial frente a la audiencia: “nosotros estamos buscando hechos concretos y, francamente, la verdad es que no los conocemos”.

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Los hechos, extraídos de las transcripciones de la audiencia, muestran el uso desenfrenado de anfetaminas, esteroides anabólicos y otras drogas para los deportes, en todos sus niveles, desde el bachillerato hasta las ligas profesionales. Los médicos de los equipos admitieron, de mala gana, haber tratado a jugadores con adicción a la anfetamina. Atletas olímpicos discutieron con la multitud sobre los hombres de negocios que siempre estaban presentes en las reuniones con maletines llenos de drogas. Y un entrenador de bachillerato mencionó haber escuchado que un jugador de fútbol americano de su colegio, “en un juego iba a probar mezcalina”.

De acuerdo con Bayh, las audiencias llevaron a que el comité impusiera un mayor control federal sobre el uso de anfetaminas. El senador informó que este control logró que el consumo de drogas bajara un 80%. Sin embargo, otras inspecciones no se impusieron para los esteroides anabólicos hasta 1990, cuando se estableció la Lista III de control de substancias por el Acta de Control de Esteroides Anabólicos de 1990. La primera respuesta a las audiencias de 1973 fue la introducción de literatura educativa y programas para deportes de grandes ligas, como esta de la NCAA (Asociación Nacional Atlética Colegial):

Y esta, de la MLB (Liga Mayor de Beisbol):

El presidente Richard Nixon elogió los esfuerzos de la Liga Mayor de Beisbol. De acuerdo con el apéndice 28 de la transcripción de las audiencias, escribió para el comisionado de la MLB, Bowie Kuhn, una nota “para felicitarlo por sus esfuerzos por organizar una conciencia sobre el problema en el beisbol”. Nixon continuó: “como sabe, la lucha contra el abuso de drogas necesita la participación de todos nosotros, y usted, y los miembros de los clubes de ligas de beisbol, juegan un papel muy importante en disuadir a los jóvenes americanos de caer como víctimas en esta enfermedad social tan grave”.

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Dr. Jack Scott, una de las figuras más reconocidas en los movimientos atléticos de 1960 y 1970, no le comió cuento a las tácticas de las ligas. Scott dejó claro, en su testimonio ante el senado, que la MLB no citó en sus folletos el uso de esteroides anabólicos ni una sola vez, y que, al contrario, incluyó, según Scott “una charla extensiva” sobre “el opio, la adormidera, la codeína, la heroína, la morfina, la marihuana, la metadona, y cosas así que, para las personas como yo, que tienen a trabajar en el mundo del atletismo y se ocupan de estos problemas, no nos sirve para combatir, de manera constructiva, el abuso de las drogas en el deporte”.

Dr. John Kaplan, un profesor de derecho de Stanford citado por Scott, fue más contundente:

“Cualquier programa de drogas que se aplique para los atletas es un fracaso. Primero, es una completa hipocresía porque los deportistas usan las pastillas como cualquier persona. Segundo, no tienen experiencia. No saben de lo que están hablando y solo aumentan el interés de las personas jóvenes a que consuman drogas. Creo que los deportes se están dando palmaditas en la espalda. Probablemente, están intentando combatir la publicidad que ataca a los atletas de doparse”.

Durante el siguiente cuarto de siglo, el problema de las drogas en los deportes volvió a incrementarse. Aunque las noticias salpicaban las páginas deportivas en 1970 y 1980, indicando que los levantadores de pesas y las estrellas de carreras evadían las pruebas de drogas en los Juegos Olímpicos u otros eventos internacionales, como los Juegos Panamericanos, los escándalos llegaron hasta finales de los 90. Inclusive, los reportes de 1985 de Sports Illustrated,  que expusieron “la explosión de esteroides”, nunca salieron al público, aun cuando estos mostraban declaraciones como las del mariscal de campo de los Bay Buccaneers de Tampa, admitiendo sus hábitos de consumo de esteroides y reclamando que “el 75% de los jugadores en la NFL usaban esteroides, y el 95% los habían probado”.

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Aunque los esteroides han estado presentes en el fútbol americano desde que, en 1963, los Chargers demostraron qué tan útiles podían llegar a ser, los jugadores de beisbol siempre los rechazaron hasta 1980, cuando Jose Canesco, Mark McGwire y el resto de los consumidores de esteroides, sacaron a relucir sus poderes. A pesar de los reportes publicados, como el de USA TODAY de 1997, sobre la historia de los San Diego Padres en la que la estrella Ken Caminiti fue vista con una bolsa de pastillas sin marcar, se necesitó que un reportero de la AP espiara el casillero de McGwire, en donde encontró un frasco de androstenediona, en 1998, durante la época en que hizo su record, para que explotara el tema sobre la Liga Mayor de Beisbol.

El fin del milenio también vio la creación de la Asociación Mundial Antidopaje, la respuesta del Comité Olímpico Internacional frente al creciente problema de drogas. La Agencia Mundial Antidopaje (AMA) y ligas deportivas estadounidenses han adoptado una política sobre la rigurosidad en las pruebas de drogas cada vez más estricta y un incremento en las suspensiones, cada vez más duras, para resolver el problema. Sin embargo, los casos se siguen dando y los escándalos, como el del año pasado con Biogenesis, continúan. El consumo de drogas sigue siendo rampante entre los atletas y no ha mostrado signos de detenerse a pesar de la presión sobre los jugadores.

Dr. Lawrence Golding testificó como experto en las audiencias de 1973. Fue uno de los pocos médicos que dedicó tiempo, en 1960 y 1970, a experimentar con anfetaminas y esteroides anabólicos. En una entrevista con la Newspaper Enterprise Association, después de las audiencias, afirmó, tal vez, de manera dramática: "Yo no creo que haya ningún atleta de primera clase en el mundo que no esté o no haya estado en anfetaminas o esteroides".

"Hay una epidemia entre los campeones", continuó Golding. "Están preocupados y no a favor de lo que están haciendo, sino porque sienten que tienen que hacerlo". ¿En cuanto a la solución del problema? "La prohibición del whiskey nunca nos abstuvo de beber", dijo Golding. En otra entrevista, Golding afirmó: "los atletas son indiferentes ante los temores y amenazas. Los resultados de las entrevistas muestran que el deseo de ganar es mayor al miedo a la exposición o a los posibles efectos secundarios dañinos".

Como Scott y Kaplan sugirieron, las campañas reciente antidrogas, promovidas por la NCAA, la MLB y otras organizaciones americanas, fueron creadas, ante todo, para evadir las malas relaciones públicas. El problema fue sacado del camino hasta que, a finales del siglo, creció tanto que  fue imposible ignorarlo. Y, cuando se enfrentan las ligas y las organizaciones, la culpa recae en los atletas. Mientras tanto, los productores y distribuidores de estas drogas, se lucran y, en el caso de la Biogenesis con Tony Bosch, dan ofertas tentativas y protecciones de ley a cambio de que la evidencia sea en contra de los jugadores.

El "deseo de ganar" mencionado por Golding nunca va a desaparecer, sobre todo en una época en la que el incremento químico puede ser la diferencia entre un contrato de varios millones de dólares y el final de una carrera. Ningún nivel de castigo o prohibición puede resolver este problema, a pesar de los esfuerzos de la AMA y las ligas deportivas de Estados Unidos. Pero, los atletas no son sino una pequeña parte de la historia de las drogas que se consumen para incrementar el rendimiento. El frasco no apareció espontáneamente en el casillero de Mark McGwire. Hasta que no se investigue la distribución y popularización de estas drogas en relación con la historia de los equipos deportivos, las compañías farmacéuticas y el gobierno, el dopaje seguirá siendo un problema sin solución.