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enganchados a pantallas

Así afecta nuestra obsesión tecnológica al deporte en vivo

Cada vez son más los aficionados que se pierden los partidos que han ido a ver por estar consultando sus teléfonos o sus tabletas. ¿Decadencia o futuro?
PA Images

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Eran las cinco de la tarde del pasado sábado 6 de febrero. Yo asistía a un partido de fútbol de mi equipo. Quedaban pocos minutos para el pitido final y estaba distraído por culpa de un capullo sentado dos filas delante mío que decidió desenfundar su iPad y ponerse a ver el seis naciones de rugby. Soy un hombre pacífico, pero también tengo mis límites.

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El tipo estaba físicamente allí, en el partido —bien posicionado, apenas unos minutos antes del final, en un momento de máxima tensión e incertidumbre—, y sin embargo prefirió optar por una experiencia alternativa como espectador. Fue extraño. Prescindir de una experiencia en directo, por la que presumiblemente has pagado, para privilegiar la imagen de una pantalla plana en la que 30 tipos con sobrepeso se aplastaban las extremidades los unos a los otros, sencillamente, no tenía sentido.

En honor a la verdad habría que reconocer que este deprimido aficionado del Hull City no se estaría perdiendo demasiado. Foto vía PA Images

En un ejercicio de contención admirable, me las apañé para no pegarle una buena colleja y soltarle cuatro berridos en su estúpida cara. Tenía muy claro que iba a contarle lo despreciable que me resultaba como ser humano. Y de paso, también le contaría hasta qué punto no pillaba en absoluto lo que es el deporte, y le recordaría lo poco que merecía estar allí. Pero me comporté. Y me arrepiento de haberme contenido hasta el día de hoy. Pese a todo, el tipo me sirvió en bandeja el ejemplo más incontestable de algo que me viene ofuscando últimamente: la forma en que la tecnología está afectando al deporte en vivo.

La naturaleza de la afición futbolística y la de la experiencia de asistir al estadio ha cambiado profundamente con la ubicuidad de los teléfonos y de las tabletas. La gente ya no se limita a mirar el partido, hablar con sus amigos y a meterse con los adversarios, con los árbitros o hasta con su propio equipo, como acostumbraba a suceder cuando la experiencia era analógica. Ahora la mayoría pasan cantidades de tiempo insondables contemplando sus minúsculas pantallitas.

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Yo no entiendo qué es lo que motiva a la gente a asistir a espectáculos en directo —especialmente a uno tan caro como un partido de fútbol— y pasarse la mayor parte del tiempo haciendo cualquier cosa antes que mirar lo que sucede en el terreno de juego. Tuitear, mandar mensajes, hacer fotos, consultar otros resultados, apostar —todo parece cobrar prioridad para un número cada vez mayor de seguidores.

Un mar de móviles y tabletas. Por suerte, siempre quedará un pequeño sabio del que aprender. Foto vía PA Images

Sucede exactamente lo mismo en los bares, cuando la gente sale a ver partidos en compañía de sus amigos. Se trata de un evento social en el que muchos terminan cediendo al poder de sus celulares. Yo soy presa de la misma urgencia a menudo, pero prefiero optar por resistirme a ella.

Quizás exista algo atrofiante en el hecho de tener toda esa información accesible al instante. Lejos de ampliar nuestros horizontes, los limita y los encierra en dinámicas repetitivas y alienadas. El escaneo permanente de textos, emails, Facebook o Twitter parece un impulso nervioso que se antepone a la observación de lo que sucede en el campo.

Se trata de un fenómeno impensable hace unos años. Hace diez años el fútbol existía en un vacío en que solo sucedía eso. Normalmente, cuando ibas a un terreno de juego no te enterabas del resto de resultados hasta que los anunciaban en la media parte. A no ser que fuera el último día de la temporada y todo el mundo anduviera con transistores. Hoy ya es casi imposible disfrutar de un partido de manera aislada.

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La asistencia se ha convertido en algo mucho más pasivo, en una experiencia interceptada por miles de otras señales. Hoy ya no basta con asistir, sino que hay que documentarlo con fotografías o imágenes.

¿Cuántos aficionados se habrán perdido un gol vital porque estaban demasiado ocupados inmortalizando su experiencia para las redes sociales? Lo mismo, bastaría con una amnistía telefónica para disfrutar de nuevo de los pequeños placeres del deporte. Una mujer padeció en sus carnes los efectos de la distracción en su intimidad, nada menos, durante su asistencia a un partido de la NBA. Una pelota le alcanzó de pleno en la cara. Sería algo cruel decir que consiguió lo que se merecía. Aunque, probablemente, esté en lo cierto.

Un aficionado del Chelsea saca una foto con su móvil con su funda… del Chelsea. Ay, la humanidad. Foto vía PA Images

Parece que mientras para algunos acudir al estadio es una cuestión de lealtad inquebrantable o la consecuencia de un sentido de la obligación marcial para con su equipo, para otros el partido no es más que una ocasión para alardear de su trepidante vida social. Y todos somos culpables de ello hasta cierto punto, pues todos buscamos el reconocimiento y la aceptación de los demás desesperadamente. Se trata del idéntico impulso compulsivo que transforma una noche de fiesta con tus amigos en un álbum de fotos en Facebook. Es un llamamiento al vacío que grita: "Allí estuvimos. Qué bien que nos lo pasamos", algo tan inquietante como las infinitas ventanas de Snapchat que se quedan sin abrir tras haberte pasado un día desconectado.

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La idea de que ahora estamos socialmente más conectados de lo que lo estábamos antes parece indiscutible. Tanto como que lo estamos de maneras cada vez más superficiales y más alienantes. Ya no solo se trata del deporte: cualquier forma de entretenimiento en vivo ha sido alterada de manera definitiva. Los conciertos son lugares donde la gente acude a ver a sus músicos supuestamente favoritos a través de su móvil. Las filmaciones precarias suplantan a la experiencia real cada vez más. Resulta inquietante.

Tan solo ha habido pequeñas muestras de rechazo a los efectos de este fenómeno. Los aficionados del Manchester City que vieron a través de sus móviles como Agüero erraba un penalti contra el Paris Saint-Germain, fueron condenados de manera efímera por su alienación.

Hace unos años, los aficionados del PSV Eindhoven largaron una memorable manifestación contra la instalación de una red de Wi-Fi en todo el estadio. Entonces una pancarta rezó: "¡Al Wi-Fi que le follen: apoyad al equipo!".

Incluso los futbolistas sacan el móvil para celebrar goles en el terreno de juego. Foto de Mike Hutchings, Reuters

Incluso el ambiente en el vestuario, otrora considerado como el santuario íntimo del fútbol está cambiando a marchas forzosas. Ya son varios los entrenadores que se han referido a la tecnología como un factor que influye en la moral de sus jugadores, hasta el punto de que las relaciones entre los futbolistas serían todavía más remotas y vacías de lo que ya eran. Pep Guardiola y Ronald Koeman ya han regulado el uso de las tecnologías en sus respectivos vestuarios.

Por mucho que ya hay quien ha alzado su voz en señal de indignación, lo cierto es que la tendencia parece avanzar de manera inapelable, especialmente en las gradas. En marzo, de manera casi sibilina la federación de fútbol británica anunció que instalaría un servicio de Wi-Fi gratuito para una serie de aplicaciones oficiales, como noticias, comentarios, apuestas y momentos destacados de la jornada. El pretexto para hacerlo no fue otro que "suministrar a los aficionados la experiencia digital completa del partido".

Inquietante es poco. A mí, de momento, la versión analógica me ha ido bien, gracias.

Sigue al autor en Twitter: @seanccole