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ofrendas deportivas

El gran Salvador Sánchez sigue boxeando

En un universo paralelo, el gran Salvador Sánchez nunca dejó de boxear, convirtiéndose así en el mejor peso pluma.

El jueves 12 de agosto de 1982 un montón de curiosos se reunió a la afueras de la morgue de Querétaro. Se rumoraba un nombre pero nadie estaba del todo seguro. Algunos habían visto sobrevolar un helicóptero, donde al parecer habían trasladado a un hombre. Otros habían sido testigos del frenético ir y venir de patrullas de la policía y ambulancias y de cómo las grúas arrastraron los restos de un Porsche blanco modelo 1981 y de una camioneta Ford. Al parecer, dijo alguien, el Porsche había colisionado con la camioneta y con un camión que arrastraba dos tractores, provocando la muerte instantánea del joven conductor. Ismael Sánchez, policía de caminos, identificó el cadáver: era el de su primo, el gran Salvador Sánchez.

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Eso sucedió treinta años atrás y sin embargo los habitantes de Santiago Tianguistenco lo recuerdan como si fuera ayer, incluso los jóvenes y los niños, quienes aún no habían cuando Sal había entrado prematuramente a la eternidad. Pero lo recordaban por las historias que contaban sus mayores y por la estatua casi infantil, como de papel maché, que mira hacia la Catedral de Santiago Tianguistenco y en la que han quedado grabadas diez estrellas que representan las diez defensas del campeonato mundial de peso pluma.

Desde el momento de su muerte Salvador Sánchez ha vivido en más universos de los que son obligados para un difunto. En este universo murió a la corta edad de 23 años, pero en aquel otro ha triunfado sobre el nicaragüense Alexis Argüello, victoria que lo convierte en uno de los grandes peleadores de peso pluma de todos los tiempos. En otro universo Sal Sánchez ha pensado en la salud mental de Wilfredo Gómez y le ha dado la revancha, batiéndolo por segunda ocasión y cimentando su superioridad sobre la pasada pesadilla de los mexicanos. Hay otro universo en que Eusebio Pedroza protagoniza una cruenta y férrea batalla antes de caer rendido ante una combinación del muchacho del Estado de México. Con esa victoria Sánchez unifica la corona de los pesos plumas y accede a un empíreo donde sólo tienen entrada los más grandes, como Willie Pep, Henry Armstrong y Sandy Saddler.

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En otro universo Sánchez consigue victorias sobre McGuigan, Bobby Chacón y "Bazooka" Limón, aumentando su impecable lista de víctimas y haciendo en tres o cuatro años lo que a menores boxeadores les tomaría toda una vida, o ninguna. Ídolo indiscutible, sólo hay una pelea en el horizonte que terminaría por convertirlo en el más grande deportista mexicana, una mega pelea con el gran "Púas" Olivares.

Vía YouTube

Y puesto que su cuerpo seguiría desarrollándose, ¿habría subido al mundo de los ligeros para retar a las bestias que reinaban en la década de 1980? Antes de morir, sus planes contemplaban dos peleas más, la ya pactada con Juan Laporte para el 15 de septiembre de 1982, y una más a realizarse en diciembre; y luego el retiro. Su sueño era educarse, convertirse en doctor. ¿Pero qué ídolo puede sustraerse a la adoración de su gente? Porque no hay equívocos: Sal Sánchez habría sido el ídolo más grande, incluso más grande que el grandísimo Casanova.

Sánchez no tuvo tiempo de convertirse en el personaje de una mala novela sobre boxeo. Quizá iba por el mismo camino, manejando en su Porsche a altas horas de la noche, rebasando autos en la semi oscuridad. ¿Cómo saberlo? Tenía 23 años y un mundo nuevo y pasmoso se abría ante sus ojos. Apenas unas semanas antes de su muerte había hecho su décima defensa ante un aguerrido Azumah Nelson y los nombres de sus futuros oponentes comenzaban ya a barajarse. Al conseguir la oportunidad de pelear por el campeonato contra Danny López la gente preguntaba ¿Salvador who? Y poco más de dos años después (¿quién, hoy día, lleva a cabo diez defensas contra oponentes de primera en un periodo tan corto?) se había convertido en el ídolo que tanto se necesitaba tras la debacle de figuras como Rubén Olivares, Carlos Zárate, Miguel Canto y Alfonso Zamora.

Pues hay algo que debemos recordar de Salvador Sánchez: su carrera no fue un engaño. Y si uno se anima a compararla aplicando los estándares de hoy comprenderá que sus logros son más asombrosos todavía. Al arribar a Phoenix para enfrentar a Danny López no era un rostro conocido entre los aficionados mundiales y ni siquiera contaba con un récord invicto. Nadie sabía lo que iba a pasar y cuando pasó tan sólo fueron dos años de gloria. Y por sólo esos dos años de gloria la gente ha continuado, durante casi cuatro décadas, rindiendo homenaje a un muchacho de 23 años.

Sí, Sánchez ha vivido en la mente de muchas personas, a veces como una gran posibilidad, como un gran "hubiera" que nunca tendrá una respuesta definitiva. Pero sus oponentes, sus contemporáneos, miran hacia atrás con desconcierto, incluso con envidia. Aceptan con cierta humildad las muestras de cariño de los conocedores, pero en el fondo saben que cada año son más viejos y obesos y olvidables; y cada año contemplan la tumba de un hombre que, a diferencia de ellos, permanecerá joven por siempre.

Salvador Sánchez falleció en un accidente automovilístico el 12 de agosto de 1982, a la edad de 23 años. De seguir con vida, probablemente se habría convertido en el mejor peso pluma en la historia del boxeo.