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cáscaras literarias

El aficionado mexicano es un mito griego

El aficionado mexicano no tiene memoria.
Foto: EFE

Se cumplen exactamente seis días de aquel bochornoso capítulo en Copa América. Honestamente, podría dedicarme a escribir una lista interminable de adjetivos para describir la peor goliza de la selección mexicana de futbol en su historia reciente, pero creo que las imágenes hablan por sí solas.

El problema todos los conocemos. Es flagrante. Es eterno. Es contagioso. Pero sobre todo absurdo. Absurdo el resultado de siempre, absurdo el circo armado de memoria, pero sobre todo absurdo el apoyo por parte de aquellos que se lo creen. Es como si se tratase de una tragedia al puro estilo clásico —Edipo rey se queda corto comparado con la penosa situación del seleccionado mexicano—.

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El aficionado mexicano promedio es una suerte de personaje mitológico; concretamente, podría equiparársele a Sísifo, una de las figuras con uno de los peores castigos que los dioses del Olimpo pueden imponerle a su creación: cargar con tu culpa colina arriba por la eternidad hasta casi librarla pero, justo cuando crees haber alcanzado la cima, ver cómo todo se derrumba y tener que empezar de nuevo.

El mito de Sísifo, atribuido principalmente a los poetas Homero y Ovidio, y mejor conocido por el ensayo literario/filosófico de Albert Camus del mismo nombre, relata la vida y el castigo de Sísifo, un simple mortal astuto que en vida cometió varias faltas contra los dioses e incluso llegó a encadenar a la Muerte. Los dioses no toleraron sus faltas y su oportunismo por lo que fue condenado por Hades a rodar cuesta arriba una gigantesca piedra que, una vez en la cima, rodaría cuesta abajo para seguir con el mismo procedimiento hasta la eternidad.

Sísifo y la afición mexicana devota de "El Tri" son uno mismo. Nuestra condena es tener que cargar nuestras expectativas con la esperanza de que por fin los seleccionados mexicanos no terminen rodando cuesta abajo. Y es en este punto —cuando el aficionado se da cuenta que ha sido todo una ilusión creer en algo que ha sucedido de la misma forma hasta el cansancio— que la situación se torna trágica y absurda.

El equipo mexicano, respaldado por las televisoras y patrocinadores, hipnotiza al fanático con sus victorias ante equipos "moleros". Nos dicen que contamos con jugadores consagrados en el extranjero, que el nivel de los de aquí es tan bueno como para poder competirle a los más grandes, que la mentalidad de los jugadores es otra y que ahora sí vamos a ganar algo importante a nivel internacional —no, la patética Copa Oro nunca ha contado como un torneo digno de futbol—.

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A lo largo de los años todos estos factores infecciosos han contribuido a que la selección mexicana tome la forma de una gigantesca piedra que cada vez le cuesta más al aficionado llevar cuesta arriba. Sin embargo, la afición es igual de culpable que los once incompetentes pateando el balón en la cancha. ¿Por qué? Porque saben que tarde o temprano tendrán que bajar de la colina para empezar el calvario una vez más. ¿Por qué no bajar y nunca más intentarlo? O mejor aún, ¿por qué no en lugar de cargar la piedra nos dedicamos a esculpirla en algo útil, en darle forma y sentido?

Si la función de los mitos en la cultura grecolatina era dar un origen al porqué de las cosas y aprender de ellos para no cometer los mismo errores en la vida, entonces el fanático mexicano está haciendo algo mal.

El ejemplo más evidente es la gran cantidad de aficionados mexicanos en Estados Unidos que pagan por ver a un equipo que de un tiempo para acá no tiene identidad y, sobre todo, dignidad. Pero lo mismo se podría decir de aquellos que se encargan de colocarlos en un pedestal, ya que al final de cuentas los de la grada son los responsables de su fama. Los seguidores acusan y exigen la renuncia de todo mundo, desde la federación hasta los vestidores, cuando se encuentran en la parte baja de la colina, pero cuando emprenden su camino hacia arriba, convencidos de que esta vez el resultado será diferente, se les acaban los elogios para sus once "guerreros" y la retórica adquiere un inútil tono patriota.

Al menos Sísifo gozó de las riquezas y placeres del mundo antes de ser castigado por los dioses, pero nosotros ni siquiera sabemos qué se siente ganar una Copa América, y ya ni se diga disputar unos cuartos de final en una Copa del Mundo. Nos conformamos con un trofeo de la Copa Oro que ya ni siquiera podemos ganar sin la ayuda de los árbitros.

La humillante e inolvidable goliza ante Chile nos hizo descender una vez más por el sendero de la vergüenza, y el respaldo a Juan Carlos Osorio por parte de la federación nos sitúa otra vez al principio de nuestro infinito error. Se habla de realizar una limpia y convocar sólo a aquellos dispuestos a morir por la camiseta, pero estas declaraciones sólo nos convencen cuando estamos a punto de dar el primer empujón a la piedra porque cuando estemos allá arriba nos olvidaremos y volveremos a soñar en que la piedra ya no rodará más hacia el precipicio.