Feminismo

Por qué te asusta engordar en cuarentena

El mensaje de que estar gorda es malo está escrito en letras de batido energético en cada esquina
ILUSTRACION_GORDOFOBIA

Un tipo comparte en las redes sociales una foto doble: a la izquierda, él musculado junto a una chica rubia, sonriente y gorda. A la derecha, él musculado y una chica rubia, metiendo tripa y musculada. El cuadro se remata con una frase: “motivala a mejorar en vez de sustituirla”. La chica es la misma. O eso cree ella.

La cantidad de argumentos para darle una toñeja son tantas que no me da este artículo para explicarlas todas. Sobre la posesión de mujeres delgadas como trofeo y premio al estatus masculino, y sobre confundir deseo y estéticas aspiracionales del capitalismo, ha escrito Cristina Fallarás estos días, y por eso yo me voy a centrar en una idea más simple, pero perfectamente arraigada: delgada es bien. Y gorda es mal.

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En el sistema capitalista, patriarcal, racista, colonial, capacitista y heteronormativo en el que sobrevivimos (muchas, a duras penas), como lo de que nos pegue a todas la policía y nos metan a la mayoría en la cárcel, sale muy caro y da mucho trabajo, se han generado una serie de discursos, disfrazados de dogmas de fe atea, que han hecho que nos creamos algunas verdades indiscutibles, sin pararnos a discutir si lo son. Una de ellas es el rechazo a la gordura.

Llamar “gorda” a alguien, así, en crudo, está feo, y sólo lo hace la gente muy mala, y los niños en el patio -que ya se sabe que son muy crueles- (¡ja!). Pero el mensaje de que estar gorda es malo, de vagas, de personas que no se cuidan, que no se preocupan por su salud, incapaces de controlarse, que no tienen voluntad ni criterio, está escrito en letras de batido energético en cada esquina.

Cuando estás gorda, cualquier consulta médica termina en el mismo diagnóstico: tienes sobrepeso. El sobrepeso explica el asma, la depresión, las migrañas, las manchas en la piel, la artritis y un orzuelo. Cuando estás gorda, te preguntas qué les dirán en la médica a las personas flacas.

Cuando estás gorda, todo el mundo te trata como si te encontraras en un estado pasajero y carencial, como cuando estás soltera. Nadie se plantea que eres así, que no vienes de ninguna parte, ni vas a ningún sitio. Que no hay ninguna explicación que te excuse de estar así, ni ningún objetivo de delgadez al que aspires. Que eres como estás y que ningún cambio en la forma de tu cuerpo va a hacer que seas otra cosa. Mucho menos, otra cosa mejor.

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"Cuando estás gorda, todo el mundo te trata como si te encontraras en un estado pasajero"

Cuando estás gorda, todo el mundo da por hecho que nadie te desea. Incluso quienes te desean. Porque la gente piensa que vives en tu mundo de gordas, intercambiando recetas de salsas con otras gordas, buscando ropa de franciscano y hablando de productos para evitar que se te ponga en carne viva la piel interna de los muslos en verano. Pero el amor, la lujuria, la política, el trabajo, las relaciones en pie de igualdad con las personas delgadas, bailar, la juerga, la crianza, la promiscuidad o la ira, no son para las gordas. Para las gordas, la gula, la vagancia y la envidia. Los demás pecados capitales son para la gente.

Como una casta intocable que sólo sirve para hacer de amiga de la prota en las comedias, las gordas somos un grupo minoritario que cumple su función: entrañables, tiernas y divertidas. Y, algunas, muy pocas, lo suficientemente fuertes, voluntariosas, afortunadas, elegidas, como para dejar de estarlo y de serlo, y pasar al bando de las delgadas.

La mayoría no somos ni una cosa ni otra, para que nos vamos a engañar. Por épocas, dependiendo de la dieta, de los hábitos, del momento, del metabolismo, de la genética o de lo que nos inventemos, la mayoría hemos transitado por la tallas deseables y por las malditas. Por eso vivimos en el pánico a engordar. Por eso vivimos en el pánico a la carne. Porque eso es engordar, que te crezca más carne en el cuerpo. Tener más carne. Encarnarte más. Y eso, no lo quiere nadie.

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Estamos en una pandemia global. La primera que recordamos quienes estamos vivas. Llevamos un mes encerradas en casa, y la sanidad pública no da abasto, en los países en los que existe. Los gobiernos se mantienen en una “lógica” neoliberal en la que garantizar el funcionamiento del mercado está por encima de garantizar las condiciones de vida dignas para la población.

Pero las redes sociales se llenan de recetas para no engordar durante la pandemia. Tutoriales de ejercicios para no perder tono muscular, tablas de abdominales, recetas bajas en calorías, repunte de ventas de máquinas para correr en casa y rodillos para fingir que la bici se mueve. Como hamsters, pero delgadas. La gente está muriendo, el modelo de producción y consumo se demuestra insostenible, vamos a empobrecernos como no imaginamos, pero tú no engordes.

"Nos pasaremos la vida intentando conseguir lo que tienen las personas bien, creyendo que tenemos mala suerte o intentando entender y explicar que no es mala suerte sino injusticia"

Y, en medio de todo esto, la espléndida Itziar Castro se apunta a una propuesta para reproducir un cuadro famoso en las redes, y elige uno de Botero y sale en pelotas, porque la señora del cuadro sale en pelotas, y se lía parda. Personas crueles, que no son niños en el patio, la llaman abiertamente “gorda” en todas sus versiones, porque en las redes se puede ser cruel, como un niño en el patio, y no pasa nada. Sobre todo con las gordas. Personas muy buenas y muy empáticas, que se preocupan un montón por la salud de Itziar, y por la de todas las gordas, porque todas las gordas tenemos exactamente la misma salud, le escriben cosas muy amables, o no tanto, porque lo hacen “por su bien”.

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Como norma general contra la violencia machista y el feminicidio, yo suelo recomendar que, si alguien tiene la necesidad de explicarte que hace algo por tu bien, es que no lo está haciendo por tu bien. Pero esa gente generosa, y empática, y sana, que se preocupa un montón por la salud de Itziar, y por la de todas las gordas, porque todas las gordas tenemos exactamente la misma salud, lo hace por nuestro bien. Que es estar delgada.

Este sistema capitalista, patriarcal, racista, colonial, capacitista y heteronormativo en el que sobrevivimos, ha definido cuáles son las características de las personas “bien” y cuáles las de las personas “mal”. Blancas, occidentales, ricas, cishombres, sin diversidades, heterosexuales y delgadas, son bien.

Protagonizarán las pelis, los libros, las historias, los libros de Historia, saldrán en los medios de comunicación y monopolizarán (sólo unos pocos, no flipes) los medios de producción. Parecerán más de los que son y tendrán mucho más que el resto. El resto, somos mal. Y nos pasaremos la vida intentando conseguir lo que tienen las personas bien, creyendo que tenemos mala suerte, o intentando entender y explicar que no es mala suerte, sino injusticia. O las dos.

Y el sistema, como lo de que nos pegue a todas la policía y nos metan a la mayoría en la cárcel sale muy caro y da mucho trabajo, nos ha creado una serie de verdades ateas, que una parte de la población siempre ha cuestionado. Y gracias a esas personas (generalmente gente mal) que las han cuestionado, ya no hay derecho de pernada, ni es legal la esclavitud, ni se puede quemar vivas a personas porque no son cristianas, entre otras cosas. Pero todas esas barbaridades, como todas las barbaridades que han cometido las personas bien a lo largo de la historia (a veces con la complicidad de las personas mal), estuvieron avaladas en su momento por la autoridades sanitarias, la comunidad científica, o los gurús de turno. Que, a menudo, es lo mismo.

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"No es más sano estar delgada que estar gorda. Eso es un invento y suena lógico e indiscutible, sólo porque nos lo hemos creído"

Sin cometer la osadía de comparar la gordofobia con otros sistemas de opresión, porque no soy yo de comparar opresiones -sobre todo cuando no encarno la mayoría- y porque sería una frivolidad antológica, me atrevo a denunciar que con la gordura (o con la percepción impuesta de lo que es) se ha generado un discurso compuesto por verdades, que sólo lo parecen porque la mayoría nos las queremos creer. Y la peor es la de la salud. Porque parece la irrefutable, la científica, la buenista, la de la gente empática: “Itziar, tápate, que tu cuerpo está incitando a la mala salud”, le dicen.

Hasta donde yo sé, a Itziar, como a muchas otras gordas, no le pasa nada malo. Como no les pasará nada malo a las personas que decidan entretener las horas vivas pero dormidas de esta cuarentena aprendiendo repostería, dejándose homenajear con recetas que nuestra antigua agenda no nos permitía, quedándose horas sentadas leyendo, poniéndose al día con las pelis viejas o con las que lo serán en un tiempo. Como no les pasará nada malo a quienes no mantengan los oblicuos esculpidos, los bíceps inflados y la tripa como una tabla de lavadero de pueblo. Y a quienes no los hayan tenido nunca.

Porque no es más sano estar delgada que estar gorda. Eso es un invento y suena lógico e indiscutible, sólo porque nos lo hemos creído. La salud, y en menudo momento estamos para redefinirla, tiene que ver con el bienestar, el autocuidado, la capacidad para tener una vida digna, satisfactoria y razonablemente feliz, encarnada en un cuerpo que responde a los anhelos en la medida de lo posible. No con tener la piel pegada a los músculos, comer arroz blanco y contar las calorías, ni las proteínas, ni los kilos, ni los centímetros, ni los índices inventados por un estadístico belga del siglo XIX que midió y pesó a un señor random y se creyó que había que aplicarnos esos parámetros a todas las personas y a todos nuestros cuerpos.

Y, si todavía piensas que estar delgada es sinónimo de estar sana, y viceversa, piensa en lo que hacen la mayoría de los cuerpos cuando contraen una enfermedad, sobre todo si es grave: adelgazar.

Pero, por si acaso no te convence mi propuesta, ten muy claro que la época de decirnos a las mujeres y a los cuerpos no normativos cómo tenemos que ser y las vergüenzas que nos merecemos, se ha terminado. Ya no nos pintan, inertes y objetualizadas, los señores en los cuadros. Ahora nos hacemos las fotos nosotras, desnudas si nos da la gana, en nuestros baños. O donde queramos.