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Carta a Víctor Ortiz: es hora de colgar los guantes

"Puedes jugar al beisbol, puedes jugar al futbol americano, pero no se puede jugar al boxeo. Para obtener el 100 por ciento, tienes que dar el 100 por ciento".
Foto por Ed Mulholland // USA TODAY Sports

El StubHub Center de Carson, California, pintaba como un oportuno escenario para regresar al panorama de los wélter, según tus declaraciones previo al combate. Sinceramente, creo que exageraste un poco al elevar a tu rival por encima de un nivel en el que claramente no está por más que busquemos excusas y digamos que fue él, Andre Berto, el elegido para culminar con broche de oro la carrera de uno de los más grandes del boxeo: Floyd Mayweather Jr.

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De cualquier forma, si el resultado hubiese sido distinto, tu presencia en las 147 libras no habría incomodado, emocionado, y mucho menos asustado a nadie. Disculpa la sinceridad, pero es que cuando se trata de boxeo uno siempre tiene que ver por la integridad del peleador; no podría imaginarte arriba del ensogado frente a un wélter de élite. Ya lo decía el ex boxeador Donnell Pitts, "Puedes jugar al beisbol, puedes jugar al futbol americano, pero no se puede jugar al boxeo. Para obtener el 100 por ciento, tienes que dar el 100 por ciento".

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A pesar del cliqué que encierra la segunda oración de Pitts, creo que es una postal de lo que ha sido tu carrera. Pintabas para hacer grandes cosas y dejar tu marca en la historia del pugilismo. Panelistas, ex boxeadores, promotores, y fanáticos juraban y perjuraban que serías el nuevo Golden Boy por algunas similitudes que compartías con Óscar de la Hoya —tu agresividad dentro del ring y tu herencia mexicana—. Pero aquella velada de junio de 2009 ante Marcos "El chino" Maidana marcaría tu destino para siempre, y no precisamente de una forma positiva.

Llegaste a la contienda con un récord de 24 victorias, un descalabro y un empate —nada mal, considerando que leyendas como Juan Manuel Márquez y Manny Pacquiao tuvieron tropiezos al principio de sus carreras profesionales—, eras el favorito en las apuestas y, a pesar de que sería una de tus peleas más complicadas, el público confiaba que saldrías con la mano en alto, encaminado hacia la gloria. Nos bastaron seis asaltos para darnos cuenta de que no tenías "eso" que un deporte tan brutalmente hermoso requiere y exige día a día de sus practicantes.

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Los dioses parecían favorecerte desde el primer campanazo cuando noqueaste a Maidana con un gancho de derecha preciso, justo sobre la mandíbula del argentino. Pero como versa el milenario dicho, "Quien a hierro mata, a hierro muere", y tú no fuiste la excepción esa noche. Segundos después de que el réferi reanudara la contienda ante un sorprendido y mareado Maidana, cometiste el error de bajar tu brazo izquierdo y caminar justo hacia el derechazo del argentino. El resultado: un nocaut que enmudeció a tus seguidores y que infundió esperanzas en aquellos que pagaron por verte perder.

Sin embargo, al final del siguiente episodio quisiste redimirte ante tu público, y con 30 segundos por finalizar, conectaste un gancho de derecha sobre el rostro de "El chino" para mandarlo por segunda ocasión, en apenas dos rounds, a la lona. Pero ahí no acabó todo. Segundos después lograste acorralarlo contra las cuerdas y aplicaste la misma fórmula a un Maidana que lanzaba golpes por inercia —o por temor a la vergüenza de ser noqueado sin dar pelea— porque simplemente no estaba.

Una vez más, los segundos restantes no te alcanzaron para terminar el pleito. Maidana salía vivo gracias a la campana.

El final del quinto asalto no auguraba nada bueno. El argentino logró abrirte la ceja derecha en el intercambio que sostuvieron. Sus golpes parecían más pesados, más envenados que los tuyos y estabas exhausto. Terminaste el episodio caminando hacia tu esquina con las piernas hechas gelatina. Pero a pesar del vendaval, aún contábamos con que podrías reponerte en el sexto round, y dar por terminada la contienda.

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Sexto campanazo. Maidana había tomado su segundo aire después del par de nocauts que le propinaste y salía a repartir leñazos. No le importó la burda estética con que lanzaba los golpes, su objetivo era hacerte daño. Treinta segundos habían pasado cuando una seguidilla de ganchos y rectos te obligaron a tocar el entarimado con las rodillas: tu cuerpo se levantó rápidamente, con un ligero aire de vergüenza, cabizbajo, pero hubo algo que se quedó ahí, sobre la tarima, y que nunca volvería a ver la superficie.

Tu gesto dijo más que mil palabras, hasta el punto de obligar al réferi a preguntarte, "¿Ya estuvo?", como si supiera que estabas a nada de rendirte, muy similar a la famosa frase de Roberto Durán, "No más". Pero hay una gran diferencia entre tu gesto de desaprobación y la frase del panameño: Durán se había enfrentado con la mismísima figura del boxeo de ese entonces, "Sugar" Ray Leonard.

"Veremos qué sucede de ahora en adelante. Soy joven pero creo que no merezco una paliza como esta, tengo mucho qué pensar", respondiste cuando se te preguntó porqué te habías rendido. Me dio la sensación que quisiste jugar al boxeo, pero pronto aprendiste que es imposible salir con la cara intacta. Te asustó la idea de terminar como Erik Morales en su trilogía ante Manny Pacquiao, como Márquez en aquella primera pelea ante el filipino, como Arturo Gatti frente a Micky Ward, José Luis Castillo y "Chico" Corrales, por mencionar algunos.

Pero creo que al final de cuentas tuviste razón para no seguir pelando, porque para ser un grande del boxeo se necesita de ese "algo" del que siempre careciste y nos hiciste pensar que poseías. Tu cobardía disfrazada de un desinterés descarado por este deporte te hizo pagar en tres ocasiones seguidas ante el ya mencionado Floyd Mayweather, "Josesito" López y Luis Collazo; éstos últimos dos, oponentes que debiste haber vencido. Tres disculpas más y la misma frase "Regresaré".

Estas mismas palabras las pronunciaste el fin de semana pasado en Carson. Berto te conectó un tremendo uppercut que revivió los fantasmas de aquel 27 de junio de 2009 en el Staples Center donde todo empezó a desmoronarse.

Víctor Ortiz, es hora de decir adiós a este deporte. Descansar algunos meses no fortalecerá tu mandíbula, no borrará las cicatrices del pasado, no ayudará a tu resistencia mermada, ni te regresará la emoción con la que solías subir al ring. Cuando el cuerpo ya no puede más y el espíritu ha decaído, no hay mucho que se pueda hacer.