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heridas que no sanan

Throwback Thursday: Cuando Estados Unidos eliminó a México de Corea-Japón 2002

​La historia de México en los Mundiales de futbol está marcada por la tragedia y la decepción. El Mundial de 2002 no fue la excepción.
Foto: AP

La historia de México en los Mundiales de futbol está marcada por la tragedia y la decepción. La famosa frase "jugamos como nunca, perdimos como siempre" sigue estando vigente por más que nos echemos porras entre nosotros y digamos que ahora sí contamos con figuras de talla internacional que podrían llevarnos al maldito quinto partido, o ya mínimo ganar otra Copa Confederaciones o nuestra primera Copa América.

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Si el futbol es "sólo" un reflejo del progreso de un país, como suele muchas veces afirmarse, entonces podríamos hacernos a la idea de que vamos a tener que esperar una buena cantidad de años para ganar algo importante en el balompié a nivel internacional.

Sin embargo, tampoco podemos culpar completamente a los desastres socioeconómicos y políticos de un país después de ver a tu selección ser eliminada en octavos de final o perder desde los once pasos —el "coco" de los mexicanos desde tiempos inmemorables— a manos del entrañable enemigo del norte; especialmente si dicho contrincante no posee una rica historia con un balón a sus pies.

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La Copa del Mundo de 2002 fue un evento un tanto extraño. La diferencia de horarios, la supuesta indiferencia de un lugar lejano —y hasta cierto punto enigmático— por el juego del hombre, y su realización en dos naciones diferentes, le añadían cierta rareza al evento deportivo más visto por todo el mundo.

México, como cada cuatro años, llegaba con la esperanza de poder alcanzar los cuartos de final que la caprichosa historia siempre le ha negado. Javier Aguirre, el entonces timonel del conjunto azteca, parecía el indicado para surcar las aguas orientales y llevar a su tripulación a puerto seguro. Su carácter podría ser de gran importancia en los momentos difíciles y de alguna forma transmitirlo a sus dirigidos en la cancha.

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El grupo G no era una perita en dulce. Si México quería acceder a los octavos de final tendría que pasar primero por encima de equipos como Ecuador, Croacia e Italia. Pero a pesar del tétrico panorama, "El Tri" contaba con un plantel respaldado por su afición, siempre y en todo lugar; una afición que ha desarrollado un callo para eso de los descalabros y las desilusiones.

Para sorpresa de todos, incluso de los más optimistas, México se adueñó del primer lugar del grupo luego de ganar sus compromisos contra Ecuador y Croacia, y empatar —gracias a un gol de Jared Borgetti que quedará grabado en la mente de todo mexicano hasta el final de los tiempos— ante la poderosa Italia. El rival de la siguiente ronda, Estados Unidos, presentaba una oportunidad de oro para poder alcanzar el ansiado quinto partido. Nunca hay que subestimar a un contrincante.

El conjunto de las barras y las estrellas contaba con el que quizá sea su mejor escuadra de todos los tiempos. La generación dorada estadounidense estaba conformada por futbolistas como Brad Friedel, Kasey Keller, Claudio Reyna, Josh Wolff, Brian McBride y, por supuesto la némesis de México, Landon Donovan. A pesar de una alineación tan espectacular, los "ratones verdes" seguían siendo los favoritos para llevarse el triunfo por su mayor experiencia en competencias internacionales: "qué nos van a enseñar estos, si sólo saben agarrar los balones con las manos".

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El 17 de junio de 2002 sería el día en que la rivalidad México-Estados Unidos tomaría un rumbo abrupto y provocaría una herida que hasta la fecha, a mi parecer, no ha sanado, ni nunca lo hará: el condimento principal de una rivalidad es la constante frustración por querer cambiar los errores del pasado en el presente/futuro.

A la historia le bastaría ocho minutos del encuentro para hacer valer su peso y cumplir lo que parecía predeterminado. Un falta cometida en los ¾ de cancha a favor de los estadounidenses, el "colmillo" de McBride para apurarse en el cobro, un desborde excepcional del capitán Reyna sobre la banda derecha, un pase retrasado por Wolff sobre el corazón del área y una definición del jugador que comenzó toda la jugada al poste más lejano de Óscar "El conejo" Pérez. Estados Unidos daba el primer golpe de autoridad gracias a un gol de vestidor, mientras México intentaba asimilar lo que había sucedido.

La parte complementaria traería consigo el trágico desenlace para los mexicanos y la dicha desconocida para los estadounidenses. El autor del gol no pudo ser otro que la máxima figura del conjunto de la unión americana: Landon Donovan. Corría el minuto 65. El mediocampista John O'Brien habilitó a Eddie Lewis por la banda izquierda, quien a su vez centró el esférico para encontrar la cabeza de Donovan en el centro del área chica; Gerardo Torrado, su perseguidor más cercano, llegó tarde a la marca, pero en punto para el festejo.

De esta manera, México escribía un fracaso más en su pesado libro de decepciones en competiciones internacionales. Era preferible no haber pasado de la fase grupos a perder ante el odiado rival en una Copa del Mundo. Un equipo relativamente ajeno al futbol nos había pintado la cara en nuestro "territorio", es decir, en nuestro amado deporte.

Los fantasmas del pasado son necesarios para recordar de vez en cuando que se tiene una batalla aún por librar. En la actualidad, específicamente hablando de la escuadra en Copa América, podríamos decir que México juega a nada, pero al menos gana —el "siempre" nos queda todavía muy grande y lejos —. La presencia de los "Chicharitos", "Tecatitos", Guardados y demás, nos dan la certeza de que al menos algo está cambiando en la mentalidad del jugador mexicano. A veces los errores vienen de terceros, a veces pecamos de una grandeza que aún no somos dignos de portar, pero que en ocasiones en necesaria, tan necesaria como el miedo.

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