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Deportes tradicionales

Tejo: jugando con cerveza, proyectiles y explosivos

Nos adentramos al mundo de uno de los deportes más tradicionales de Colombia: el Tejo.
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Cerveza + proyectiles + explosivos. Puesta en los manos de una persona cualquiera la ecuación parece perfecta para un desastre, pero en Colombia esos tres elementos son la piedra angular de un juego-deporte que en algunos lugares del país se comienza a jugar desde muy joven y que muchos siguen practicando ya siendo viejos: el tejo, o como se lo llamó originalmente, el turmequé.

Para encontrar sus orígenes hay que ir hasta ese municipio, el de Turmequé, un pequeño pueblo extraviado en el altiplano cundiboyacense, unos 120 kilómetros al norte de Bogotá. Allí, cuenta la historia, los indígenas muiscas inventaron el juego hace más de 500 años como una forma de diversión, inicialmente exclusiva de los altos jerarcas.

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Adoradores del sol, los muiscas dieron vida al juego creando un platillo de oro que imitaba su forma, el cual lanzaban con la mano hacia el objetivo, un triángulo también de oro, simulando con cada lance la trayectoria del sol desde una cordillera hasta la otra. Se trataba pues de un juego de precisión y puntería durante el cual los indígenas consumían chicha, una bebida alcohólica tradicional del pueblo muisca.

Desde entonces, el juego ha cambiado un poco. Tras la llegada de los invasores españoles, el oro pasó a ser un metal demasiado valioso y codiciado para ser utilizado en una actividad como el juego, por lo que los materiales fueron cambiando. El disco de oro fue reemplazado por uno de hierro llamado "tejo", mientras que el triángulo dorado le abrió paso a unas pequeñas bolsas con pólvora llamadas "mechas", que hoy en día tambien tienen forma triangular.

Hacia mediados del siglo XIX el tejo era un pasatiempo regular entre campesinos, artesanos y trabajadores en los sectores populares, quienes se reunían en piqueteaderos y chicherías para socializar en medio del juego, la comida y la chicha, que paulatinamente fue reemplazada de las canchas y de la vida en general por otra bebida: la cerveza.

Acusada del embrutecimiento y la falta de higiene de la población, la chicha fue victima de una campaña de desprestigio que pretendió convertirla en una bebida maligna y salvaje cuyas consecuencias eran nocivas para el desarrollo y la modernización del país. En su lugar, como símbolo de civilización, el gobierno promovió el consumo de cerveza, bebida que se apropió de las canchas de tejo a comienzos del siglo XX cuando Bavaria, la pujante cervecería colombiana, comenzó a patrocinar el tradicional juego llevando su bebida y su marca a las canchas de todo el país.

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Desde entonces y a fuerza de costumbre el tejo se convirtió en sinónimo de cerveza. La publicidad cervecera invadió las canchas y la bebida se convirtió en la moneda de cambio para poder jugar. De esa forma, por ejemplo, para jugar una "mano" de tejo el tiempo en la cancha no se paga por horas o por partidas como en el futbol, los bolos o el billar. En el tejo, el acceso a una cancha cuesta "un palo", que en las calles significa un millón de pesos, pero en en el tejo significa un "petaco", es decir, una canasta con 30 cervezas. Eso es lo mínimo.

Las reglas del juego son simples. La cancha se extiende como una pasarela a lo largo de 18 metros, desde el lugar de lanzamiento hasta el objetivo, una caja de madera rellena de greda o arcilla respaldada por un tablero redondo o cuadrado. Allí, en la mitad de la caja, está enterrado un aro metálico llamado "bocín", rodeado generalmente de cuatro mechas. Los jugadores se turnan para lanzar el tejo, cuyo peso para competencias es de entre 2 y 3 kilogramos, con el objetivo de enterrarlo en el bocín y hacer estallar las mechas.

El ganador es el jugador o el equipo que llegue primero a 15 o 21 "manos", en un sistema que otorga puntos según el lugar de aterrizaje del tejo. Así las cosas, al final de cada ronda el tejo más cercano al bocín se lleva "1 mano" o un punto; el tejo que hace estallar una mecha suma tres manos o su equivalente, "un balazo"; el tejo que logre "embocinar", es decir, quedar enterrado dentro del bocín, recolecta seis manos; y por último, aquel que estalle una mecha y además aterrice en el bocín suma nueve manos, lo que también se conoce como una "moñona".

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Perece simple, pero hace falta estar ahí, con el tejo pesando en la mano, para entender lo complicado y peligroso que puede ser enviar por los aires un proyectil de metal, acompañado por la mala puntería producto de la inexperiencia y el alcohol. En el recinto, las canchas están tan juntas como los carriles de una avenida, por lo que ir al baño a despachar la cerveza o simplemente entrar y salir de la cancha puede ser tan peligroso como cruzar una autopista. "Pasar calle" le dicen los jugadores más experimentados, quienes han visto tejos estallar en la cabeza de jugadores despistados o simplemente borrachos, quienes olvidan mirar a lado y lado antes de moverse por el lugar.

Hoy en día, luego de ser reconocido oficialmente como deporte en los Juegos Nacionales de 1960 y de ser declarado por el Congreso como deporte nacional en el año 2000, el tejo sigue siendo principalmente una actividad rural y de barriada, practicada en campos abiertos o en bodegas vetustas donde las paredes parecen haber sufrido una balacera. Sus deportistas no son celebridades, sus torneos no tienen la exhibición que tienen los dardos o el billar en otros países y para nadie es un secreto que son muchos más los colombianos que no saben jugar tejo que aquellos que lo hacen con maestría.

Su espacio, más que un escenario competitivo, es un espacio de entretenimiento y socialización en el que las personas se rehunen a comer y a hablar, pero sobre todo, a beber cerveza y aguardiente a medida que las mechas estallan bajo los tejos, siempre con la música popular como telón de fondo. Cerveza + proyectiles + pólvora. Es la ecuación que augura un desastre, salvo si se trata de una mano de tejo. En ese caso, en se trata de una fórmula para el juego.