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Liguilla MX: Tigres halló su manera particular de ganar partidos

No tuvo el balón, por momentos fue superado en el campo, y sin embargo el equipo de Ferreti está en la final.

En realidad hay tantas maneras de ganar un partido. Se puede ganar gracias a una casualidad, a un error del rival, merced a un ataque desesperado, ventaja arbitral mediante, rebotando un balón en la espalda de un compañero. También, según nos enseñaron ayer por la noche —y desde hace ya varias semanas sucesivas— los Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León: hallando el modo de pasar de la zona propia al área del rival con la mayor velocidad posible.

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El juego de transición es una frase que se siente mucho más cómoda en sobre la duela del baloncesto que sobre el empastado. Y sin embargo, hendir la lanza del ataque cuando el rival intenta apenas transitar hacia delante resulta ser harto efectivo. No es precisamente jugar al contragolpe pero sí obligar a los defensas a girarse y corretear a los extremos. No es precisamente hacerse una coraza de medios de contención, centrales bravos, hachas con espinilleras y un centro delantero capaz de recibir de espaldas y conducir hasta el arco contrario. Es cosa de robar, y hallar siempre al compañero encarrerado. El León tuvo el balón ayer, y se fueron con dos goles encima, tan efectivos los de amarillo.

Importa decir que al Tuca Ferreti, arquitecto de este equipo, seguirá siendo tildado de amarrado, pero lo cierto es que su equipo en esta liguilla lleva una decena de goles. Ismael Sosa, Jurgen Damm han quemado el pasto de la franja derecha; el brasileño incluso ha sabido hacer rendir al limitado Torres Nilo y el clavadista serial Javier Aquino por la otra banda. (Vean el centro que lanzó el 6 de Tigres a la frente de Gignac; cuánto sirven los regaños del bigotón.)

A los quince minutos Luis Montes, el llamado a conducir el futuro de la ofensiva nacional hasta que un ecuatoriano con la pierna más dura que él le rompió el destino, ya había descontado con un golazo. Golazo. Tigres temblequeó pero hizo lo que sabe: transitó más rápido que el rival. Los centrales del bajío llegaban jadeantes a intentar ponerle un alto a Gignac. Y no pudieron para el primero.

Aunque seamos justos con el León. Pegó tiros al poste. Quiso el balón, ofendió como pudo y cuando el furibundo de Boselli era más requerido no pudo embocar ninguna de las pocas que tuvo. Aunque el entrenador del León acusa al árbitro, el arquero Yarborough dice que se van con la cara en alto, y así debería ser: la satisfacción del derrotado también es el reconocimiento de la superioridad del otro.