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Mundial 2018

Messi no es un perro

Crónica de una muerte anunciada podría llamarse esta mala película argentina. Unas eliminatorias terribles, un juego sin identidad y una dependencia de Messi que sobrepasa niveles sexuales.
vía depor.com

Este artículo fue publicado por VICE México.

Es verdad, estoy escribiendo esto en caliente. Mis dedos teclean apenas minutos después de que Argentina pierde 0-3 en el Mundial contra Croacia. Sí, contra Croacia. Y dicen que no es la Croacia de Šuker ni de Prosinecki y Zvonimmir Boban que sedujo a todo ser humano en Francia 1998. Dicen que es la Croacia de Rakitić, Modrić, Mandžukić y Vida.

La prensa argentina no habla de otra cosa. Durante un rato, la inflación de casi 25.4% y la histórica legalización del aborto aprobada por la Cámara de Diputados dejan de ser el tema en la televisión. Internet explota. Decenas de periodistas argentinos pidiendo la cabeza de Sampaoli, hablando de la derrota más "humillante" en Mundiales para Argentina. Y en medio de todo este tumulto de decepción, me acaba de pasar por la cabeza una teoría extraña, casi imposible de explicar. Justo por eso intentaré traducir mis pensamientos y lograr que mis dedos largos y llenos de decepciones valgan su peso en oro y logren sacarla de mis entrañas de una vez por todas.

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Todo empezó luego de terminarme un vaso de Coca Cola Light con cuatro hielos y que el árbitro pitara el final de una de las peores actuaciones que he visto en mi tortuosa y corta vida de la selección Argentina. Crecí idolatrando a estos tipos. El futbol argentino significó en mi vida la manera más real y carnal de alentar o defender algo. De creer. La primera vez que pinté mi cara con unas banderitas en mis cachetes fue con los colores de la bandera de Carlos Gardel y Diego Maradona. La celeste y blanca que llevaba Gabriel Omar Batistuta en 1998 despertó en mí sentimientos que para mi corta edad eran extraños. Un sentido de pertenencia más allá de haber nacido muy lejos de Buenos Aires o Colón. Argentina es sinónimo de futbol. De Palermo anotando el empate contra Perú en la Bombonera con treinta y dale de años; de Maradona destruyendo a los griegos para gritarle con pupilas dilatadas a la cámara gringa que tenía una fuerza sobrehumana dentro de él, Enrique Santos Discépolo escribiendo "Cambalache", Charly García con una pata sobre el piano y una rosa llena de espinas dentro de su boca en el Monumental. Argentina significa un puño cerrado gritando el aguante cuando las gotas pesadas de lluvia llenan tu frente y te hacen dudar si seguir o no. El "¡Vamos! ¡Vamos!".

vía goal.com

Messi. Lionel Messi. La zurda por la que millones de argentinos han tenido fuerzas para levantarse un día más. La zurda que abraza a Kirchneristas y Macristas en una sola cama. Y la zurda que cada integrante de este mediocre seleccionado argentino tiene que besar y agradecer. Masajear con aceites del oriente, y rociar con polvos del centro de Rosario para que siempre los reciba en su casa.

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Argentina jugó contra Croacia con el mayor y más triste de los miedos. Otamendi pareció un niño huérfano que no sabía dar dos pases verticales sin Guardiola; Mascherano demostró que hace casi ocho años dejó de jugar de contención en el Barcelona FC (ahora juega en China); Acuña fue una camisa de traje sin planchar y Agüero… ¡ay, Agüero! ¿De Willy Caballero qué se puede decir? Lleva siendo suplente años: en el Chelsea y en el Manchester City. Caballero no tiene la culpa de que lo pongan a jugar. Sampaoli tiene al mejor arquero de Argentina en el banco: Franco Armani. Lo irónico es que la razón por la que jugó Caballero fue por su "gran juego con los pies". Visto lo que pasó… Sigmund Freud estaría orgulloso. Tener un gran portero es de importancia crítica para los campeones de cualquier torneo de futbol, y más aún en un Mundial. Iker vs Robben… Buffon… Barthez…

Me duele decirlo: Messi no estuvo. Cada pelota que no llegaba a sus pies hacía que retrocediera veinte o treinta metros, cuando es él quien debería terminar toda jugada argentina. Lionel pasaba más tiempo en la mitad de la cancha con Rakitić y Modrić a sus lados; en vez de estar encarando uno a uno con Lovren (un central que deja muchísimo que desear). Todo mal. El futbol es un deporte de asociaciones, del toma y dame, de unir cuerpos para lograr un bien común: el gol. Croacia no jugó un partido brillante, ni de cerca. Un disparo delicioso e increíble de Modrić, un error estúpido de Caballero, y la resignación hecha jugada en el área pequeña de Argentina en los minutos finales del juego acabaron con Messi y compañía. Porque Argentina es eso: Messi + su compañía.

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Crónica de una muerte anunciada podría llamarse esta mala película argentina. Unas eliminatorias terribles, un juego sin identidad, una dependencia de Messi que sobrepasa niveles sexuales, como si Lionel fuese ese padre todopoderoso que, ante cualquier error de su hijo él siempre va a estar. Así asesine a dos de sus amigos luego de ponerse mala copa, el padre tendrá el teléfono de algún amigo juez con el que que hizo la prepa y por solo recordar esos momentos sacará a su hijo de la cárcel. Pero Messi no es éste padre ni tampoco es un perro. Es un ser humano al que le cambia el tono de su cara y de su piel cada vez que mira para atrás y ve a un Mascherano que está más cerca de ser un ex jugador que de ser el jugador argentino que ocupa los mismos metros de pasto que alguna vez pisó Fernando Redondo. Y cuando se habla de Redondo hay que tener cuidado. En cualquier búsqueda de Google a las dos o tres de la mañana, la palabra más próxima que arrojará el buscador luego de escribir "Redondo" será "elegancia".

vía infobae.

Lionel Messi, de a ratos, entre tantos apellidos sobre las playeras sudadísimas de la Croacia post Yugoslavia y post Davor Šuker, me recordaba más bien a Teresa en La insoportable levedad del ser: su paso por cada metro cuadrado del Nizhny Novgorod Stadium, fue, de pronto, mucho más ligero. Por momentos casi flotaba. Y se hallaba en el campo mágico de Parménides: disfrutaba la dulce levedad del ser. Se supo humano, adentrado en la derrota como pollero que resbala en la reja y despierta la alarma de algún Bill interrumpiendo su snack de donas y café con dos cucharadas de azúcar.

Hoy dio 33 pases contra 40 de Willy Caballero. Todos estamos un poco tristes, porque no hay nada más desagradable que ver romperse en dos a seres humanos con poderes y fuerzas que coquetean con lo sobrenatural. Estos hechos hacen que se rompa la cajita de ficciones que de a ratos es el agraciado y radiante futbol. Que perdamos la fe en que ahí afuera hay errores en la matrix que logran que, aunque sea cuando estamos dormidos y no miramos, los juguetitos de nuestra recámara pueden cobrar vida y tomarse un café. Y no hay nada más triste que sabernos personas que no estamos rodeadas de alguna especie de polvo mágico. O que al menos podamos pensar en que cualquiera de nosotros podría reencarnar en otra vida como un animal que para todos es el mejor amigo del hombre.

Messi no es un perro, ni mucho menos.

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