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El Flop: Julio César Chávez Jr., y el peso de todo un legado

"El hijo de la leyenda" pintaba para lograr cosas grandes en el boxeo internacional, pero su indisciplina y poco compromiso acabaron con el sueño de toda una nación.
Foto: REUTERS

Cuando decidí escribir esta nota, no sabía a ciencia cierta por dónde comenzar. Debo confesarles que por mucho tiempo fui seguidor de "el hijo de la leyenda" porque vi en él a un boxeador que tenía todo para alcanzar la cima —tal vez no a la altura de su padre porque eso es casi imposible, pero sí un nombre que brotara naturalmente, por su buen desempeño, en las conversaciones de ávidos fanáticos de boxeo—. "Julito" nos deslumbró con su estilo connatural, un jab preciso y firme, y un gancho que por momentos nos hacía recordar a su padre, el boxeador más grande de México.

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Su corazón y pegada eran dos armas con las que no todos los peladores nacen y que él poseía. Si a todo esto le añadimos la fama de la cual ya presumía por el "simple" hecho de ser el hijo de Julio César Chávez —con fama me refiero a las "palancas" que le garantizaban mejores peleas y un camino mucho menos escabroso hacia un título mundial— y el hambre de triunfo, el ímpetu por querer construir su propio legado a pesar del enorme peso de su apellido, podíamos afirmar que Julio César Chávez Carrasco habría estado dentro de los boxeadores más espectaculares y queridos por la afición. Cuánta verdad hay en aquel dicho que versa, "las segundas partes nunca son buenas".

La decadencia de un atleta, específicamente tratándose de un boxeador, se debe en gran parte al compromiso a medias con su profesión. Cuántas veces no hemos escuchado de la boca de campeones que lo difícil no es llegar a la cima, sino quedarse allá arriba. Si bien Julio Jr. nunca se regocijó en los laureles de un Pacquiao o Mayweather, sí experimentó una popularidad considerable en comparación con otros boxeadores de su edad quienes tuvieron que picar piedra para mínimo pelear en una cartelera local. Cómo olvidar aquellos tiempos cuando el país se encontraba dividido —una división generada y expandida por las televisoras mexicanas —entre aquellos que apoyaban a Julio César Chávez Jr., y aquellos que le juraban lealtad eterna a Saúl "Canelo" Álvarez. Yo era uno de los primeros porque la segunda opción siempre me pareció una farsa. Hasta el día de hoy sigo creyendo lo mismo, es solo que ahora "Julito" también es parte de ella.

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"El hijo de la leyenda" vs. "Canelo" fue una pelea que por mucho tiempo retumbó en los programas deportivos y que todos los seguidores querían ver. Sería el choque de ideologías boxísticas, el boxeador nato que heredó algo de la estética del padre contra un pelador con más pegada que elegancia boxística. "Julito" era el único que podía quitarle el invicto a "Canelo" y viceversa; ninguna de las dos posibilidades cuajó porque a Chávez ya no le alcanzó para pelear en superwelter y Saúl Álvarez prefirió medirse ante rivales más pequeños con hambre desmedida de triunfo.

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Después de dar positivo por furosemida en su combate ante Troy Rowland en 2009, Chávez Jr. solicitó la ayuda de Freddie Roach en su esquina para darle un giro a su carrera y poder recomponer el camino. En aquel tiempo, Roach era considerado el mejor entrenador gracias a que formó una dupla histórica con Manny Pacquiao, y parecía ser el indicado para pulir algunos detalles en "Julito" y poder posicionarlo como un serio contendiente. La indisciplina del boxeador sinaloense aunada con la indiferencia de Roach —más obligado por el cheque que por las ganas de triunfar con Chávez— comenzaron a manifestarse dentro del ring con un Chávez pesado, lento, fatigado y poco creativo. De todas formas, logró mantenerse invicto —aunque cada vez las peleas eran más apretadas y, a juicio de muchos, algunas debió perderlas, o ya mínimo empatarlas— y alzó la mano para medirse ante el entonces campeón argentino supermediano Sergio "Maravilla" Martínez.

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¿Por qué demonios no lanzaste más golpes?: el dilema frente a "Maravilla"

Llegó la prueba de fuego para Julio en el Thomas & Mack Center de Las Vegas, Nevada, y muchos fanáticos, entre ellos yo, tenían fe de que Chávez Jr. podría hacerse del cinturón de peso medio del CMB si lograba desplegar todo su potencial ante un Sergio Martínez peligroso por su pegada —basta recordar el nocaut que le propinó a Paul Williams— más que por sus habilidades como boxeador. Julio Jr. tenía la ventaja en alcance y altura, y a pesar de que su "pegada" había disminuido seguía siendo un as bajo la manga en contra de un "Maravilla" con problemas en las rodillas.

Por once asaltados el peleador argentino dominó la contienda y logró meter a Julio en su plan de pelea. El jab y el movimiento constante de cabeza y cintura de Sergio Martínez terminaron por agotar a un Chávez torpe y frustrado que se empeñó en buscar la victoria por medio de un solo golpe. La contienda, hasta ese punto, se había quedado corta con las expectativas.

Llegó el round 12 y con ello una pelea completamente diferente. "Julito" salió decidido a encontrar el nocaut que le daría el campeonato del mundo siendo consciente de que no había ganado un solo asaltado, quizá sólo el cuarto. Martínez ejecutó el mismo plan: doble jab en el centro del ring y salida por los costados. Hasta que llegó un poderoso derechazo del nacido en Culiacán que conectó la humanidad del argentino cuyas piernas resintieron su poder. Segundos después "Maravilla" yacía en la lona. Quedaba un minuto y 15 segundos para que Julio se redimiera ante su público, y el argentino se veía mal después del conteo.

Si hubo una imagen que cruzó por mi mente en aquel momento, fue precisamente la de su padre noqueando a Meldrick Taylor en los últimos segundos del duodécimo asalto después de una pelea que seguramente habría perdido por medio de las tarjetas. Una postal épica. Pero esta vez, el destino no sería tan benévolo y dejaría al Junior con las manos vacías y con las marcas en el rostro de una tremenda golpiza.

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Aquella noche, Chávez Jr. nos demostró que no tenía el hambre suficiente para triunfar. Aún no logro comprender cómo es que puedes desperdiciar once rounds y después asumir que puedes acabar con tu rival en un solo asalto. Este tipo de proezas solo están destinadas para aquellos que toman el boxeo en serio, que se preparan y lo dan todo desde el principio, sin berrinches ni caprichos.

Robert García puede significar el último tren para "Julito" con destino a una disputa por el campeonato mundial. García es un grandísimo entrenador, de eso no hay duda, pero de un tiempo para acá a sus peleadores se les ha hecho la mala costumbre de pasarse del límite pactado. Lo que Julio César Chávez Carrasco necesita no es un cambio de entrenador, ni de televisora, lo que le urge es un cambio en su carácter como boxeador; una tarea que se vislumbra bastante difícil.