Testimonio de un músico venezolano refugiado en Brasil
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Testimonio de un músico venezolano refugiado en Brasil

"Agradecemos a la vida por esta nueva oportunidad, a las bellas personas que hemos conocido y a las que faltan por conocer."

Este artículo es publicado en colaboración con La Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).

El 1 de junio de 2016 mi vida cambió cuando llegué a Brasil para quedarme, esta vez, el viaje no era de vacaciones. Fue el día donde esperé horas para que me sellaran el pasaporte, fue el día en donde mis pensamientos eran confusos, llenos de muchas preguntas y una incertidumbre enorme. Luego de sellar el pasaporte en la ciudad fronteriza de Pacaraima, seguí mi viaje hasta Boa Vista y rápidamente cambiamos de bus con destino a Manaus.

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Allí llegué al aeropuerto aproximadamente a las 9 a.m, para esperar mi vuelo hacia Fortaleza. Ciudad maravillosa, donde hoy aún recuerdo y extraño como la primera vez que la conocí en 2007.

De niño escuché hablar de Brasil a través del fútbol. Recuerdo que mi familia hablaba de los grandes jugadores como el Rey Pelé; también de su música, sus ritmos contagiosos que de niño no entendía pero los sentía próximos a nosotros. De grande volví a tener ese contacto más directo con Brasil gracias a la Capoeira. Desde entonces supe que Brasil no solo era fútbol y samba; por la capoeira comencé a tener ese amor por la cultura de este país, y a entender que la Roda no se diferencia a nuestro día a día.



En la Roda tenemos que jugar al ritmo que nos toca el berimbau, ya sea Angola o regional. Tenemos compañeros, no rivales, y en algún momento del juego llega nuestro turno. Así la siento y es como la vida misma.

Al comienzo no fue nada fácil, entre la angustia y la desesperación por querer comenzar a producir rápido, o querer hacer lo mismo que hacía en mi país, fue que llegué a muchas frustraciones, a dudar de mis cualidades y talentos, a sentir que el mundo se caía en mil pedazos y que jamás saldría de ese abismo emocional en el que me encontraba. Una decisión importante fue salir de Fortaleza para venirme a São Paulo. Al llegar a esta megalópolis, sin duda alguna el choque fue grande, uno llega a sentirse mínimo y solo. Éramos mi maleta, mis bongos y yo contra el mundo cuando llegué a esta enorme ciudad.

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En el camino me topé con ángeles, como yo les digo, personas que marcaron mi vida y la de mi familia. Jamás voy a olvidar a una señora del Perú que me habló y me indicó sobre la Misión Paz. Allí conocí la Casa do Migrante, lugar que fue mi hogar por meses y que hasta hoy visito y colaboro en lo posible. Para algunas personas tal vez el sentimiento es de vergüenza al decir que viven o vivieron en una casa de migrantes, pero en lo personal, creo que ha sido una de las etapas más representativas y bonitas que he vivido. Allí conocí personas increíbles con historias de vida que nunca llegué a pensar o creer porque me di cuenta que siempre viví en una burbuja.

También me comencé a conocer y saber de lo que era capaz, y hasta donde podía y puedo llegar. En la Misión conocí a dos conterranas, que por casualidad de la vida ellas también tenían sus instrumentos, una guitarra y una melódica y yo con mis bongos y pandero. Una noche comenzamos a tocar juntos y montamos 3 canciones, al otro día comenzamos a tocar en algunas rutas de autobuses que nos dejaban montar, la verdad nos fue mejor de lo que pensamos.



En términos de capoeira, allí la vida me hizo una llamada de Angola, para que interpretara y analizara lo que estaba ocurriendo en mi vida en ese momento. Aprendí que hoy puedes estar en lo más alto de la cima, pero que en cualquier momento puedes estar sin nada, como fue mi caso. Nunca pensé que estaría tocando música dentro de los autobuses con una gran sonrisa y disfrutándolo, y más si mi último empleo en mi país era gerente de un canal de tv. Se que para muchas personas eso sería algo aberrante o impensable, pero de verdad creo que la vida me mostró su cara bonita, el poder uno conocerse, reinventarse cada día, y ver hasta dónde puedes llegar y cómo lograr tus sueños sin afectar o perjudicar a nadie.

La llegada de Mari y Miranda, sin duda que fueron el engranaje que faltaba para poder arrancar el motor emocional al 100%, después de un año de distancia, de llorar solo y de hacer todo por y para ellas. Por fin llegó el 6 de agosto de 2017 en donde las pude abrazar entre lágrimas de alegría y prometer que jamás las dejaría solas. Ya hace un año que estamos juntos nuevamente, han sido meses de adaptación, de logros y de conquistas, pero también los recuerdos llegan y nos tocan a todos, y nos llega la tristeza saber que aún tenemos a nuestros padre y familiares en la lejanía. Sólo nos tenemos nosotros tres y nos hemos convertido en un equipo.

En estos dos años de grandes cambios, seguimos con la misma fuerza, con sueños y creyendo en este país que nos abrió las puertas cuando más lo necesitamos. Nos hemos integrado de la mejor manera en la cultura y sociedad brasileña. Pienso que cerrarse o quedarse solo pensando en el pasado y en todo lo que uno dejó, es la peor forma de enfrentar una migración. Agradecemos a la vida por esta nueva oportunidad, a las bellas personas que hemos conocido y las que faltan por conocer, y seguir atentos al sonido del berimbau para saber el ritmo al que debemos jugar.