En el aire se respira una angustia popular. Maradona es ese hombre que jamás iba a morir. Maradona era inmortal. “¡Hoy en Argentina Dios ha muerto!”, gritó mi vecino desde su balcón. Ya eran las dos de la tarde. Diego Maradona, el mejor jugador de fútbol de la historia, murió el pasado miércoles 25 de noviembre con 60 años mientras se recuperaba de una operación reciente de un hematoma subdural. Mientras un millón de personas se acercaron en la mañana de hoy para velarlo en Casa Rosada, en la Capital Federal, algunos decidieron hacerle homenajes en distintos puntos de la ciudad, del país y del mundo.
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Maradona toca una fibra íntima en cada ciudadano argentino. Es un ídolo que reúne todas las contradicciones que podemos imaginar. Puede ser un dios indiscutible, intocable, incuestionable, el mejor jugador del mundo, y eso tampoco le quita sus grandes fallas como persona. Entre todas las discusiones entrecruzadas que surgieron desde la noticia de su partida, queda claro que Maradona fue el representante cultural por el que hoy nos conocen a los argentinos. Un villero que hizo magia con sus piernas. Una persona por la que puteaste, lloraste y cuyas hijas nombraste en cada uno de tus juramentos. El día de su muerte, como tantos otros, quedará en la memoria de millones de personas que en un luto colectivo salieron a las calles.
