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André-Pierre Gignac dio un recital ayer en el Azteca

Los Tigres se metieron a la casa de las Águilas y, con un jugador más, arrollaron al los locales.

André-Pierre Gignac eligió al Coloso de Santa Úrsula como escenario para brindar un recital memorable. No es que sea novedad, pero el partido que brindó ayer frente al América fue apoteósico; aún con la calidad diferencial que goza el plantel auriazul en cada una de sus líneas, la calidad de la posesión bajaba considerablemente cuando el botín del francés le decía hasta luego a la de gajos. Qué afortunados somos: el muchacho nacido en la Costa Azul se enamoró de San Nicolás de los Garza y no quiere irse. Rubricó su actuación con una pincelada.

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Tigres goza de un plantel excepcional, que además se conoce y suele jugar permanentemente a lo mismo: posesión de balón, orientación del ataque a carriles exteriores y cargar el área con Gignac y un delantero más móvil, con capacidad de asociación —antes Sóbis, hoy Sosa—. Aquí radica la ecuación. El artillero internacional por Francia funge como centrodelantero puro: como aquellos que portan el '9' y no se separan del manchón de penalti porque es su único ecosistema habitable, pero él es la excepción. Gignac se aburre si no participa en el juego, y mientras cuenta con un compañero más móvil, veloz e incisivo, también opta por bajar a asociarse. El francés y el otrora goleador de Pumas son sumamente complementarios, pero además se mueven de manera que resulta prácticamente imposible asignarles una marca fija.

América perdió el encuentro en cuanto perdió a Renato Ibarra, expulsado por meterle el codo en el ojo a Juninho. Cuando te quedas con un soldado menos y enfrente tienes a Guido Pizarro, la cosa va mal. El argentino es, por mucho, el mediocentro que mejor trato le da a la pelota en el fútbol mexicano; alcanzó su cenit competitivo aquella temporada en la que los felinos derrotaron a Pumas en una Final memorable, pero su rendimiento no ha disminuido demasiado. Darle la pelota es ponerle candado, simple y sencillamente no la pierde. Otorgó a los suyos salida y claridad siempre que fue necesario, el problema residió en que los jugadores exteriores, Aquino y el 'Gringo' Torres, no entendían que hay momentos en los que conviene más un pase hacia atrás que congele el ritmo a buscar prontamente la gambeta. Tigres seguía buscando eliminar rivales cuando había que eliminar minutos.

Sin embargo, es aquí donde la figura del tándem ofensivo universitario se erigió como mucha pieza. América no sufría mucho en carriles exteriores, pero la manera como Gignac y Sosa se despegaban de los marcadores centrales y atacaban la espalda de Daniel Guerrero y Osvaldo Martínez era bastante agresiva; ni el 'Chepe' ni el paraguayo se enteraron jamás del espacio enorme que existía entre ellos y la pareja formada por Pablo Aguilar y Bruno Valdez. Con Pizarro y Zelarayán filtrando cuantos balones caían en su poder, el '10' y el '18' auriazules comenzaban sus embestidas desde tres cuartos de campo. Nadie los paraba. Así selló Gignac su —precioso— gol, y así pudo Ismael Sosa estrenarse con su nuevo equipo a segundos del final.

Cuando le pidieron a Alejandro Sabella que explicase cómo había detenido al Barcelona de Guardiola en el Mundial de Clubes de 2009, el ex entrenador de Estudiantes declaró que lo principal era no quedarse con algún jugador menos. Mientras estuviesen once contra once, haciendo esfuerzos descomunales y realizando ayudas específicas, quizá pudiesen contrarrestar el poderío blaugrana; así fue durante noventa minutos, hasta que Messi dijo basta. Algo parecido sucedió ayer. Tigres es un equipo al que se le tiene que competir al ciento por ciento y sin ningún tipo de hándicap. Goza de un plantel con botines aterciopelados pero, sobre todo, cabeza amueblada; son futbolistas que entienden bien qué pide cada lapso del partido, y no tienen empacho en llevarlo a cabo.