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El mensaje oculto en Lady Bird del que nadie habla

Lady Bird somos todas las adolescentes que llevábamos las J'Hayber cuando todavía no molaban, deseando en silencio calzar unas Nike.
Imágenes cortesía de Universal

Cuando Antonio Maestre escribió este artículo titulado "Orgullo de clase" lo leí tres veces seguidas y se lo pasé por WhatsApp a todo el mundo. Me flipó su simplicidad, la manera en la que consiguió resumir en tan pocas palabras lo que para mí y seguramente para muchos chavales de la "periferia de la periferia" fue una revelación vital: darnos cuenta de que pertenecíamos a una clase, la obrera.

En algún punto de nuestra vida los hijos de la clase obrera empezamos a entenderla y a partir de ahí a dejar de odiarla. Dejamos de exigir unas deportivas nuevas y empezamos a comprender que el dinero con el que nuestros padres pagan las excursiones del instituto vale más que el dinero con el que las pagan los padres de nuestros compañeros por el simple hecho de que ha costado más horas conseguirlo. Dejamos de lamentarnos por lo que no tenemos y empezamos a valorar lo que, con mucho esfuerzo, pueden darnos.

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El caso es que mi mejor amigo me respondió: "Es bonito pero, ¿qué quiere decir?" No supe contestarle qué quería decir, qué significaba, pero aquello fue como volver a tener esa revelación de clase.

Mi colega no sabía lo que quería decir esa reflexión porque no tuvo que ponerse a trabajar mientras estudiaba para pagarse el abono del transporte ni renunció a irse de Erasmus por mantener el curro con el que se pagaba el abono de transportes.

Y el caso, también, es que fui a ver Lady Bird con ese mismo amigo al que le había tenido que explicar lo que era la clase y que yo no pertenecía a la misma que él.

Al salir del cine hablamos de todo lo que hablan todas las críticas a Lady Bird. De la sutilidad con la que Gerwik ha plasmado la adolescencia y de cómo ha invertido los roles de género de los personajes. De cómo ha reflejado la masculinidad y la feminidad desde un punto de vista distinto y de que vaya primera peli más guapa se ha marcado.

Lady Bird somos todas las adolescentes que llevábamos las J'Hayber cuando todavía no molaban, deseando en silencio calzar unas Nike

También comentamos la escena en la que el calambre de los dedos de sus pies es suficiente para contarnos que Lady Bird se está masturbando y de cómo todos los adolescentes de provincias somos un poco ella porque odiamos nuestros pueblos de provincias pero empezamos a quererlos en cuanto nos alejamos de ellos.

Pero no hablamos de que Lady Bird se avergüenza de su casa y no quiere decirle dónde vive a su amiga. Ni de que su padre está en paro y hace la misma entrevista de trabajo que su hermano. El puesto lo consigue el hermano, claro, porque es más joven y seguramente más barato.

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Tampoco hablamos de que curra en un bar mientras estudia porque sus padres no tienen la pasta suficiente como para pagarle la universidad ni de que tiene que comprarse el vestido para su graduación en una tienda de segunda mano y a pesar de eso (o precisamente por eso) se ve guapísima.

Y no hablamos de ello porque yo reparé en esos detalles pero él no. Porque yo fui consciente de que Lady Bird había tenido esa revelación que tenemos todos los chavales de la periferia de la periferia en algún momento, pero él no. Y no es su culpa, como no era culpa de mis padres no poder pagarme un año en el extranjero como hicieron los padres de algunos de mis colegas.

Identificarse con Christine, con Lady Bird es fácil: todos hemos sido adolescentes. Todos hemos odiado a nuestras madres y su extensión, el lugar en el que pone que hemos nacido en el DNI. Todos hemos hablado con nuestros amigos sobre si era mejor hacerse pajas en la ducha o fuera de ella y todos hemos sentido la impotencia de la pérdida del primer amor.

Pero quizá solo unos pocos, solo los que llevábamos las J'Hayber cuando todavía no molaban — deseando en silencio calzar unas Nike— sabremos ver que, aunque no es el tema central de la cinta y aunque ninguna crítica lo diga, Lady Bird es una de los nuestros. Y un día se dejó de avergonzar de su origen, de su clase, para comenzar a amarla.