La autora en la cama con un dispositivo de medición.
Fotos: Yasmin Nickel
sueño

Intenté convertirme en una persona madrugadora

Me cuesta horrores levantarme de la cama. ¿Puedo cambiar?
MA
traducido por Mario Abad
ÁG
traducido por Álvaro García

No es que no me quiera levantar, es que no puedo. Lo curioso es que por la mañana es cuando más productiva soy y más fácil me resulta sacar trabajo adelante. Por la mañana me siento feliz en el sillón, café en mano, sabiendo que voy a arrancar el día a tope. El único problema es que casi nunca experimento esas sensaciones porque, por lo general, estoy profundamente dormida.

Envidio a la gente que es capaz de salir de la cama como si tuviera un resorte en cuanto suena el primer pitido de la alarma. Lo daría todo por ser como ellos. Esto me llevó a hacer un experimento: ¿podría aprender a levantarme a la hora que me toca?

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No caigas en la trampa de los 'cinco minutitos más'

El sitio web Mind Hack recomienda no dejar el despertador cerca de la cama. Pero yo me levanto sonámbula, lo apago y vuelvo a la cama. “Dejar las cortinas abiertas”, sugería otro sitio web. Me encanta que crean que no lo he intentado. Y lo mismo con: “Prográmate una cita a primera hora de la mañana”. Que te cuenten mis amigos la de veces que me han tenido que llamar media hora después de la hora convenida porque me había quedado dormida y he tenido que salir corriendo, sin cepillarme los dientes ni peinarme.

Estos consejos tienen en común la premisa de que no debes caer en la trampa de los cinco minutos más. Calculé el tiempo de vida que había perdido: una hora de posponer la alarma al día son 365 horas al año, o nueve semanas de trabajo.

Die Autorin beim Joggen

La autora en un momento histórico

El gurú del crecimiento personal Steve Pavlina asegura que no basta con la fuerza de voluntad para salir de la cama; hace falta entrenamiento. Según Pavlina, puedo condicionarme a mí misma yéndome a la cama durante el día como lo haría por la noche. Así, en pleno día, me cepillé los dientes, me puse el pijama, corrí las cortinas y cerré los ojos. Sonó la alarma al cabo de diez minutos y llevé a cabo un proceso que, dice Pavlina, debo interiorizar hasta que sea automático: en cuanto sonó, la apagué, me estiré, me incorporé y me levanté. Repetí la operación varias veces.

Entrenarme para hacer algo que hasta un bebé puede hacer puede parecer una chorrada, pero lo hice de todos modos. A la noche siguiente, me puse la alarma a las 06:30 y se produjo un milagro:al día siguiente, conseguí levantarme. Al segundo día, incluso salí a correr a primera hora.

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Una aplicación para controlar el descanso

Eine App, die den Schlaf überwacht

No soy la única en esta lucha por la optimización, algo que muchas empresas aprovechan para hacer negocio. Hay aplicaciones que llevan un seguimiento de tus patrones del sueño y te despiertan durante una fase de sueño “ligero” para que sea menos traumático.

Me descargué una y establecí una ventana de tiempo en la que quería despertarme. No estaba muy convencida, y ver todos esos gráficos y números me dio la sensación de que me estaban vigilando. No soy una conspiranoica en lo referente a la protección de datos, pero aquello me parecía demasiado intrusivo.

A la mañana siguiente, me desperté con los suaves tonos de la alarma de la aplicación. Pero no me levanté. La aplicación me mostró las veces que había atrasado la alarma: 13. Había que volver a empezar.



Hora de contratar a un profesional

El profesor Ingo Fietze es especialista del sueño en el hospital Charité de Berlín. Cuando lo llamé para explicarle mis problemas, me preguntó qué edad tenía. Le dije que 26.

“Entre los 20 y los 30 años habría que dormir una media de 8 o 9 horas”, me explicó. “Cualquier otra cosa es patológica”. Patológica. A veces puedo tirarme 10 horas durmiendo, fácilmente.

El profesor Fietze me dijo que los hábitos del sueño van en los genes. Y luego me acabó de arrebatar toda esperanza: “Se puede lograr convertir un ave nocturna en madrugadora o viceversa. Lo que nunca puedes pretender es que alguien que duerma mucho acorte sus horas de sueño, ni al revés”.

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Me sugirió que controlara las horas que dormía con un dispositivo y que usara una lámpara medicinal con 10 000 lux para despertarme. “Luz blanca brillante”, dijo. “Es como que te echen un cubo de agua encima, pero más elegante”.

Me puse el dispositivo en la muñeca, y un tubo de oxígeno me medía la respiración. Parecía una terrorista suicida enganchada a una máquina de soporte vital. Como era de esperar, no dormí bien. Me desperté temprano, pero porque el tubo se me había salido de la nariz.

Los resultados no mostraron nada en absoluto. “No hay anomalías”, me dijo la amable señora que me dio los resultados al devolver el dispositivo. No era lo que quería oír.

¿Arrojaría la lámpara luz al problema?

Coloqué la lámpara medicinal en la mesita de noche y la enchufé. “Hasta mañana”, le dije. “Por favor, despiértame”.

A la mañana siguiente, sonó la alarma. Los últimos días la había estado atrasando menos e incluso me había llegado a levantar antes de que sonara. No tengo ni idea de por qué, exactamente, pero imagino que era porque mi cuerpo empezaba a enterarse de lo mucho que se estaba esforzando mi cerebro.

Pese a todo, no fui capaz de obligarme a salir de la cama y apagar la lamparita. Otro fracaso más.

Utopía: dormir lo que me apetezca

Una compañera me sugirió que hablara con su amiga Lisa Steinmetz, investigadora del sueño. Le pregunté a Steinmetz si a ella le costaba levantarse de la cama. “La verdad es que yo me quedo dormida todos los días”, me dijo. Si fuera aceptable poner el Emoji de la cabeza explotando, lo pondría ahora mismo.

“Nos dedicamos a estudiar el sueño, por lo que en el trabajo todo el mundo sabe lo importante que es”, me explicó. “Si me levanto y me noto cansada, me vuelvo a la cama”.

No puedo decirle a mi editora que he faltado a la reunión de la mañana porque necesitaba dormir más. Sí que podría ir al médico y averiguar si necesito dormir tanto debido a alguna enfermedad.

Pero quizá estoy bien y simplemente necesito dormir más que otras personas. Soy una perfeccionista, y quizá mi necesidad de dormir sea una especie de barrera integrada contra mi deseo de dar siempre lo mejor de mí misma. “No pienso hacerlo”, me dice el cuerpo. He intentado levantarme pronto, pero he acabado aprendiendo que el sueño puede con la optimización.

A nivel práctico, sé que, si quiero levantarme pronto por la mañana, siempre tengo la opción de acostarme pronto. Fue lo que hice la noche del experimento: darme tiempo para esas nueve horas de sueño que al parecer necesito. Cuando sonó la alarma, no salté de la cama de inmediato, pero ocurrió lo imposible: estaba despierta. Eran las 06:00 y me notaba despejada. Lo había conseguido.

Este artículo se publicó originalmente en VICE Alemania.