Si mis ojos no me fallan, podría decir que cerca de un 70% de las personas arriba de los palcos eran mujeres, todas igual de despampanantes a las que vi al comienzo de la velada. Los palcos en total sumaban 40, que se dividían en la categoría A, a un costo total de 5.883.000 pesos, los B a 4.814.000 y los C a 3.744.000. Si hablamos en números, y usando la calculadora, en total estos palcos le significaron al evento casi 198 millones de pesos, plata suficiente para cubrir la cuota que le ofrecieron al artista, o al menos una muy buena parte.Al ver de cerca los palcos de esa noche y ver la poca visión que ofrecían del artista, los muebles sin gracia repartidos entre ellos, las divisiones de mentira, y el poco contacto que tienen las personas que están allá arriba con el verdadero meollo de la fiesta, no sólo reiteré mi decisión de jamás comprar palco para un concierto, sino que no entendí por qué la gente pagaba millonadas para poder treparse en uno durante algunas horas. Es decir: uno no puede pagar tanta plata sólo por estar un poco más cómodo, o mucho menos por lucirse, es estúpido. Porque eso fue lo que vi al grupito de las camionetas hacer de principio a fin del evento: moverse de un palco a otro en gallada, pavoneándose por el concierto con varias mujeres que hacían las veces de trofeos esa noche, sacudiendo en el aire botellas de licor de cientos de miles de pesos con relojes que triplicaban esos valores.Al grupo lo fueron dirigiendo a los palcos que habían comprado para el evento, unos que ya había revisado minuciosamente cuando entré al lugar, y que imaginaba mucho más lujosos y con más servicios para los precios que tenían. En realidad la súper exclusiva localidad consistía de varias tarimas de madera negras que se repartían a lo largo del lugar, separadas entre ellas por unas cuerditas y todas dotadas con uno o dos sofás blancos que no se me hicieron nada del otro mundo. La gente se sentaba en ellos a tomar, o se paraba a bailar apachuchadita al compás de los drops del EDM, mientras brindaban con wiskey sello negro o se mantenían las manos ocupadas con botellas de champaña doradas, mientras iban de un lado a otro.
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Jaime Humberto Borja, historiador especializado en historia colonial, afirma que tanto el balcón como el palco fueron el lugar de prestigio durante el siglo XVII y XVIII, un espacio para la aristocracia. "De ahí viene el término 'alquilar balcón", asegura. "Había gente que cuando estaba jodida de plata alquilaba o vendía el balcón pero no la casa, sobre todo en lugares que daban a plazas públicas". Esa idea de balcón se mantiene en el teatro a través de los palcos, y el concepto sigue evolucionando hasta hoy en día.Con el tiempo se empezaron a diversificar los usos de los balcones dentro de los espectáculos teatrales y musicales. Por ejemplo, después de la expansión de su uso en Suramérica, se empezaron a usar en países como Argentina los palcos especiales para las viudas, ubicados a los costados del escenario y rodeados de rejas negras para que estas no fueran vistas por el público a diferencia de los viudos, que podían moverse con naturalidad entre el público. Según Wikipedia, se desarrollaron hasta nueve usos de palco, como el escénico, el real, el familiar, el de luto y hasta el palco diseñado para ciegos.En el siglo XIX la figura del palco se patentó totalmente en las sociedades europeas y empezó a cosechar sus frutos en obras de arte, durante la época del impresionismo. Artistas como Renoir, Cassat y Degas empezaron a recrear este espacio en sus obras, interiorizando el hecho de que los palcos se habían vuelto un punto típico de encuentro y de socialización en la alta alcurnia europea.
13 años después, pude identificar algunos de estos elementos en la gente de aquella noche que describí al principio (una que fue con Steve Angello): las camionetas, los vidrios oscuros y algunas pintas en hombres y mujeres se ceñían perfectamente a la descripción de Montenegro. Y ni de riesgo llamaría a estos grupitos tecnomafiosos o tecnolobas por lo segregativo de los nombres, pero sí pude identificar en ellos una estética de la ostentación, que acá en Colombia aprendimos a relacionar, muchas veces equivocadamente, con esa estética narco.¿Y de qué se trata este concepto? El ensayista y periodista Omar Rincón se refirió en 2009 al respecto, concluyendo que "lo narco es una estética, pero una forma de pensar, pero una ética del triunfo rápido, pero un gusto excesivo, pero una cultura de ostentación". Y esa ostentación residía en "la afirmación pública que para qué se es rico si no es para lucirlo y exhibirlo". Para Rincón, el método que hacía posible esta cultura era sólo uno: "tener billete, armas, mujeres con silicona, música estridente, vestuario llamativo, vivienda expresiva, visaje en autos y objetos. Ah… ¡y moral católica!", remata Rincón.Con todo lo anterior no estoy haciendo señalamientos, ni mucho menos, sólo estoy haciendo la lectura de los palcos en un concierto colombiano como algo más que una demarcación espacial. Es cierto que como localidad los palcos ofrecen privacidad, mayor espacio, comodidad para su público, bebidas e incluso botellas de trago fino para quienes están montados en él. Pero como territorio suceden dentro de él dinámicas que lo resignifican y dotan a una población de significado.Entrar a indagar cuál es específicamente esta población y catalogarla bajo un nombre es muy complicado, y hasta irresponsable. Pero algo de lo que sí puedo estar segura es que, ya sea heredado de las dinámicas que hace siglos atrás tenían diferentes países en sus espectáculos, o introducido por ese imaginario de narco cultura que hemos construido con nuestra historia, muchas veces la gente paga lo que paga por un palco para ser vista, en vez de querer ver.El autor aplica esta dinámica mimética para todos los llamados ravers, un término que él ya acuñaba dentro de la juventud bogotana por allá en 2003. Sin embargo, no aplicaba este mismo proceso para lo que él llama dentro de sus textos "tecnomafiosos" y las "tecnolobas", "personas que también suelen aparecer en la escena rave y que son considerados 'posibles mafiosos' dentro de la escena techno, ya que en ellos encontramos una estética diferente". Aparte de vestirse diferente a los ravers (el autor especifica: minifaldas, tops y escotes en el caso de las mujeres, camisas abiertas, chaquetas de cuero y pelo corto en el caso de los hombres), para Montenegro los tecnomafiosos y las tecnolobas se distinguen porque bailan diferente y se comportan diferente: van de arriba abajo en camionetas cuatro puertas de vidrios oscuros y portan armas, según la investigación del autor.