Crecer centro menores
Todas las imágenes vía Luis H. Rodríguez
familia

Crecer en un centro de menores español me ayudó a tener una infancia normal

"Lo peor llega cuando, a los 16, te dicen que espabiles, que los 18 llegan muy pronto".

Rocío estudia un grado de actividades comerciales, tiene 19 años y comparte piso en un pueblo a las afueras de Madrid. Para pagarse la habitación trabaja en un restaurante. Lleva haciéndolo desde que, con 16, le advirtieron de que solo le quedaban dos años bajo la tutela del Estado, quien se había hecho cargo de ella desde que, con 10 años y junto a sus cinco hermanos fue trasladada desde la casa en la que vivían con su madre hasta una residencia de menores en otra localidad madrileña.

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"Los dos pequeños, que tenían 3 y 4 años, fueron a una residencia para niños y después los acogió una familia. Los seguimos viendo y mantenemos una relación muy buena, tanto con ellos como con sus familias. Los tres más mayores fuimos a la residencia en la que estuve hasta el año pasado. Mi hermano de 16 años sigue allí y yo sigo yendo a visitarlo, voy a cenar con él y con el resto de gente, me paso algunas tardes allí… Era la mayor y muchos me dicen que cuando me fui el año pasado se les hizo extraño. Que ya nadie les decía que no pusieran los pies en el sofá ni que bajaran el volumen de la tele", dice Rocío.



Cuando entró al Centro de Menores, empezó a ir también regularmente al colegio. Le correspondía estar en cuarto de primaria y no sabía leer ni sumar ni restar. Cuando vivía con su madre apenas iba a clase y se dedicaba a cuidar de sus cuatro hermanos, a cocinar y a limpiar para ellos.

Hemos quedado en las oficinas de la Fundación Soñar Despierto, que le concedió una beca para estudiar bachillerato y que, este año, le ha dado otra para que pueda compaginar su trabajo en el restaurante con el grado en actividades comerciales que estudia.

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"Lo más duro al principio, lo que más me costó al entrar fue no estar con mi madre. No me adaptaba, me preguntaba qué hacía ahí, qué hacíamos ahí yo y mis hermanos sin ella. Pero conforme he ido creciendo, me he ido dando cuenta de que es precisamente la residencia lo que me ha hecho ser quien soy y de que no cambiaría mi experiencia por haber vivido con mi madre en esas condiciones. Perdió el trabajo, nos tuvimos que ir de la casa en la que vivíamos… Cuando llegué a la residencia, además de ponerme a estudiar muchísimo porque no había ido casi al colegio, tuve que aprender, en cierto modo, a ser una niña y a comportarme como tal. Los primeros meses sobreprotegía y cuidaba mucho a mis hermanos y los educadores me decían que dejara de comportarme como una madre, que fuera niña ahora que podía", cuenta.

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Añade que el abocarse a cuidar a sus hermanos en una etapa en la que debía ser ella quien recibiese los cuidados es una experiencia que nunca olvidará. "Mi prima me lo sigue diciendo cuando hablo con ella a veces: 'cállate, mamá'. Supongo que es algo que siempre voy a llevar conmigo, que no puedo evitar", explica Rocío. Y se ríe.

"Siempre que se habla de nosotros se habla como si fuésemos niños problemáticos por defecto"

Como Rocío hasta el año pasado y como su hermano, al que visita cada semana, en España hay más de 21 000 menores en acogimiento residencial. Otros 20 000, aproximadamente, están en familias de acogida. Y de ellos solo se habla, cuenta Rocío, cuando algo malo ha pasado, como con el caso de las menores tuteladas prostituidas en Mallorca.

"Es algo que no me cabe en la cabeza, que no puedo ni imaginar por cómo ha sido mi experiencia en la resi. Lo mismo me pasa cuando oigo hablar de los MENA como delincuentes y oigo sus verdaderas historias y las condiciones en las que están en sus centros y tengo que frenarme a mí misma para no responder con rabia. Nadie se expone a un viaje peligroso, ni a estar solo en otro país, sin sus padres, por nada. Y no es lo mismo el que roba para comer que para comprarse un iPhone", dice.

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Se queja, también, de que los MENA en particular pero realmente todos los niños tutelados en centros o residencias sean, por defecto muchas veces, tachados de delincuentes. "Siempre que se habla de nosotros se habla como si fuésemos niños problemáticos por defecto. Y los hay, claro, pero se puede llegar a estar tutelado por mil causas distintas, que van desde ser huérfano hasta causas económicas familiares", explica.

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Como resultado de este tratamiento mediático, de la desinformación que existe respecto a qué ocurre en los centros y quiénes son exactamente los menores tutelados por el Estado, una de las primeras preguntas con la que se encuentra Rocío cuando cuenta que vivía en un centro es, precisamente, que qué hizo para llegar hasta allí.



"Es algo que me pasa desde el colegio. El primer año que pasé bajo tutela no conté que vivía en una residencia, pero a partir del segundo cuando lo contaba era habitual que me preguntaran que por qué y, sobre todo, que qué había hecho. Entonces no lo entiendes. No sabes por qué te echan la culpa, por qué al primero que señalan es a ti, si tú no has hecho nada. A veces respondía que le preguntaran a mi madre", cuenta.

Entre los 10 y los 18 años la vida de Rocío no fue muy distinta a la del resto de niños de su edad, dice ella. De hecho, señala que su vida empezó a parecerse a la de los niños de su edad cuando empezó a estar tutelada. "Mi centro estaba compuesto por dos chalés y si no fuese porque tienen un cartel enorme en la puerta, nadie sabría que se trata de una residencia para menores tutelados. Siempre había alguien con nosotros, educadores, psicólogos… incluso por las noches. Nunca estábamos solos y nuestro día a día era muy parecido al de nuestros compañeros de clase: te despiertas, te quejas porque tienes que ir a clase, vas a clase, te recogen del colegio, vas al parque, haces los deberes, te duchas y poco más".

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Pero cuando llegan los 16 años, la cosa cambia. "Te dicen que te quedan dos años y que dos años pasan muy rápido. Que te toca espabilar porque no sabes qué va a pasar cuando salgas, si vas a tener a alguien ahí, así que tienes que empezar a pensar en un futuro ya muy cercano. Yo en ese aspecto siempre he sido muy ahorradora y cuando me daban la paga —porque tienes una asignación semanal muy pequeña, que depende de tu edad— muchas veces me lo guardaba porque sabía que la residencia no duraba hasta el infinito. También te ingresan dinero, si tienes la nacionalidad española, una pequeña cantidad de dinero por cada tres meses que pasas tutelado que te dan cuando sales. Pero entre impuestos y que no es mucho, finalmente se te queda en nada. Te da para vivir un mes. Hay ayudas, hay centros, hay programas… pero te los tienes que ganar estudiando y trabajando, y no todo el mundo tiene esa capacidad. En ese sentido yo me he sabido mover rápido; he sabido compaginar estudios y trabajo y gracias a eso hoy vivo en un piso de un programa que se llama Nuevo Futuro, pero no todo el mundo puede", comenta.

"Cuando ves que tus amigos o sus padres ponen cara rara cuando les cuentas tu situación, das dos pasitos para atrás porque sabes que por ahí no puedes ir"

Con la llegada de la adolescencia también llegan algunos problemas relacionados con los horarios de salida y entrada o los fines de semana fuera. No son negociables: los marca el Estado. No puedes invitar a amigos a dormir a casa y si quieres salir fuera tienes que pedirle permiso también al Estado. "A mí me ocurrió una vez que me fui con una amiga a la playa, pero sus padres se portaron muy bien porque tramitaron todos los permisos. Siempre he sabido con quién juntarme. Al final es algo que aprendes. Cuando ves que tus amigos o sus padres ponen cara rara cuando les cuentas tu situación, das dos pasitos para atrás porque sabes que por ahí no puedes ir", dice Rocío.

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Pero también es difícil hacer entender su situación y sus limitaciones a sus amigos que no comparten su realidad ni sus limitaciones. "Yo tuve una bronca en las fiestas de mi pueblo porque mis amigas salían a las 12 o la 1 y era la hora a la que yo tenía que estar volviendo. Entonces no lo entendía y eso que no fue hace tanto, pero ahora quizá lo comprendo más. Hace poco vi a una chica de 16 años a la que recogía una Ambulancia con un coma etílico y le encontré el sentido. Quizá deberíamos ser menos permisivos, quizá esa sea la función de los padres, que los centros tienen que suplir en casos como el mío", reflexiona Rocío.

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"Cuando tenía 13 años entré en un programa de vacaciones en familia por el cual una familia se presta voluntaria para acogerte y hacer cosas contigo en verano o los fines de semana. La que me correspondió en ese momento es, a día de hoy, mi familia. Son muchos años los que llevamos juntos y de hecho los llamo mis tíos. Gracias a ellos empecé a trabajar en su taller de mecánica. Primero limpiando y después empecé a cambiar ruedas y filtros. La gente les preguntaba que qué hacía una niña ahí y si luego lo revisaban y ellos respondían que no, que sabía hacerlo".

Continúa explicando que a los 17, gracias a otro programa Junco, hizo "un curso de catering para eventos y empecé a trabajar en eso y después mis tíos me pusieron en contacto con un bar de su pueblo, donde me contrataron para los fines de semana".

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"Muchos clientes no daban crédito cuando les decía la edad que tenía. De hecho, algunas de mis amigas tampoco daban crédito cuando salía de fiesta y al día siguiente me hacía dos horas de ida y dos de vuelta en transporte público para trabajar, compaginándolo con los estudios. Pero es lo que me tocaba, lo que me toca", dice Rocío, y se queda pensativa un momento.

"Muchas veces pienso que todo el mundo debería tener esa oportunidad de madurar, de crecer como persona, de espabilar en ese sentido. Aunque en mi caso fuera producto de lo que era y fuera en parte doloroso, creo que sería mejor para todos, que sería una enseñanza", concluye.

"Si los centros fueran un poco más pequeños y si cada educador pudiera centrarse un poco más en los niños, podrían tener figuras cercanas a la paterna o la materna que todo niño necesita"

Si tuviera que cambiar algo del sistema de tutela en España, Rocío dice que haría centros más pequeños, en los que hubiera más recursos y más educadores por tutelado. "Yo tuve mucha suerte porque en mi residencia éramos pocos, de 16 a 18. Al principio compartí cuarto con tres niñas, pero normalmente son de dos. Cuando pasé a la casa de los mayores tuve mi cuarto propio, mi espacio y mi intimidad. Pero hay centros en los que hay un montón de niños, que están desbordados y ahora con los MENA aún más. Y no se trata solo del espacio sino de la atención que puedan darles los educadores. En mi caso, mi tutor se convirtió en una figura muy cercana a la del padre. Se fue de la residencia cuando yo tenía 16 años pero, a día de hoy, sigo quedando con él. Si los centros fueran un poco más pequeños y si cada educador pudiera centrarse un poco más en los niños, podrían tener eso que tuve yo: figuras cercanas a la paterna o la materna que todo niño necesita", explica.

Antes de despedirnos le pregunto que qué le diría a la Rocío que, con 10 años, pisó por primera vez la residencia que, durante años, se convertiría en su hogar. "Que no estuviera tan enfadada. Que gracias a eso se iba a convertir en una persona mejor y que iba a encontrar a quien pudiera cumplir el papel que, por determinadas circunstancias, no había podido o no había sabido desempeñar su madre, de quien no entendía por qué la separaban. Que más tarde entendería y que iba a tener la oportunidad de ser niña y de aprender un montón de cosas que, en otras circunstancias, quizá no hubiera aprendido".

Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.

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